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  • Fernando García sx

11 DICHOSOS LOS POBRES DE CORAZÓN...

30 Enero 2016 14173

Estamos al inicio de la actividad de Jesús, comienza a anunciar y proclamar la Buena Noticia del Reino. Muchas personas de orígenes muy diferentes oyen hablar de lo que está haciendo y vienen hacia Él. Es en este contexto que Jesús sube a una colina, se sienta y rodeado de sus discípulos empieza a enseñarles una enseñanza nueva, la del reino de Dios.

Dichosos

La Buena Noticia del amor de Dios está destinada a hacer feliz a la persona que le abre el corazón. ¡Es dichoso quien acoge el reino de Dios y se deja guiar por él! “El reino de Dios se parece a un tesoro escondido en un campo: lo descubre un hombre, lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, vende todas sus posesiones para comprar aquel campo” (Mt 13,44). La parábola del tesoro escondido refleja muy bien el encuentro gratuito del gran don de Dios, el cual inunda de alegría a la persona que lo ha encontrado, hasta tal punto que es capaz de deshacerse de todo lo que tiene y venderlo, para comprar el terreno donde se encuentra el tesoro. ¡Es feliz quien se abre al don inesperado de Dios y se deja guiar por él!

Joël era ciego, catequista de la comunidad. Murió hace un tiempo. Recuerdo todavía el testimonio tan bonito que compartió en un encuentro de formación de catequistas. Leímos el pasaje del ciego Bartimeo y llegado el momento de compartir, con la sonrisa en los labios, nos dijo que él no era ciego, que Jesús le había abierto los ojos del corazón. Desde entonces todo había cambiado, veía la vida de otra manera, había mucha alegría en su corazón. Y esta alegría no le había abandonado. Por eso era catequista, para anunciar a otros la luz del Señor y la alegría de quien se abre a Él. La alegría de quien ha encontrado en Jesús el tesoro escondido y vive continuamente unido a Él.

Los pobres de corazón

El pobre es aquel que no puede subsistir por sí mismo, necesita otra persona que le eche una mano. El pobre de corazón se reconoce pobre en sí mismo y se abre a quien le puede ayudar, salvar, que no es otro que Dios. No se apoya en seguridades humanas, sus ojos están fijos en Él, de quien le viene la salvación. Es la fe de la mujer que tenía pérdidas de sangre que, después de haber intentado todo, se acerca a Jesús y le toca el manto, pensando: “si al menos logro tocarle el manto seré curada”. Y es lo que sucedió. Cuando Jesús se da cuenta, ella “se echa a sus pies y le dice toda la verdad”. Jesús le dice: “Hija, tu fe te ha curado. Va en paz y queda libre de todo mal”. (Mc 5,25-34)

El pobre de corazón es humilde, reconoce el don de Dios y se lo agradece. El orgulloso, por el contrario, no necesita del otro para vivir, se basta a sí mismo, y desde lo alto del pedestal se atreve a decir: “Te doy gracias, Señor, porque no soy como los demás, y menos aún como este publicano” (Lc 18,11)

En la vida misionera no es difícil encontrar personas que viven la pobreza de corazón. Mamá Chantal es una de ellas. Hace algo más de dos años que la conozco. Es una mujer increíble. Casada, madre de familia, se vio rechazada por su marido cuando una de sus primeras hijas nació con discapacidad mental. Como si ella fuera la causa.

Hace cuatro años, ayudada por personas de buena voluntad, comenzó un pequeño hogar con su hija discapacitada, a la que se han ido uniendo otros niños y niñas con diferentes grados de discapacidad psíquica y física. Hoy acoge en el hogar a dieciséis. Provienen de situaciones extremamente difíciles, hay quien ha estado abandonado, quien vivía encerrado en la casa, quien ha perdido los padres, quien…

Junto a ella está Benoît, un joven que comparte con Mamá Chantal la pasión de acoger y acompañar a estos tesoros del cielo. Este año se han unido Sara, que acaba de terminar los estudios de kinesioterapia y de educación especial, y Lot que da una ayuda inestimable. Los dos están a tiempo parcial durante el día. La presencia de Sara es una bendición del Señor, los pequeños están haciendo grandes progresos.

Mamá Chantal, Benoît, Sara, Lot se ocupan de todo: levantarlos, asearlos, lavar la ropa, preparar la comida, ejercicios de reeducación y de rehabilitación, acompañarlos en el tiempo libre, pasar la noche, ir al mercado, comprar las medicinas… Hay también otras personas que intervienen puntualmente, como el enfermero, los jóvenes de nuestra comunidad…

Y no sólo eso. Cuatro días por semana, Mamá Chantal por la mañana coge el camino de las visitas a domicilio. Ella acompaña un grupo de niños con discapacidad psíquica que están con sus familias y que necesitan un acompañamiento desde fuera.

¿Y de qué se sostiene este hogar? La casa que los acoge se la ha cedido una señora, a las familias se les pide una colaboración y el resto, pues personas de buena voluntad.

Mamá Chantal sonríe, habla de los pequeños y los trata como a sus propios hijos. Es una madre para cada uno de ellos. Tiene una confianza sin límites en el Señor. Es ahí donde está el origen de la fuerza que la acompaña. Entre frase y frase repite a menudo “esto se lo confiamos al Señor”, “hasta ahora el Señor no nos ha abandonado”. Pobres de corazón, de una confianza sin límites en el Señor.

El reino de Dios les pertenece

Al pobre de corazón, el reino de Dios le pertenece. Mamá Rose es una mujer en torno a los sesenta años, madre de familia, participa activamente en la comunidad eclesial de base de su barrio. Se reúnen una vez por semana. En estos dos meses de diciembre-enero, el tema de reflexión que acompaña los encuentros es el valor del diálogo. El lunes pasado, durante la reunión, a medida que los participantes compartían experiencias, mamá Rose interviene para decir que está encontrando mucha dificultad de diálogo con una de sus vecinas. La saluda y no responde, va a verla y cierra la puerta, está enferma y no viene a verla… ¿Qué puede hacer para desbloquear esta situación? Nadie se da cuenta de que la vecina de la que habla participa también en la comunidad y que está presente en la reunión. Mamá Jacqueline, la vecina concernida, se siente aludida, se levanta, va hacia mamá Rose y la abraza. Le pide perdón. La comunidad que no estaba preparada acompaña la escena con aplausos y cánticos de alegría.

Claude está en la cuarentena, padre de familia, cinco hijos. Trabaja en la fontanería. Ha ido aprendiendo y se maneja bien. Trabajo no hay mucho, se busca la vida en lo que va saliendo. Lo conocí por primera vez un día al terminar la celebración de la Eucaristía. Y desde entonces pasa de vez en cuando o me llama por teléfono.

El miércoles pasado vino temprano, de camino al trabajo. “Tengo que compartir algo que me está pasando y no me deja en paz”, me dijo. Nos sentamos y abrió su corazón. Se sentía mal porque se había permitido hablar mal de una persona. Mostraba un cierto sentido de culpabilidad, y “porque lo he hecho en el Adviento”. Al compartirlo, se quedó aliviado y dijo sonriendo: “ahora puedo ir a trabajar en paz”.

Me quedé boquiabierto. Un hombre, padre de familia, cinco hijos, con una situación económica bastante precaria, se siente mal porque ha criticado a una persona a sus espaldas, y lo ha hecho en el tiempo de Adviento, de preparación a la celebración del nacimiento de nuestro Salvador. Y he dicho en mi corazón: “Señor, dame al menos la misma sensibilidad hacia el mal como la de Claude”. Este amigo vive la santidad evangélica.

Cédric es un joven padre de familia. Se gana la vida con una moto-taxi. El día del Domund yo había estado en una iglesia hablando de la Jornada Misionera Mundial. De vuelta a casa, quise hacer los cinco kms a pie. Cuando llevaba unos diez minutos caminando, siento que me llaman desde el otro lado de la carretera. No logro reconocer a la persona, pues llevaba la cabeza bien cubierta para protegerse del sol. Y cuando se acerca reconozco a Cédric. Nos saludamos. Me invita a subir en la moto y me trae hasta casa. Al bajarme le doy las gracias y me responde: “padre, soy yo quien debo darte las gracias porque gracias a vosotros conozco mejor la palabra de Dios”.

Mamá Chantal, mamá Rose, mamá Jacqueline Claude, Cédric… El reino de Dios les pertenece. ¡Cómo no dar gracias a Dios y bendecirlo por todo lo que nuestros ojos van viendo, nuestros oídos escuchando y nuestro corazón sintiendo! 

P. Fernando García sx

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