Skip to main content

DOSS 21: Padre Nuestro Misionero

13 May 2016
3442

Dios, creando al hombre, lo hace capaz de "soñar cosas grandes", porque lo quiere colaborador suyo en su proyecto creador. Así, si un genio es quien sabe poner todas sus energías al servicio de un sueño, un cristiano es quien, además, sabe soñar y asumir los sueños de Dios.

SOÑAR COSAS GRANDES

San Guido María Conforti descubre el proyecto que Dios tiene para la humanidad: reunir a todos sus hijos en una sola familia. Este proyecto le entusiasma y le hace capaz de "soñar cosas grandes" y de entregar su vida para realizarlas.

Conforti siente profundamente a Dios como Padre. Por ello siente a todos (hombres y mujeres, cercanos y lejanos) como hermanos, hijos de un mismo Padre. Sueña que el mundo forma una gran familia en la que todos, sabiéndose hijos de Dios, rescatados por la caridad de Cristo, viven como hermanos.

Exhorta a todos para que colaboren a preparar aquel día, y lo hace indicando realidades concretas: "la esclavitud será abolida, la dignidad de la mujer será reconocida, los códigos de las leyes serán más humanos, la fidelidad íntima del matrimonio será protegida, la paz de las familias y de los pueblos será fomentada y asegurada en nombre de la paz querida por Cristo".

ASUMIR UNA TAREA

Conforti sabe que su sueño es una llamada a asumir una tarea inmensa que exige la transformación no sólo de la sociedad sino, sobre todo, de los corazones.

En un mundo profundamente dividido entre pobres y ricos, entre poderosos y desheredados, Conforti, guiado por su sueño de hermandad universal, se convierte en profeta. Denuncia el mal y pide que desaparezca para siempre "el orgullo y la codicia de los ricos. Ya que, sólo así, los pobres saldrán del desaliento y de la miseria, únicos responsables del rencor y del odio de clase que en estos tiempos anidan en los corazones de los desheredados. Las distancias entre unos y otros, creadas y fomentadas por la soberbia, deben desaparecer para que los ricos y los pobres se acerquen y se estrechen las manos. Sólo así se establecerá el equilibrio social en nombre de la caridad y de la justicia fundadas en la hermandad instaurada por Cristo".

Este sueño, la contemplación activa del proyecto de Dios Padre que quiere reunir a toda la humanidad en una única familia de hermanos, hace surgir en el corazón de Conforti el anhelo por llevar a todos los pueblos el mensaje de hermandad del Evangelio, siente en su interior la urgencia y el apremio por comunicarlo a todos. Conforti descubre su vocación misionera.

UNA SOLA FAMILIA

Descubre que todos estamos llamados a formar una única familia y que, en esta familia, cada uno enriquece a los demás con su particular manera de ser, su lengua, sus costumbres y su cultura.

Para Conforti esta llamada constituye el fundamento de la misión que consiste en trabajar para la expansión del Reino de Cristo, Reino de Justicia, de Verdad, de Paz y de Amor, ya que, "Dios no quiere que unos dominen a otros con la fuerza de las armas o de la represión, sino que todos vivan libres y respetados.

Veo -escribe Conforti- cómo todos los pueblos (cada uno distinto por lengua, raza y color, pero iguales por la capacidad de la inteligencia y los sentimientos del corazón) se acercan y se abrazan en aquella caridad que el Salvador vino a traer a la tierra.

El Evangelio nos dice que todos los pueblos están destinados a formar una sola familia de la que Cristo es la cabeza y un solo rebaño del que Él es su único pastor".

Este sueño, este deseo de colaborar en la realización del proyecto de Cristo es lo que empuja a Conforti a fundar una familia de misioneros, los Misioneros Javerianos, y a entregarse totalmente para que, a través de ellos, el Evangelio sea anunciado y la caridad de Cristo pueda llenar la tierra.

HERMANDAD UNIVERSAL

No olvidéis nunca -enseña Conforti a los Misioneros Javerianos- que vuestra caridad, reflejo de la caridad de Cristo, debe acoger sin ninguna excepción a todos los hombres, porque en Cristo no hay distinción entre judío y griego, entre siervo y dueño, sino que todos somos una sola cosa en Cristo".

Y a cinco misioneros javerianos, que el 6 de noviembre de 1924 marchan hacia China, Conforti en su discurso de despedida les dice:

"Sí. Id a China a predicar la hermandad universal proclamada por Cristo, destinada a derribar todas las barreras y a formar de todos los hombres (sin destruir ni su nacionalidad ni sus derechos) una sola familia unida por el vínculo de la caridad cristiana".

"AL REZAR DECID:

PADRE NUESTRO..."

La contemplación entusiasta del proyecto de Dios guía la reflexión y la acción de Conforti. Al comentar el Padrenuestro nos dice que "Dios es nuestro Padre, por ello todos somos hermanos. Y este Padre nos confía la tarea de hacer del mundo una familia, tanto con los que están cerca de nosotros como con los que pertenecen a otros pueblos, otras razas u otras culturas".

Conforti nos comunica una visión profunda que invita a la acción y que sintetiza diciéndonos que "unidos al Padre todos, sin exclusión, estamos llamados a vivir como hermanos".

EN ÉL VIVIMOS

Conforti no olvida nunca su vocación misionera. Para él la oración es el soporte para la acción, y el "amén" final de toda oración es el compromiso asumido para transformar el mundo. "Al dirigirnos a Dios Padre, no podemos olvidar a los hermanos, hijos del mismo Padre".

De la oración surge la misión. Por esto Conforti enseña que la primera actividad del misionero no es la predicación ni las obras de caridad, sino la oración, ya que "Dios es el supremo y sabio hacedor de todas las cosas. Todo existe y se conserva en sus manos. En Él nosotros vivimos, nos movemos y existimos. Él nos ha dado la existencia y a cada instante nos la conserva. Si nuestra vida es un don suyo, le debemos el homenaje de nuestra gratitud, el ofrecimiento de nuestro ser, el tributo de nuestra alabanza y de nuestra adoración. La oración es ofrecimiento, alabanza, adoración y acción de gracias".

UN DIOS DE AMOR

Guido M. Conforti, que ha experimentado en su vida el profundo amor de Dios, comentando la oración del Padrenuestro, dice:

"Jesús nos invita a rezar diciendo: "Padre". Démonos cuenta que esta palabra es el cántico más sublime que, desde la tierra, puede elevarse hacia el cielo. Sintamos como, al dirigirla a Dios, se ensancha el horizonte de nuestra mente y nuestro corazón se llena de gozo y de esperanza".

"La palabra "Padre" encierra en sí misma todo lo que el cristiano debe sentir cuando reza: el amor de un hijo hacia su padre. ¡Cuánta paz, cuánto gozo y cuánta esperanza encierra esta palabra! La palabra "Padre" nos recuerda que nuestro Dios es un Dios de amor y de consuelo; un Dios que, mientras nos hace descubrir nuestra miseria, nos muestra su misericordia; un Dios que se une a nosotros en lo más profundo de nuestro ser, llenándonos de humildad, de gozo, de confianza y de amor.

En la oración del Padrenuestro, el alma descubre que el Padre es su único bien y su auténtico descanso".

LA PRESENCIA DEL HERMANO

Conforti repite frecuentemente que cuando llegamos a amar a Dios como Padre, no podemos no amar a los demás como hermanos, ya que el amor de Dios nos apremia hacia el otro para vivir con él la fraternidad universal.

"Cuando, con la humilde osadía del amor -enseña Conforti-, levantamos los ojos hacia el Padre, entonces caen las vendas del orgullo que ciegan nuestros ojos y descubrimos a nuestro alrededor la presencia del hermano. Descubrimos en nuestro prójimo la manifestación de la misma imagen de Dios impresa en nuestros corazones".

Y añade: "Jesús, que poco antes de subir al cielo pidió al Padre que todos fuésemos una cosa sola, que nos amásemos como hermanos, quiso que este sentimiento estuviese presente en la oración de todos sus discípulos a lo largo del tiempo y del espacio para que, en nuestros corazones, el amor hacia Dios y hacia el prójimo estuviese siempre unido".

Por eso, Jesús nos enseñó a rezar llamando a Dios Padre Nuestro, es decir, de todos: pobres y ricos, santos y pecadores, blancos y negros.

ANHELO DE DIOS

Pero la oración no deja nunca de ser contemplación, gozo en Dios, anhelo de su presencia. Conforti lo explica diciendo:

"Desde el abrazo a los hermanos, el corazón de quien reza vuelve al Padre con ansias de verlo.

Sabe que Dios está presente en la intimidad profunda de su ser, pero anhela contemplarlo. Se siente en los brazos del Padre, pero en un camino de tinieblas. Experimenta el dolor de no poder ver a Dios cara a cara, y ansía, en Él, llenarse de gozo y de vida.

Cuando decimos 'que estás en el cielo', nuestra oración se convierte en el grito del alma creada para amar y que se siente lejana de la vida infinita del Amor que anhela.

Levantemos pues el corazón hacia el cielo con el deseo de contemplar a Dios, mejor dicho, con el deseo de que Dios mismo descienda hacia nosotros y nos llene de su vida".

"QUE SEA SANTIFICADO

EN NOMBRE DE DIOS"

"La vida del apóstol de Cristo -enseña Conforti a los Misioneros Javerianos- debe ser una vida de intenso trabajo en estrecha unión con Dios.

No olvidéis nunca que el trabajo del apóstol debe estar alimentado continuamente por la meditación y la oración que son nuestra fuerza. Quien lo olvide sentirá pronto la falta de energía para hacer el bien, y, como tierra sin agua, no tardará en agotarse quedando estéril y sin fruto".

AMOR, GOZO Y VIDA

Así pues, Guido María Conforti, maestro de oración, comentando el Padrenuestro dice:

"Recordemos que en la oración debemos someter nuestro egoísmo para dejar que en nosotros hable, ante todo, el amor filial hacia el Padre Celeste.

Es por eso que Cristo, en la oración que nos ha dejado, nos enseña a pedir, antes que nada, que sea santificado el Nombre de Dios.

Y, cuando se nos dice "el Nombre de Dios", se nos está indicando la persona de Dios, la realidad infinitamente amable y adorable de nuestro Padre del Cielo".

Para Conforti, Dios es aquel que nos llena de amor, de gozo y de vida, que está presente en lo más profundo de nosotros mismos y que se nos manifiesta en "todo y en todos".

CONTEMPLADO Y ANUNCIADO

"Cuando el hombre contempla, en el esplendor de la creación o, mejor aún, en el interior de su conciencia, la espléndida imagen del Creador en toda su belleza y bondad, surge espontáneo en su corazón el grito de los ángeles "Santo, Santo, Santo es el Señor", y pronuncia el nombre de Dios saboreando, con respeto, su profunda santidad".

Conforti, que experimenta a Dios como padre y madre, misericordia, ternura y salvación, nos enseña que la oración es contemplar, saboreándola, la presencia de Dios.

Pero Conforti es un misionero, su vida no tiene otro sentido que el de dar a conocer al Dios que le ha cautivado con su amor. Y así, también su oración es misionera.

Para él, el deseo de santificar el Nombre de Dios "incluye implícitamente el deseo de ver que Dios, en todas partes, es siempre mejor conocido en sus atributos y en su perfección infinita.

Cuando decimos "sea santificado tu Nombre", expresamos el profundo deseo de que Dios sea santificado ante todo en nosotros, y no sólo en nuestros pensamientos y en nuestras palabras, sino sobre todo en nuestras vidas. Pero es también el deseo profundo de manifestar a Dios a toda la humanidad con las palabras y con las obras, en la fe y en el amor".

"PADRE NUESTRO,

VENGA PRONTO TU REINO"

LA SONRISA DE NUESTRO ROSTRO

La oración, cuando es auténticamente cristiana, hace brotar en nuestros corazones el ansia de que "aquellos que aún no han recibido el don inmenso de la paz y de la vida verdadera, conozcan el Nombre de Dios y de Él reciban el don de ser y saberse hijos suyos".

En Dios la humanidad encuentra el sentido de su historia, de hecho, "sin la presencia de Dios, misteriosamente vivo en nuestro corazón, dejaríamos de ser humanos. Sin Dios, como en una noche sin luz, desaparecería la sonrisa de nuestro rostro, desaparecería la luz y el sentido del universo, y buscaríamos, inútilmente, como borrachos, el camino de nuestra vida.

Porque sólo Dios es plenitud de Vida y de Justicia. Él sólo es santo y con su santidad nos indica lo que somos y lo que, con su gracia, podemos llegar a ser".

UN NOMBRE QUE DA VIDA

Conforti, con realismo añade: "Pero parece como si en nuestros días, en nombre de la libertad de conciencia, del progreso y de la civilización, se quisiera borrar el Nombre de Dios de nuestra sociedad. Si echamos a Dios, Él se retirará porque ha creado libre al hombre y no se impone, pero dejará un vacío que nada, absolutamente nada, podrá llenar".

Y continúa con su enseñanza diciéndonos aquello que él, día a día, vivía en su oración:

"La más absoluta confianza, la más completa alegría y el más profundo respeto nacen en nuestro corazón y llenan nuestro ser cuando, en la oración, nuestros labios pronuncian el Nombre de Dios.

¡Que este Nombre llene nuestra vida, que sea nuestra primera palabra al levantarnos y la última al acostarnos! En los peligros y en las angustias, que este nombre sea nuestra única fuerza".

 

PADRE NUESTRO,

HÁGASE TU VOLUNTAD

Contemplando lo que sucede en el mundo, Conforti reconoce que "tal vez nunca, en la historia pasada, los hombres se habían lanzado a la conquista de las riquezas terrenas con tanta avidez, ansia febril y desenfreno como en nuestros días. Todos sufrimos sus funestas consecuencias".

Estas palabras de Conforti podemos repetirlas también nosotros. Día a día somos testigos de cuanto el ansia de poder y de dinero destruye y divide a la humanidad.

EL REINO DE DIOS

"Cristo en la oración, en la que nos enseñó a contemplar a Dios como Padre, -nos recuerda Conforti, comentando el Padrenuestro- puso en nuestros labios la invocación 'venga tu Reino' que resume la aspiración suprema de nuestro corazón, creado para alcanzar la felicidad.

Pero, ¿en qué consiste este Reino de Dios? El Reino de Dios es el deseo secreto del universo, el deseo que ha acompañado los siglos de la historia humana. Porque así como la flor desea abrirse a la luz del sol, todo ser desea vivir en Dios. Nuestra vida es un continuo deseo de descanso, de luz y de paz, porque estamos destinados a vivir la plenitud del gozo y del amor, o sea, a poseer a Dios. Y este poseer a Dios, que Jesús nos ha enseñado a llamar con el nombre de Padre, es el Reino de Dios en nosotros.

Sí, el Reino de Dios consiste en la posesión de la vida sobrenatural, de la vida nueva que Cristo regala a todos aquellos que sinceramente la buscan".

SEMILLA DE JUSTICIA

"Pero esta vida nueva -continúa Conforti- es como una semilla que debe crecer y producir, en nosotros, frutos de virtud y de santidad. Esta vida nueva, que llamamos 'gracia santificante', es Dios que viene a nosotros para transformarnos como el fuego que transforma el hierro y lo vuelve semejante a sí mismo"

El Reino de Dios es un regalo, es un don gratuito que se nos hace. Pero este don, como una semilla plantada en nuestro corazón, no puede quedar estéril, debe traducirse en obras.

"El Reino de Dios, que está presente dentro de nosotros mismos, -nos dice Conforti- debe dar frutos de justicia, capaces de transformar este mundo lleno de corrupción, este mundo que parece haber perdido el sentido de lo recto, de lo justo y de lo honesto".

Quien espera el Reino de Dios se distingue por su estilo de vida porque mientras espera, ya está viviendo la realidad esperada.

"Aquel que aspira al Reino de Dios, lo podéis reconocer fácilmente por sus obras. Su vida es un continuo esfuerzo hacia la perfección. Su fe no es tímida, sino que ilumina todo su caminar. Se apoya en la Palabra que viene de Dios y nadie ni nada lo puede mover. La fe es la regla suprema de su vida, vive constantemente en la presencia de Dios y espera el gozo prometido a los limpios de corazón".

Para Conforti, la mejor oración que surge del corazón del misionero y que le impulsa a entregar su vida por el Reino y por los hermanos es: "Venga el Reino de Dios, reino de justicia, que nos traiga aquella paz y aquel bienestar que todos deseamos y que será el inicio de una nueva era de fraternidad".

Así, la vida del cristiano es una vida que procede de Dios y está dirigida a Dios. Es una vida que se abre para aceptar el proyecto de Dios, su Reino. Y, por ello, es una vida que da, en el mundo, frutos de amor, de justicia y de paz.

HACIA EL REINO

Pero, como nos dijo Jesús, "el Reino de Dios no es de este mundo". Su total realización escapa a nuestra historia. El Reino de Dios se realizará en plenitud sólo cuando veamos a Dios cara a cara.

Por ello Conforti, en su enseñanza, nos recuerda que "sólo aquel día, el último y definitivo día, nuestra inteligencia, creada para conocer la verdad, contemplará a Dios, que es toda la verdad. Nuestro corazón, creado para poseer y amar el bien, poseerá a Dios, fuente de todo bien.

Que toda nuestra vida sea, pues, una preparación a su venida. Que ya desde ahora, Dios reine en nosotros. Deseemos el Reino de Dios y que este deseo sea sincero, eficaz, no sólo en palabras, sino en obras y en gestos concretos.

Busquemos el Reino de Dios y que esta búsqueda abra nuestros corazones y nos lleve a hacer todo aquello que a él nos conduce.

Y si el largo y a veces duro camino de la vida, si la dificultad de la tarea que se nos ha confiado nos desalienta, pensemos en la meta hacia la que caminamos: breve es el momento de la lucha, eterno es el triunfo que nos espera en el Cielo".

PADRE, DANOS HOY

EL PAN DE CADA DÍA

San Guido María Conforti descubre en el rostro de Cristo Crucificado la Voluntad de Dios, que es la de salvar a la humanidad, de "hacer del mundo una familia".

Se enamora tanto de esta voluntad que no tiene otro interés que el de darla a conocer a todos, para que adhiriéndose a ella todos alcancen la salvación.

UN PROYECTO DE VIDA

Comentando el Padrenuestro y deteniéndose en la frase "hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo", Conforti contempla la belleza del proyecto creador de Dios.

"¿Qué es la Voluntad de Dios? La Voluntad de Dios -responde Conforti- es el soplo que mueve el universo.

Esta Voluntad la cumplen las estrellas y los planetas en su continua rotación, los ríos y los mares en su movimiento, también la cumplen las plantas y los animales siguiendo sus impulsos e instintos. Es la Voluntad de Dios que ha establecido las leyes que rigen y conservan el universo, que cada día descubrimos tan variado y tan maravilloso".

Pero Dios, que ha establecido las leyes de la creación, ha querido que la persona humana fuese su colaboradora. Por eso ha creado al hombre y a la mujer dotándoles de inteligencia y de libertad y por ello capaces de acoger su proyecto o de rechazarlo.

COLABORADORES LIBRES

"Nosotros, en nuestra libertad, -nos recuerda Conforti- podemos, si queremos, aceptar la sabiduría de Dios. Pero también, movidos por el espíritu de rebeldía, podemos oponernos a su Voluntad, turbar la armonía del universo y ensuciar la belleza de la Creación.

Dios respeta la libertad humana: nos da la capacidad de cumplir su Voluntad dejándonos, al mismo tiempo, libres para escoger otros caminos".

La consecuencia de esta libertad es que "el ser humano puede encerrarse en su egoísmo y buscar otros proyectos distintos de los de Dios.

Haciendo así, perdemos la fuerza de cumplir la Voluntad de Dios, perdemos la capacidad de conocerla y nos sumergimos en un mundo de tinieblas.

Creyendo ser libres, perdemos la libertad, nos convertimos en esclavos de las pasiones y de todo aquello que ciegamente hemos antepuesto a Dios".

Por esto Jesús nos enseña que, en nuestra oración, debemos pedir continuamente a Dios que nos haga capaces de ver y cumplir su Voluntad, de realizar su proyecto.

"Hágase tu Voluntad. Al rezar así, pedimos la fuerza y la libertad para realizarla. Y pedimos también la luz capaz de hacérnosla ver en todas las circunstancias de nuestra vida".

ILUMINADOS POR CRISTO

A veces no vemos claro lo que debemos hacer, casi como si Dios no nos mostrase su camino. En todos los terribles sucesos e injusticias que día a día contemplamos, nos puede parecer que Dios se calla, que no manifiesta su proyecto.

No es así, nos dice Conforti. "Dios no ha dejado la conciencia humana en las tinieblas, la luz de su Palabra ha iluminado a lo largo de la historia a los hombres. Y por si eso fuera poco, nos ha mandado a su Hijo, que haciéndose hombre ha venido a cumplir la voluntad del Padre.

Para llegar a la perfección, para cumplir la Voluntad Divina, tenemos un camino muy claro y eficaz: la persona de Jesús. Siguiéndole a Él no caminamos en las tinieblas, porque la voluntad de Dios se nos manifiesta en todo aquello que Jesús ha vivido y ha enseñado".

Para Conforti, la manera más sencilla de realizar el proyecto de Dios es seguir a Jesús que "nos da su Palabra continuamente por medio de su Santa Iglesia".

EN LA VIDA DE CADA DÍA

"La voluntad de Dios -nos avisa Conforti- no nos exige cosas extraordinarias, fuera de lo común, ni nos pide continuos actos de heroicidad. Lo que nos pide es hacer bien lo que en cada momento tenemos que hacer.

Cumplimos la Voluntad de Dios, no con sueños de cosas inalcanzables, sino con el cumplimiento exacto de los deberes del momento presente".

Jesús, al indicarnos que en la oración tenemos que pedir que se cumpla la Voluntad de Dios, nos indica que "podemos hacer nuestras las palabras del profeta: 'Aquí me tienes, Señor, ¿qué quieres que yo haga?'. O mejor aún, nos da la fuerza de poder decir como Él: 'Padre, que no se haga mi voluntad, sino la tuya'. Esta oración de Jesús es el vértice de toda oración".

"PADRE NUESTRO,

PERDONA NUESTRAS CULPAS"

Un día, San Guido María Conforti confesó a sus discípulos: "En mi corazón, siento toda la belleza de rezar pidiendo cada día: "danos hoy nuestro pan". Me conmueve esta petición ya que expresa toda la confianza de un hijo hacia su padre. Es el acto de extender, cada día, la mano hacia la Providencia como un pobre mendigo que pide el alimento necesario".

COMO MENDIGOS

Tal vez por esto Conforti, que se despojó de todos sus bienes para la fundación del Instituto de los Misioneros Javerianos, no siente ninguna vergüenza de mendigar para sus misioneros y para los pobres de sus misiones, y lo hace siempre confiando totalmente en la Providencia de Dios.

Comentando el Padrenuestro, y parándose en la frase: 'danos hoy nuestro pan de cada día', dice:

"Ante todo, pedimos al Padre que nos dé el pan del alma que es la Palabra de Vida salida de la boca de Dios y de su Cristo, y anunciada continuamente en el mundo. Esta Palabra produce en nosotros la fe, alimenta la esperanza y enciende en nuestros corazones el ardor de la caridad. Pedimos también el pan de la Eucaristía, Sacramento del Amor de Dios, en el que Jesucristo se entrega como alimento de nuestras almas. Y pedimos el pan de la justicia, cuya hambre todos debemos continuamente sentir".

 

UNA FIEBRE DEVORADORA

Después de haber recordado la realidad de nuestro mundo, esclavizado por la codicia de las riquezas, con un ímpetu profético, Conforti añade:

"Jesús también nos enseña a pedir el pan que alimenta el cuerpo. Pero recordemos cómo y con qué moderación y desprendimiento Él quiere que lo hagamos.

No es lo superfluo y mucho menos lo suntuoso o lo lujoso lo que debemos buscar, desear y pedir a Dios, sino única y sencillamente lo necesario: el pan de cada día.

Pero esto es difícil porque, mientras las enseñanzas del Evangelio condenan el ansia desmedida de poseer, las leyes de la economía del mundo gritan: ¡Más producción!, ¡más riqueza! Como si la riqueza fuese la fuerza que mueve el universo.

Una fiebre devoradora, una sed insaciable, una avaricia extrema se han apoderado de nuestra sociedad. Por ello el hombre actual no sabe descansar, derrocha su existencia porque no está nunca satisfecho: tiene diez y quiere cien, alcanza cien y desea mil, ambiciona siempre tener más y no se para nunca en su avidez desenfrenada".

EL BECERRO DE ORO

Conforti tiene ante sí las consecuencias de una sociedad desigual y llena de injusticia. Descubre que es un mundo contrario al proyecto de Dios y como profeta denuncia la injusticia y la maldad, origen de las divisiones y las guerras.

"El hombre, ávido de riqueza, se convierte en esclavo del dios dinero, del señor de este mundo. A él sacrifica su honor en tráficos deshonestos, con comercios ilícitos, con especulaciones oscuras y corrupciones escandalosas. Por él ensucia su propia dignidad, reniega de sus principios, pisotea sus juramentos. Oprime al obrero, derrama la sangre del pobre... El becerro de oro es nuevamente el dios de nuestro mundo.

Jesús no nos enseña a pedir al Padre lo superfluo, ni la abundancia, ni la riqueza, cosas todas que no pueden apagar la sed del corazón. Nos enseña a pedir sólo lo necesario: el pan de cada día.

EL PAN DE TODOS

"El Divino Maestro nos dice que debemos pedir el pan necesario para la vida de todos. Cuando nos enseña que recemos diciendo 'nuestro pan', quiere que comprendamos que el pan y los demás bienes que Dios nos da no son nunca totalmente propiedad privada de unos pocos, sino que son comunes a los demás en la medida que la necesidad lo exija.

Según la ley de la caridad aquel pan, que vemos abundar en las mesas de algunos, debe distribuirse a aquellos que lo necesitan, para que todos reciban lo que es necesario.

Recordemos que ante la indigencia de tantos, el lujo excesivo está condenado por el Evangelio.

No vengáis a decirme que el lujo de los ricos es fuente de bienes y de progreso para el pueblo porque da trabajo a miles de obreros. Os digo que el lujo derrocha los bienes y despilfarra el esfuerzo de los obreros. El lujo es un insulto a la miseria de muchos, es una provocación al pobre y al indigente.

Vosotros los ricos, sabed que según el Evangelio, lo superfluo, lo que no es necesario, no es vuestro. Cuando terminan las necesidades legítimas, vuestras riquezas dejan de ser propiedad vuestra, son patrimonio de los pobres, de aquellos que en el mundo lo necesitan".

"NOSOTROS PERDONAMOS

A LOS QUE NOS HAN OFENDIDO"

"No olvidemos nunca -enseña Conforti- de pedir al Padre del Cielo que perdone nuestras deudas, nuestras innumerables culpas, porque ésta es la condición indispensable para obtener la paz del corazón, bien inestimable para la vida del hombre y preludio de aquella paz que no conoce sombras".

DÍAS DE LÁGRIMAS

En su predicación sobre el Padrenuestro San Guido María Conforti, comentando la frase "perdona nuestras ofensas", exclama:

"¿Quién no siente, hermanos, la necesidad de ser perdonado? Y, ¡cuánto gozo, cuánta paz experimenta el que recibe el perdón!".

Ante una sociedad que pretende negar el pecado, Conforti recuerda que "pecamos contra Dios, autor de la vida, cuando nos negamos a proteger la vida o nos desinteresamos de los sufrimientos ajenos.

Pecamos cuando anteponemos nuestros deseos egoístas a la ley de Dios, cuando entronizamos como dioses a realidades que no pueden salvarnos, cuando nos dejamos llevar por las pasiones del placer desordenado, del poder insaciable y de la riqueza ávida y egoísta.

Pecamos cuando en nuestra vida buscamos la satisfacción de nuestras peores ambiciones, de nuestro insaciable orgullo".

Italia estaba en guerra, Conforti, que comparte el sufrimiento del pueblo, denuncia: "No tenemos razón de lamentarnos diciendo que el Señor nos envía tribulaciones. Estos días de lágrimas y de sangre, no vienen de Dios, son fruto del egoísmo de muchos, son consecuencia de muchos pecados".

PECADO Y PERDÓN

La guerra enseña a Conforti hasta dónde el pecado destroza a la persona y a la sociedad. "El pecado concede a quien lo comete un instante de gozo malsano que con la velocidad del rayo desaparece, dejando detrás de sí las tinieblas y la tempestad, la vergüenza y el remordimiento".

Pero este remordimiento es bueno, es camino de salvación porque "es la voz del alma que se dice a sí misma: 'Puedo intentar olvidar, pero yo sé que en tal día y en tal hora falté a mi deber, cometí el mal y ahora la culpa me persigue como un fantasma'. El remordimiento es también la voz de Dios que dice al pecador: 'Me has alejado de tu corazón'. Si seguimos esta voz podremos llegar a obtener el perdón".

JESÚS ES PERDÓN

Pero recordemos que "así como es cierto que todos, en mayor o menor medida, somos deudores de Dios, también es cierto que nadie es capaz de rescatar su deuda.

Sólo en Jesús, por su amor, por la fuerza de su sangre derramada y por los méritos infinitos de su gran sacrificio, podemos implorar y esperar del Padre celestial el perdón de nuestras ofensas, la remisión de nuestras deudas".

Conforti nos recuerda el don que Jesús nos ha hecho del sacramento de la reconciliación:

"Quien ha pecado, ha perdido la paz de su corazón y la confianza en sí mismo. Necesita un medio fácil y seguro para rehabilitarse, para salir de la tristeza.

Jesucristo nos ha enseñado a levantar la mente y el corazón a Dios, Padre bueno que siempre está dispuesto a perdonar a sus hijos. Nos ha enseñado a implorar su clemencia, el perdón de las ofensas, la remisión de nuestras deudas.

Y ha querido que tuviésemos un signo seguro de su perdón: sabemos, en efecto, que hemos sido perdonados cuando descargamos, en la sinceridad del arrepentimiento, el peso de nuestro pecado a los pies de quien en la Iglesia, puede decirnos en nombre y con la autoridad de Jesús: 'Tus pecados te son perdonados, ¡vete en paz!'.

¡Cuánto ha sido bueno el Señor con nosotros!".

EL GOZO DEL PERDÓN

Conforti, que sin miedo ha denunciado como un profeta los egoísmos de nuestro mundo y el ansia de poder y de riqueza que destruyen la humanidad, ahora se alegra ante la belleza y el gozo del perdón que todo lo renueva y que ofrece a todos la posibilidad de caminar por las sendas de la justicia.

"Y, ¿quién puede describir el gozo profundo de aquel que ha obtenido el perdón?, -se pregunta Conforti-. ¿Quién puede narrar la paz de aquel que puede decir con humilde confianza: 'El Señor me ha perdonado, hoy ha sido anulada mi deuda, hoy puedo, con la divina gracia, empezar una vida nueva y alcanzar las más altas cimas de la perfección?'.

Sí, más fuerte que el pecado es el amor de Dios. Que esta seguridad nos acompañe siempre y sea fuente de nuestro gozo y de nuestra renovación. ¡El Señor no podía ser más bueno con nosotros!".

"PADRE, NO DEJES QUE

CAIGAMOS EN LA TENTACIÓN"

"Nunca como en nuestros días -decía Conforti- se ha hablado tanto de la igualdad y de la fraternidad de todos los miembros de la gran familia humana. Pero no olvidemos que fue Jesús quien dio inicio a la verdadera hermandad universal, basada en el precepto de la mutua caridad. Un precepto que destierra de nuestros corazones el odio, la venganza y la discordia que, desde antiguo y a lo largo de toda la Historia, han convertido la tierra en un lugar de miseria".

AMOR Y PERDÓN

Continuando el comentario al Padrenuestro, San Guido Conforti nos recuerda los deseos de paz y armonía que hay en el corazón humano. Deseos que se harán realidad sólo si somos capaces de perdonarnos mutuamente las ofensas.

"Jesús, en su Evangelio, nos dice que la caridad mutua debe regir las relaciones humanas, no sólo entre los individuos, sino también en la familia y entre los pueblos".

Esta caridad, esta capacidad de hermandad, la vive quien es consciente de haber sido perdonado, quien sabe comprender el peso que lleva el hermano que se equivoca porque él también lo ha llevado. Por eso la condición para recibir el perdón es ser capaces de ofrecerlo.

"El Señor -nos enseña Conforti- establece una condición para que podamos recibir el perdón de Dios y, perdonados, podamos vivir con el corazón libre. La establece cuando nos enseña a rezar diciendo: Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido".

AMA A TU ENEMIGO

"Sí, estas palabras expresan, sin ninguna duda, una condición necesaria, puesta por Dios, para concedernos su perdón. Y, no nos engañemos, el cumplimiento de esta condición es indispensable para acercarse a la Divina Misericordia.

Esta condición es la consecuencia lógica de la palabra de Jesús: 'Os han dicho: ama a tu prójimo y odia a tu enemigo. Yo os digo: amad a vuestros enemigos'. Sin perdón no es posible el amor".

El precepto de Jesús es válido para todos y en todas las ocasiones, no existen excepciones.

"Éste es un precepto válido para todos: para los grandes y poderosos de la tierra, para las personas de honor y los desheredados, para los nobles y los plebeyos, para los ricos y los pobres, y también para todos aquellos que son pisoteados y despreciados, los que sufren la injusticia... A todos Jesús da el precepto de perdonar".

NO ALMACENÉIS ODIO

Guido Conforti, que en su vida fue incomprendido, calumniado y acusado injustamente, aprendió de Jesús a perdonar. Amó y perdonó heroicamente y así conoció la dulzura, la paz y la tranquilidad del corazón. Desde su experiencia nos habla del perdón.

"A vosotros que habéis padecido injusticias o que sois víctimas de la maldad de los otros os digo: no os amilanéis, antes bien defended legalmente vuestros derechos, buscad que se haga justicia, tenéis derecho a ello. Pero no busquéis la venganza, no almacenéis en vuestro corazón el odio ni el rencor contra vuestros adversarios. Recordad la palabra de Jesús: 'Amad a vuestros enemigos'.

Recordad que Jesús no sólo predicó este precepto con sus palabras sino con su ejemplo, con su vida: le persiguen y lo calumnian, Jesús hace el bien; Judas le traiciona, Jesús le abraza; Pedro lo niega, Jesús le perdona y le devuelve la dignidad perdida; en la Cruz le torturan, le insultan, Jesús perdona a sus verdugos.

No nos engañemos, todos hemos pecado. No intentemos disimular nuestra culpa, todos necesitamos el perdón de Dios. Y Jesús nos indica el único camino para obtenerlo: 'Si vosotros perdonáis a los otros, también vuestro Padre del Cielo os perdonará'. Éste es el camino: perdonemos y se nos perdonará.

SED MISERICORDIOSOS

No digas: el tal me ha ofendido, es un ingrato, un pérfido, un traidor que no merece ni indulgencia ni afecto. ¿No te das cuenta que, diciendo así, actúas como juez? Y, ¿quién te ha establecido juez sobre los demás? Debemos perdonar no por los méritos de quien nos ha ofendido, sino porque queremos obedecer a Dios, queremos seguir a Cristo y por su amor podemos y debemos perdonar de todo corazón.

'Bienaventurados los misericordiosos, porque alcanzarán la misericordia'. De eso se trata, de sentir compasión por la miseria ajena. Y, ¿qué mayor miseria que el pecado?

El perdón es el acto más hermoso de la misericordia y a quien lo practica se le concede un corazón limpio y capaz de penetrar el Cielo, para alcanzar el perdón de Dios, capaz de poseer la tierra, para ofrecer perdón y construir la paz".

"PADRE NUESTRO

LÍBRANOS DEL MAL"

Hay algo que nos sorprende cuando nos acercamos a la personalidad de San Guido María Conforti. Nos encontramos con una persona amable y sencilla, pero con una voluntad de hierro.

Un día, Conforti confía a un amigo: "No hay nada tan agradable como encontrarse con un hombre dotado de voluntad recia, constante, capaz de resistir a las adversidades". Sin darse cuenta está dando el retrato de sí mismo, de lo que todos aprecian en él.

VOLUNTAD RECIA

"La voluntad -enseña Conforti- tiende al bien. Por ello, el hombre de voluntad recia es el que sabe hacer converger todas sus energías, todas sus facultades al triunfo del bien, de la verdad y de la justicia. No se deja abatir por el miedo, ni influir por los aduladores. Domina los impulsos de su interior, no es esclavo de voluntades ajenas, ni de los caprichos de su sensibilidad. Es dueño de sí mismo, y pone en obra sus facultades para realizar sus propósitos de bien".

Pero, ¿dónde encontrar este hombre de voluntad recia? "Es tal la fragilidad humana, son tantos nuestros límites, que si Dios dejase de extender sobre nosotros su mano, si nos dejase solos, no seríamos capaces de mantenernos ni un solo momento en el camino del bien.

Es por ello que el Divino Maestro nos ha enseñado a pedir continuamente al Padre celestial que nos proteja de la tentación: 'No nos dejes caer en la tentación'. Jesús nos enseña que cuando nos sentimos débiles, debemos levantar nuestra mirada y dirigirnos a Dios para que no nos abandone. Debemos pedirle que nos asista con su gracia y nos proteja para que no caigamos en el abismo del pecado".

NUESTRA FRAGILIDAD

Conforti, en su enseñanza, se pregunta: "¿Qué es la tentación?". Y responde diciendo: "La tentación es aquel movimiento de nuestro ser, aquella inclinación, que nos empuja al mal, al pecado. Y existe, no porque Dios nos la mande, sino por la debilidad y la fragilidad de la condición humana. Es cuando comprendemos esto que descubrimos la necesidad de ayuda que tenemos y surge en nosotros la urgencia de pedir a Dios la fuerza para vencer este mal".

Demasiadas veces nos creemos "fuertes", nos cuesta aceptar los límites de nuestra condición humana. Conforti nos dice: "Acordémonos que incluso San Pablo se quejaba de no lograr hacer todo el bien que deseaba y de tener que soportar la tentación. Ante esta situación el Señor le contestó: 'Mi gracia te basta'. Esta gracia, esta fuerza del Señor, es la que nosotros también pedimos en nuestra oración. No nos engañemos: somos frágiles como el cristal y, si Dios no nos sostiene con su protección, caemos en lo más profundo de la maldad. Eso no es ninguna vergüenza, es sencillamente la realidad".

Pero Conforti sabe también descubrir e indicar las ventajas de esta situación de la persona, de estos límites que todos llevamos continuamente en nosotros. "La conciencia de la propia fragilidad -dice- nos permite ser indulgentes con los demás, comprender las debilidades ajenas. El conocimiento de nuestra debilidad nos protege de la inclinación funesta de querer ser jueces de los demás".

El conocimiento de la propia debilidad, según Conforti, nos hace capaces de ser constructores de paz, colaboradores en la tarea de hacer un mundo de hermanos, abiertos para acoger el don del Reino de Dios. La conciencia de nuestra debilidad nos ayuda para que podamos gozar del abrazo paterno de Dios.

VIGILANTES Y ORANTES

"Para vencer la tentación, Jesús nos indica dos medios: la vigilancia y la oración. 'Velad y orad para no sucumbir en la prueba' dijo Jesús a sus apóstoles y hoy nos lo repite a nosotros.

Vigilar quiere decir conocerse a sí mismo, controlar los sentimientos que surgen del corazón, alejarse de lo que pueda debilitar la voluntad y evitar todo aquello que pueda conducir al pecado.

Pero la vigilancia no es suficiente. Cristo también invitó a sus discípulos a orar. Ellos no siguieron esta invitación y les faltó la fuerza de permanecer firmes en el momento de la prueba. Pedro creyó ser fuerte, no supo rezar, y negó tres veces a su Maestro.

Si permanecemos vigilantes en la oración, aunque el maligno levante tempestades en nuestro corazón, no logrará derribarnos. 'Todo lo puedo en Aquél que me conforta', podremos decir también nosotros".

Con Cristo estamos llamados a vencer sobre el mal de nuestro mundo. Ésta es una "ardua tarea -nos dice Conforti-, casi sobrehumana. Pero el Divino Maestro nos ha manifestado el secreto de esta victoria enseñándonos a pedir a su Padre Celestial la gracia de este triunfo; y lo hacemos cada vez que repetimos aquellas palabras que son la conclusión de la oración que Jesús nos dejó: 'Líbranos del mal'. Y ésta es una petición muy necesaria".

CADENA DE SUFRIMIENTO

Conforti ha tenido que sufrir muchas veces. La enfermedad le condiciona durante toda su vida, recibe incomprensión y rechazo... El mal es una realidad que conoce profundamente.

"Todos hemos experimentado la presencia del mal. Desde el nacimiento hasta la muerte, el ser humano es víctima de la ley inexorable del dolor. Sufre por la enfermedad, que la ciencia puede aliviar, pero no eliminar. Sufre ante la inseguridad del futuro. Sufre cuando ve como se desvanecen muchas de sus esperanzas, cuando experimenta la ingratitud que rompe tantos afectos. En nuestra vida sentimos el peso del miedo, del cansancio, de la tristeza, del desprecio o de la desesperación. Todo esto forma una cadena que puede parecer insoportable.

Por todo ello -continúa enseñando Conforti- es lícito que pidamos a Dios que nos libre de los males que nos oprimen. Y Jesús nos enseña a hacerlo con sumisión filial, porque por encima del sufrimiento presente en la vida de cada uno de nosotros, por encima del dolor y del mal que recorre la historia humana, está Dios, infinitamente justo y santo, que todo lo dispone para nuestro bien".

LUCHA CONTRA EL MAL

"Pidamos al Señor que nos libre de aquellos males que nos oprimen, sabiendo por la fe que Él nunca abandona, en las luchas y en las tribulaciones de la vida, a aquellos que confían en Él. Pero recemos con total sumisión a su voluntad, a sus proyectos que son siempre para nuestro bien y nuestra salvación.

Pero, ¿cuál es el mal del que, sobre todo, debemos ser liberados? Es el gran mal, es el pecado".

Conforti nos recuerda que "el pecado es la más completa perversión de la armonía y por ello origen de todo mal. El pecado destruye el proyecto de Dios, atropella su creación, rompe la vida y anula la razón. Introduce en nuestra inteligencia la mentira, en el corazón, la vanidad y el orgullo, y en nuestro obrar, la esclavitud.

Con el pecado, se alojan en nuestro interior apetitos insaciables que nos vuelven incapaces de conducir nuestra vida. Preguntémonos, si no, cuál es la fuente de la mayoría de nuestras inquietudes, angustias, desánimos y tristezas; descubriremos que son fruto de la esclavitud a la que el pecado nos tiene sometidos. En verdad, somos esclavos de todo aquello que deseamos desordenadamente".

LLAMADOS A SER LIBRES

Jesús nos enseña a pedir con confianza la libertad al Padre: líbranos del mal, decimos.

Conforti, comentando esta última petición nos dice: "El ser humano se siente llamado a la libertad. En lo más profundo de sí mismo, desea la libertad. Esta llamada y este deseo son la fuente de la dignidad de la persona y del respeto hacia sí y hacia los demás. Todo aquello que amenaza la libertad lo sentimos como un horrible atentado contra la vida moral. Por el contrario, todo lo que ofrece libertad nos atrae y seduce".

La libertad es el mayor de los bienes, ya que nos hace capaces de colaborar con Dios, de aceptar su proyecto, de abrirnos a su amor, de entrar en diálogo con los hermanos. La libertad es el fundamento del gran proyecto de hacer del mundo, de todas las personas humanas, una familia.

"Pero, ¡cuánta distancia corre entre la libertad de los hijos de Dios y aquello que el mundo proclama como libertad! La libertad que Cristo nos ha conseguido ennoblece a los pueblos, porque se cumple en el ejercicio del bien y de la justicia, garantiza a cada uno la expresión de lo mejor que lleva en su interior.

¡Cuánta distancia corre entre la libertad querida por Dios, y la libertad ofrecida por engañosas doctrinas esclavizantes! La primera asegura la armonía entre los hombres, los pueblos, el cielo y la tierra. La segunda rompe esa armonía, destruye todo vínculo de unión, impone la sumisión a sus caprichos.

Seremos libres si nosotros resucitamos de la muerte del pecado, arrojamos lejos el sudario de nuestros desordenados deseos, rompemos aquella losa que nos tiene sepultados y nos impide alcanzar las cimas de la perfección. No es una empresa imposible, en Cristo, con la oración, podemos verdaderamente realizarla".