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"...en vida hizo maravillas, y en muerte, obras asombrosas"(Eccle. 48,14)
"Y creedme que los que a estas partes viniéredes, seréis bien probados para cuanto sois... No os digo estas cosas para daros a entender que es trabajosa cosa servir a Dios, y que no es leve y suave el yugo del Señor, porque si los hombres se dispusiesen en buscar a Dios, tomando y abrazando los medios necesarios para ello, hallarían tanta suavidad y consolación en servirlo, que toda la repugnancia que sienten en vencerse a sí mismo, les sería muy fácil ir contra ella, si supiesen cuantos gustos y contentamientos de espíritu pierden por no se esforzar en las tentaciones, las cuales en los flacos suelen impedir tanto bien y conocimiento de la suma bondad de Dios y descanso de esta trabajosa vida; pues vivir en ella sin gustar de Dios, no es vida, sino continua muerte”[1]
La existencia de Francisco de Javier, tras su conversión, es la historia de una Presencia que le va guiando con suavidad y firmeza, a la que él responde -fiel a su temperamento- con pasión y generosidad. La Providencia le guiará entre sueños y decepciones, entre informaciones y mediaciones humanas, entre soledades y presencia permanente de sus hermanos en su corazón, entre esperas y viajes arriesgados, entre tempestades y el gozo de anunciar el nombre de Jesús... Más allá de los límites históricos de Javier y de su tiempo: una teología de la salvación excluyente, las enormes ambigüedades de la evangelización dentro del sistema colonial de Patronato y que tanto le hicieron sufrir, incluso la imposibilidad de una preparación específica y previa antes del encuentro con un mundo cultural y religioso muy diverso del europeo, lo que queremos es descubrir el secreto de la existencia de Javier, secreto del que su sobrecogedora e inimitable aventura exterior no es sino el reflejo. Queremos adentrarnos en su itinerario espiritual, místico y descubrir el palpitar de esa Presencia que siempre le acompaña, en la que él está firmemente enraizado, el “principio y fundamento” de su vida, por cuyo amor y a cuyo servicio vive y se desvive, trabaja, sufre y disfruta, acompañado con frecuencia por intensas consolaciones interiores, sintiéndose en todo momento envuelto por la misericordia divina. Su misma vocación, sin duda especial, no es sino un regalo de la misericordia divina.
 
1.- Conversión "Sin embargo, todo eso que para mí era ganancia, lo tuve por pérdida comparado con el Mesías; más aun: cualquier cosa tengo por pérdida al lado de lo grande que es haber conocido personalmente al Mesías Jesús mi Señor. Por él perdí todo aquello y lo tengo por basura con tal de ganarme a Cristo e incorporarme a él…” (Flp 3, 7-9).
 
El hombre que emerge del Renacimiento está habitado por deseos de gloria, de honores, de aventuras. El propio entorno familiar de Francisco -sus raíces y su situación tras unos años difíciles- le empujaba también en esa misma dirección. Dotado de muchas y grandes cualidades humanas, soñaba con una gloria humana, quería sobresalir, y ambición tampoco le faltaba. En París, la Providencia le rodeó de buenos compañeros: Pedro Fabro e Ignacio de Loyola. Ignacio, perseverante, paciente y guiado por su olfato espiritual supo conquistar su corazón: “¿de qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si al final pierde su alma?”. Años más tarde, el mismo Ignacio, refiriéndose al proceso de su conversión diría de él que fue “el barro más duro que le tocó moldear”. Fue, sin duda, la gracia la que conquistó su corazón. Serían los primeros y más amados de su nueva familia: los compañeros de Jesús.
 
Transformando su corazón, el Señor se apoderara completamente de él, y Javier convertido y seducido pondrá todas sus ricas cualidades al servicio de la fe, y de su “acrecentamiento”. Una vez entregado al Señor fue todo generosidad sin límites, entusiasmo desbordante, entrega incansable. Su conversión nos revela la armonía entre la gracia y la naturaleza: temperamento fogoso, ambicioso, generoso, apasionado, tenaz, enérgico… y una gracia sin duda singular, una gracia eclesialque marcará toda una época y que él vivirá con constantes referencias y fundamentos comunitarios: pide y cuenta con las oraciones de sus hermanos, de quienes siente en todo momento necesidad: “pues acá vivimos con mucha necesidad de vuestras ayudas espirituales ” (C 49, 178. C 55, 202). E irá descubriendo cada vez con más intensidad que todo es don: “Pensábamos nosotros hacerle algún servicio en venir a estas partes a acrecentar su santa fe, y agora por su bondad dionos claramente a conocer y sentir la merced que nos tiene hecha, tan inmensa, en traernos a Japón, librándonos del amor de muchas criaturas que nos impedían tener mayor fe, esperanza y confianza en él.”[2]
 
A lo largo de sus cartas Francisco Javier no dejará de poner en relación su miseria y la infinita misericordia divina que le llega a través de sus hermanos. Además de eclesial, la gracia de la conversión es apostólica. De hecho el ministerio apostólico es obra y gracia de la misericordia divina: “agora os hago saber cómo Dios nuestro Señor, por su infinita misericordia, nos trujo a Japón.”[3] “Pero sólo una cosa nos da mucho ánimo: que Dios N. S. sabe las intenciones que en nosotros por su misericordia quiso poner, y con esto la mucha confianza y esperanza que quiso por su bondad que tuviésemos en él…”[4]
 
Un rasgo de esta espiritualidad apostólica es la predicación a la que Francisco se dedicará como actividad prioritaria, con pasión y gran creatividad; pedirá a sus hermanos que hagan otro tanto: “Vuestras predicaciones serán tan continuas, cuanto lo pudieren ser; porque esto es un bien universal, donde se hace mucho fruto, y servicio a Dios y provecho a las almas...”[5]Se convertirá en un peregrino infatigable de la fe y del evangelio.
 
Creo que es útil hacer referencia al llamado principio y fundamento ignaciano para entender mejor la figura de Javier: “El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor, y mediante esto salvar su ánima…”, fundamento que vivió con absoluta radicalidad. Dada la teología de la época, su sentido dramático y excluyente de la salvación y la visión negativa, desde el punto de vista soteriológico, de los destinatarios del mensaje evangélico, Francisco Javier, empujado por la grandeza de su generoso corazón, su sentido de la responsabilidad y su pasión por Jesús, cruzará mares y países, irá siempre más allá para que nadie pierda su alma. “Que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”. Es su deseo ardiente, aunque Dios tiene sus caminos que los hombres ignoramos. “Me he hecho todo a todos, para ganar, sea como sea, a algunos” (I Cor 9, 22), escribe Pablo. Francisco quería ganar a todos, tanto era su celo.
 
Creo que vale la pena hacer también referencia a la célebre parábola ignaciana del Rey eternal…”cuanto es cosa más digna de consideración ver a Cristo nuestro Señor, rey eterno, y delante dél todo el universo mundo, al cual y cada uno en particular llama y dice: Mi voluntad es de conquistar todo el mundo... por tanto quien quisiere venir conmigo ha de trabajar conmigo, porque, siguiéndome en la pena, también me siga en la gloria”. El acento lo pongo no en la idea-deseo de conquista, sino en la identificación-solidaridad con su Señor y Maestro. “Si alguno me sirve que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor” (Jn 12, 26). Francisco convertido querrá en todo momento vivir como su Maestro, trabajar con él, compartir todos sus trabajos con total generosidad. La respuesta de los ejercicios: “todos los que tuvieren juicio y razón” será seguir sin condiciones a su Señor, por tanto, lo más juicioso y sabio será responder con un amor personal, generoso y agradecido a ese amor infinito y misericordioso de Dios Padre que le llega a través del Verbo encarnado. Es la respuesta de Francisco de Javier… “los que más se querrán afectar y señalar en todo servicio de su rey eterno y señor universal no solamente ofrecerán sus personas...” (EE 95-97). El amor de Francisco es un amor rendido, entregado, porque ha sido seducido. En su temperamento fogoso y apasionado lleva incrustada la lógica ignaciana: “señalarse en servir más…”, la lógica de los EE: “más, más, más”. Javier sale de los ejercicios espiritual e interiormente libre. Y el hombre espiritual de los ejercicios ignacianos se hace totalmente disponible a lo que Dios quiera, tiene delante de sí un camino y un horizonte humanamente inalcanzable, pero posible con la gracia. Francisco Javier se convierte en un hombre “espiritual”, capaz de servir a Dios y al prójimo según una dinámica creciente de generosidad y de creatividad. Se decidirá siempre por lo que más y mejor servirá a Dios y procurará no elegir nunca solo sino con Dios en un clima siempre orante y de discernimiento[6], rastreando las insinuaciones del Espíritu. Se trata de elegir dejándose iluminar por el Espíritu, para tener nuestro espíritu siempre libre de “afecciones desordenadas”, de vanidades, orgullos, honras humanas, miedos, apegos a uno mismo, y poder llegar a la clarividencia, la lucidez que da el Espíritu. “No apaguéis el Espíritu... examinando todo, retened lo que haya de bueno” (I Tes 5, 19-20). Cuando alguien quiere de verdad ser fiel a Dios, sabe que todas sus decisiones y opciones son importantes, ninguna es banal o intranscendente. Acoger la gracia, seguir las inspiraciones de lo alto nos permite descubrir siempre algo nuevo, acoger la novedad del Espíritu.
 
La existencia apostólica de Francisco se estructura en torno a la escucha-obediencia de la voluntad de Dios, de ahí la importancia capital de la oración como búsqueda y escucha. La búsqueda de la voluntad de Dios será siempre una luz orientadora, un estímulo permanente, una fuente de inspiración en su existencia. “Solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos criados” (EE 23). El “más” de los ejercicios ignacianos es un “más” claramente apostólico y audaz. Cuando Francisco ha descubierto en una situación, en un sueño, en una información, en un sufrimiento... la llamada de Dios, nada ni nadie lo frenarán y pondrá siempre todos los medios para alcanzar lo que el Espíritu le sugiere. Ahí se revela también su temperamento. “El viento sopla donde quiere; oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Eso pasa con todo el que ha nacido del Espíritu” (Jn 3, 8). En Javier, los dos amores a Dios y al prójimo se armonizan ofreciendo al hermano el tesoro más precioso que uno lleva: la salvación de Jesús. Tesoro que querrá llevar -como veremos- al rey más poderoso de Oriente: China. Siempre dispuesto incluso a perder la vida por la salvación del hermano. Francisco de Javier se libera de su querer para hacerse totalmente disponible al querer divino, permite a Dios entrar en el núcleo más profundo de su persona. La conversión es dejar a Dios actuar libremente en nosotros. “Porque piense cada uno que tanto se aprovechará en todas cosas espirituales, quanto saliere de su propio amor, querer y interesse” (EE 189). Jesús no nos pide, en un primer momento, hacer más sino ser más… ser más de Dios, dejarle entrar en el centro de nuestro corazón, en el lugar secreto de donde brotan las decisiones y opciones significativas. Javier vivió completamente “prisionero” de los intereses de Jesucristo, por eso fue audazmente libre.
 
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[1] C 90, 375. Haré referencia siempre a las Cartas y Escritos de S. Francisco Javier, BAC, Madrid, 1953. Cito siempre la carta seguida de la página. Las siglas EE se refieren a los Ejercicios Espirituales de S. Ignacio.
 
[2] C 90, 380-381.
 
[3] C 90, 363. “A mí se me ha dado esta gracia: anunciar a los gentiles la insondable riqueza de Cristo.” (Ef. 3, 8)
 
[4] C 109, 462.
 
[5] C 80, 320 y 322 a propósito del principio del “bien universal”.
 
[6] C 51, 184: “… me diese a sentir dentro de mi alma su santísima voluntad...” C 70, 283 y C 85, 351: “quiso darme a sentir, dentro de mi alma, ser él servido que fiera a Japón...”