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DOSS 20: DEUDA E(X)TERNA

13 May 2016
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Llegaron por la mañana, al son de las trompetas, y los más despiertos les recibieron con alegría, confiados en sus buenas intenciones. A muchos se les fueron los ojos tras aquellos bolsillos repletos de dólares y las mujeres y los niños creyeron que en el horizonte comenzaba a brillar el arco iris.

Pero al atardecer, la noche llegó antes, y algunos descubrieron que aquel regalo había acabado con el sol. Después de unos años, muchos gritaron que les habían robado la primavera, encadenados a vivir bajo el invierno de la miseria.

COGIDOS DEL CUELLO

Aquella mañana de la década de los setenta, los países industrializados pasaron por el mundo necesitado prestando a bajo interés toda aquella acumulación de capital, que iba camino de convertirse en un problema. Ante su necesidad de desarrollo, casi todos mordieron el anzuelo y cavaron una fosa de la que no les dejan salir, una fosa que llaman "deuda externa", una fosa que no es sino "deuda eterna".

En muchos países los gobiernos dictatoriales dilapidaron la deuda en su provecho y en el de las grandes oligarquías, sin que el pueblo disfrutara, ni tan siquiera al principio, de aquel "regalo".

Inmediatamente después llegó la crisis de los ochenta, la exigencia de los países industrializados de la devolución de la deuda (en dólares por supuesto), el incremento bárbaro de los intereses que pasaron de un 7 a un 20 por ciento, la vergonzosa bajada de los precios de las materias primas, único medio de estos países para obtener los dólares con los que pagar la deuda.

Así, para acumular moneda fuerte hubo y ha habido que aumentar las exportaciones y disminuir los gastos sociales. Aún más, aún más pobreza y miseria para el pueblo.

Con todo, se quedaron sin careta los grandes "bienhechores" y mostraron su verdadera intención: crear una total dependencia de estos países con el "primer mundo", tenerlos cogidos del cuello con el pago constante de la deuda que impide su desarrollo, y así obtener las materias primas a precios de ladrones.

Porque lo "único" que están pagando día a día estos países son los enormes intereses, y ese pago de intereses no cesará hasta que no se abone la deuda. Pero la deuda, mafiosos del Fondo Monetario Internacional, la deuda, dioses del Banco Mundial, encargados de gestionarla como les da la gana sin que nadie les pueda decir si está bien o mal, la deuda ha sido pagada hace años porque la suma de lo abonado por los intereses la sobrepasa varias veces. La deuda ha sido pagada y lo de ahora es usura, es aprovecharse de la necesidad del pobre.

DEJAR DE ROBAR

Por eso, los países que envenenaron en su día el anzuelo deben soltar las cadenas, dejar de lucrarse injustamente, dejar de robar, dejar que los países se desarrollen sin lastres. Pero no, tienen miedo de enfrentarse, en ese libre mercado tan aplaudido, a unos países mucho más ricos potencialmente y necesitan abusar de la injusticia para mantenerse en ese pedestal del poder y dinero que arrasa con todo.

Y además de dejar de robar, dejen de mostrar su inmoralidad de conferencias de medio ambiente y campañas internacionales, cuando los países deudores deben buscar fondos alternativos, para pagar la deuda, en la destrucción del medio ambiente o en el cultivo de la droga. Y luego Occidente les presiona con el pretexto del narcotráfico, cuando lo que busca es obtener aún más ventajas económicas y comerciales.

Dejen de exigir lo que no se puede pagar y además ya está pagado. Devuelvan la esperanza a miles de millones de personas. Devuelvan la primavera que robaron.

PREGUNTAS Y RESPUESTAS

¿Qué es la deuda externa de los países pobres?
La deuda externa es el dinero que los países del Sur deben a los bancos y países del Norte y a las Instituciones Financieras Mundiales (Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial, etc.) como consecuencia de préstamos que sus gobiernos recibieron en el pasado.

¿Cuáles son los países más endeudados del mundo?
Hay varias maneras de medir el endeudamiento de los países, pero lo verdaderamente importante es conocer cuánto debe un país en relación con su población, su nivel de renta y su capacidad económica. 
Comparando la deuda externa total con el producto o renta nacional (PNB) o con sus exportaciones, que marcan la capacidad de un país para obtener las divisas necesarias para pagar, nos encontramos con un grupo de países que en total deben menos, pero en relación con su propia población, su renta y su economía, son los que más deben y para los que es más difícil soportar la carga de la deuda externa.
En general los países en vías de desarrollo son los que tienen que soportar en mayor grado el peso de esta deuda que en realidad hipoteca sus posibilidades de desarrollo.

¿De dónde proceden las deudas que hoy se están pagando?
Debido a un cúmulo de circunstancias, entre las que destaca la subida de los precios del petróleo, en los años 70 el sistema bancario disponía de un volumen de dinero extraordinario. Muchos países del Sur recibieron préstamos en grandes cantidades, pero no fue debido a la generosidad de los bancos y países del Norte. Había mucho dinero que tenía que ser prestado para poder obtener rentabilidad del mismo y sólo los países del Sur, con carencias estructurales, aceptaron esos préstamos. 
Posteriormente, los intereses crecieron (pues el dinero prestado tenía un tipo de interés variable) haciendo la deuda impagable, al tiempo que el dólar (moneda en la que tenían que pagar la deuda) subía y las materias primas que los países endeudados exportaban veían bajar su precio en el mercado internacional. Ante esta situación, los países endeudados comenzaron a dejar de pagar y a pedir más préstamos para devolver los anteriores. Llegó un momento en el que se recibía dinero prestado sólo para poder pagar los intereses de anteriores préstamos.

¿Quiénes son responsables de la deuda externa?
Podemos decir que los responsables de la deuda (o, más bien, los irresponsables) fueron tanto los acreedores como los deudores.
Por un lado, los que hoy son acreedores prestaron dinero en grandes cantidades a países económicamente muy débiles, confiando en que de una u otra manera les pagarían. En ocasiones las entidades y países del Norte condicionaban el crédito a la compra de sus mercancías, incluidas armas.
Los países deudores tenían motivos para endeudarse, pues necesitaban financiar su desarrollo y cubrir las necesidades básicas de su población. Pero gobiernos dictatoriales se aprovecharon para pedir demasiado dinero y utilizarlo para fines que no beneficiaban a su población, como obras faraónicas con la única finalidad de enaltecer al dictador de turno o armamento para mantener sometido el pueblo y basar el poder en la fuerza del ejército. Hubo también casos de corrupción en el manejo de los créditos que dieron lugar a la deuda externa que hoy arrastran los países del Sur. Los que prestaban conocían muy bien estas situaciones, pero no les prestaron atención.

¿Por qué es injusta la deuda externa?
El endeudamiento de los países pobres alimenta una realidad de muerte y sufrimiento de pueblos y personas que son utilizados como depositarios de unos compromisos que ellos jamás han asumido. 
La deuda externa perjudica principal y directamente a los grupos de población más excluidos y empobrecidos, que no tuvieron capacidad de decisión en el momento en que las deudas fueron contraídas, no se beneficiaron de las consecuencias de los préstamos concedidos a sus Estados, y sin embargo, ahora ven sus condiciones de vida deteriorarse por los pagos de la deuda externa sin poder hacer nada para impedirlo.

¿Quién recibe el dinero de los pagos del servicio de la deuda?
Cuando los países del Tercer Mundo sacrifican el bienestar de su población y hacen frente a los pagos de su deuda externa, el dinero de los pobres llega a las arcas de:
- Bancos privados de países ricos, en los que sólo supone un incremento marginal y en muchos casos inesperado de sus cuentas de beneficios.
- Estados de países del Norte que, por otra parte, consiguieron que sus empresas exportasen mercancías con los créditos a la exportación o con la cobertura de sus riesgos que se encuentran en el origen de la mayor parte de las deudas.
- Instituciones Financieras Multilaterales, que mantienen duras exigencias de política económica para seguir prestando y exigen pagos completos e inaplazables de cada una de las operaciones de crédito generadoras de la deuda.

¿Por qué crece constantemente la deuda externa acumulada?
La deuda externa crece constantemente a pesar de que cada año los países pobres pagan una cantidad superior a sus acreedores. Los motivos de este incremento constante son:
- Los intereses variables y crecientes que pagan en muchos casos los países deudores. De lo que se paga cada año, sólo la mitad corresponde a la devolución en sí; el resto son intereses.
- Muchos países reciben nuevos créditos para devolver los anteriores, debido a los atrasos en los pagos en los que las naciones endeudadas se ven obligadas a incurrir.

¿Cuáles son las consecuencias de la deuda externa?
Los países más endeudados pertenecen a lo que se ha clasificado como Tercer Mundo, con estados en proceso de creación y sin infraestructuras ni servicios sociales con los que mejorar las condiciones de vida de su gente.
La deuda perjudica la subsistencia misma de la población de los países más pobres del Sur (por las malas condiciones de vida), mina sus posibilidades de futuro (al frenar la llegada de la educación al conjunto de la población), y obstaculiza el crecimiento económico impidiendo entre otras la inversión en infraestructuras. 
En muchas ocasiones los países endeudados han de recurrir, para poder pagar sus deudas, a talar sus selvas tropicales, su principal patrimonio natural, y a sobreexplotar la riqueza del suelo, de sus ríos y mares, lo que comporta gravísimas consecuencias para su futuro y, por tanto, para el de su población.

¿Contribuye la deuda a agravar los conflictos violentos?
La deuda externa contribuye decisivamente a perpetuar situaciones de pobreza humana y de escasez de recursos, lo que hace que se incremente el descontento social, multiplicándose los conflictos y revueltas para apropiarse de los escasos recursos disponibles, situaciones que a menudo acaban en enfrentamientos abiertos. La miseria de la población de estos países es el mejor caldo de cultivo de las guerras que ensangrientan nuestro mundo actual.

¿Qué se ha hecho para solucionar el problema?
Desde el estallido inicial de la crisis, los Estados y entidades del Norte establecieron como organismo mediador y gestor de la misma al FMI (Fondo Monetario Internacional). 
En un primer momento, se fijaron severos programas de ajuste para los países endeudados con el objeto de que pudiesen pagar. El propio FMI, dominando por los votos de los países acreedores, se convirtió en un importante prestamista en respaldo de esos ajustes.
Los países deudores y acreedores se reúnen en el llamado Club de París. En él cada deudor negocia con el conjunto de sus acreedores, en unas negociaciones claramente desiguales: se impide toda asociación entre los deudores, mientras los países acreedores actúan de manera coordinada.
Recientemente ha sido impulsada por el FMI y el BM y respaldada por el Club de París, la llamada iniciativa para el alivio de la deuda de los Países Pobres Altamente Endeudados (PPAE), que ha generado enormes expectativas pese a sus enormes e injustas limitaciones.

¿Qué es y en qué falla la iniciativa PPAE?
La iniciativa para el alivio de la deuda de los Países Pobres Altamente Endeudados fue lanzada por el FMI y el BM en 1996. Su objetivo es reducir la deuda de los países más pobres y endeudados a un nivel que han denominado sostenible. 
Aunque esta iniciativa resulta interesante y presenta algunas novedades importantes, tal y como ha sido formulada no conseguirá el objetivo que persigue: que los países más pobres alcancen un nivel sostenible de deuda externa.
De hecho, se excluye a algunos países de los beneficios de la iniciativa por su pésima situación política y económica (en lugar de ofrecerles mayor ayuda). Se ofrece una reducción de la deuda demasiado escasa y que no pone en primer lugar las necesidades de la población del país (el nivel fijado como sostenible realmente no lo es, sigue siendo insostenible). Y se exigen estrictas y discutibles políticas económicas con normas muy arbitrarias en las cantidades y plazos de reducción.

¿Por qué es necesario perdonar las deudas de algunos países?
La deuda externa se ha convertido en uno de los principales obstáculos para el desarrollo de gran parte de la población mundial. Al entrar en un nuevo milenio debemos preguntarnos si es posible seguir manteniendo una deuda externa que hipoteca tan gravemente el futuro de los sectores más pobres de la humanidad.
El problema de la deuda debe ser resuelto. Si no se hace, no será posible caminar hacia un mundo libre de la lacra de la pobreza y la miseria que afectan a cientos de millones de personas.
La deuda externa es una fuente de transferencia de recursos desde los pobres hacia los ricos, que avanza contra los principios de igualdad y solidaridad. Los países del Tercer Mundo pagan cada año en concepto de servicio de la deuda cuatro veces más de lo que reciben como ayuda al desarrollo (AOD). A causa de la deuda, los pobres son cada vez más pobres; y los ricos, cada vez más ricos.
El problema de la deuda externa exige soluciones negociadas y concertadas a partir de un diálogo igualitario entre el Norte y el Sur. Lo contrario contribuye a mantener una situación inviable en el tiempo: la deuda externa nunca se podrá pagar.

¿Quién se beneficiará si se perdonan las deudas?
Este es un aspecto decisivo. La condonación de la deuda externa, bien directamente o bien vinculada a programas de conversión de esta deuda por inversiones en desarrollo humano (salud, educación, medio ambiente), debe canalizarse para beneficiar a la población más pobre.

¿Qué son los programas de conversión de deuda?
Estos programas consisten en un acuerdo entre el país deudor y el acreedor, por el cual una parte de la deuda se condona (por ejemplo, el 60%) y el resto (el 40%) el país deudor lo pone en un fondo en su propia moneda. 
Con el dinero de ese fondo, que será co-gestionado por el Estado deudor y ONGs de ambos países, se llevarán a cabo proyectos de educación, salud y protección del medio ambiente.

¿Debe condicionarse la condonación de la deuda?
Es necesario que la condonación de la deuda se haga en unas condiciones que impidan el posterior reendeudamiento de los mismos países. Además el perdón de la deuda debe realizarse en unas condiciones tales que supongan una verdadera nueva oportunidad para los sectores de población más perjudicados por la misma.
Para ello, es conveniente establecer vinculaciones entre el perdón de la deuda y la aplicación de políticas económicas y sociales que promuevan el desarrollo humano.
Sin embargo no es positivo que esta reducción esté condicionada, pues ello puede convertirse en una excusa para la pasividad por parte de las instituciones financieras internacionales. Muchos países pobres y muy endeudados no pueden aplicar las medidas económicas y sociales convenientes, precisamente porque la deuda y la pobreza que ésta genera se lo impiden. Exigir en esas condiciones requisitos previos equivale a hacer imposible que esos países puedan salir del círculo de la pobreza y la deuda. 
Por otro lado, las instituciones financieras internacionales (el FMI en especial) suelen entender por políticas adecuadas lo que se llaman Programas de Ajuste Estructural: paquetes de política económica estándar que se aplican por igual a países con realidades distintas y que tienen un impacto muy negativo sobre los sectores sociales más vulnerables.

¿Por qué beneficiar a gobiernos corruptos?
En muchas ocasiones fueron gobiernos dictatoriales, a menudo militares, los que se endeudaron de manera extraordinaria, con el beneplácito de quienes les prestaban los recursos, desentendiéndose del uso que recibirían; esto dio lugar a gastos militares superlativos, represión popular, apropiación indebida de fondos...
En la gran mayoría de los casos, esos gobiernos no continúan en el poder y sus sucesores han de afrontar deudas que perjudican la vida de sus pueblos, aunque nunca conociesen los beneficios de los créditos que dieron origen a la deuda actual. 
Es necesario asumir que condonando las deudas se pretende ayudar a la población que sufre las consecuencias de la misma, y no es ninguna acción para respaldar a este o aquel gobierno. Teniendo esto en cuenta, es necesario asegurar que el perdón de las deudas llegue a la población y no se quede en una cuestión entre Estados.

¿Si los bancos y el Estado perdonan dinero nos gravarán a nosotros con mayores precios y más impuestos?
Los bancos privados y los gobiernos acreedores de la deuda externa de los países del Sur ya han descontado en sus balances el hecho de que esa deuda, en su mayoría, no va a ser cobrada. Es decir, se ha anotado como pérdida para repartir en el tiempo su coste hasta hacerlo mínimo. Eso significa que el no cobro de la totalidad de la deuda contraída no supone un quebranto tal de sus resultados que deba verse compensado con aumentos de precios y tarifas por otros lados. 
Los cobros de la deuda externa son, en muchas ocasiones, ingresos no previstos que simplemente engrosan las cuentas de resultados de estados y entidades financieras. Si dejaran de producirse, el perjuicio sería inapreciable o, en el peor de los casos, fácilmente asimilable.
Además, recordemos que las cantidades que los países del Sur han transferido en los últimos veinte años al Norte superan con creces los créditos iniciales concedidos. Por ello, una reducción significativa de la deuda actual no implicaría más que la condonación de los intereses que no han dejado de acumularse durante las dos últimas décadas.
En última instancia, la reducción de la deuda externa hay que entenderla como una transferencia de recursos desde los países enriquecidos hacia el Sur. De hecho, una parte importante de condonaciones se contabilizan como AOD (Ayuda Oficial al Desarrollo), impulsándola hacia el tantas veces comprometido y tan injustificadamente incumplido, objetivo de alcanzar para esa ayuda el 0'7% del PIB.

Los ciudadanos de a pie, ¿qué podemos hacer?
Los ciudadanos primero debemos informarnos y realizar un esfuerzo por comprender la situación en que se hallan millones de personas como consecuencia de la deuda externa y difundir en la medida de nuestras posibilidades y en círculos cercanos esta realidad. 
Podemos decidirnos a practicar actitudes de consumo responsable, buscando el origen de los productos que compramos e introduciendo criterios éticos en nuestras elecciones. 
Es importante profundizar en el conocimiento de países concretos para entender su modo de vida, intentando conocer las causas de su situación evitando creer que se trata de desgracias sin una motivación más profunda.
Además, invitamos a los ciudadanos a difundir nuestras reivindicaciones escribiendo artículos, cartas al director en sus medios más cercanos, dirigiéndose a los responsables políticos locales para tratar de elevar nuestras peticiones desde la base hacia quienes tienen la capacidad de tomar decisiones políticas.

EL PROBLEMA DE LA DEUDA

En este fin de milenio, la deuda externa se ha convertido en el más grave obstáculo para el desarrollo humano en los países empobrecidos de nuestro mundo, toda vez que estos países deben utilizar sus escasos recursos para devolver los préstamos (enviar dinero a los ricos), en vez de invertir en el bienestar de su población muchas veces sumida en la miseria.

LO QUE ENTENDEMOS POR DEUDA

Muchas personas contraen préstamos para comprar bienes de consumo, de equipo, o una vivienda. Los países también lo hacen: toman dinero prestado en los mercados de capitales para pagar carreteras, escuelas, hospitales... Al igual que las personas, también los países tienen que devolver el capital más los intereses de los préstamos recibidos. Este capital más los intereses constituyen la deuda.

No obstante, hay diferencias importantes entre la deuda que puede contraer una persona y la deuda de los países. Si una persona contrae un préstamo, recibe el dinero directamente y lo recibe según las garantías de devolución que ofrece. Así, cuando lo devuelve, lo hace conforme a las condiciones establecidas y conocidas por el mismo a la hora de solicitar el crédito.

Pero si es un país el que recibe el préstamo, los ciudadanos no reciben nada, no conocen las condiciones de devolución ni tampoco se les informa acerca del uso del mismo. En la práctica, sin que el pueblo lo supiese, muchos gobiernos utilizaron el dinero recibido por los préstamos en proyectos que no cumplían los requisitos mínimos de viabilidad económica.

Una segunda diferencia es que cuando una persona no puede hacer frente a sus obligaciones financieras va a la quiebra, entonces se nombra un tribunal encargado de evaluar la situación del deudor al que los bancos reconocen la incapacidad de pagar la totalidad de su deuda. Sin embargo, los países no pueden pedir que se les declare en quiebra: no existen procedimientos ni árbitros a tal efecto.

LA CRISIS DE LA DEUDA EXTERNA

La crisis se pone de manifiesto en 1982, cuando México anuncia que no puede pagar su deuda externa, suscitando en la comunidad financiera internacional el temor a que otros países siguieran el mismo camino.

No obstante, el problema data de 1973, cuando los miembros de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) cuadruplicaron el precio del petróleo e invirtieron sus enormes excedentes de dinero en bancos comerciales.

Los bancos, en su búsqueda de inversiones para los nuevos fondos, hicieron préstamos a países en desarrollo sin valorar debidamente las peticiones y sin vigilar el modo en que se utilizaban los préstamos. De hecho, debido a la irresponsabilidad, tanto de los acreedores como de los deudores, la mayor parte del dinero prestado se gastó en programas que no beneficiaron a los pobres: compra de armamento, proyectos de desarrollo a gran escala, proyectos privados que enriquecían a funcionarios públicos y a un reducido grupo de privilegiados.

El impacto de la crisis de la deuda no se hace esperar y sus costes son sobre todo sociales. Los países pobres altamente endeudados presentan tasas de mortalidad infantil, enfermedad, analfabetismo y malnutrición más altas que el resto de países en desarrollo. Según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), para seis de cada siete países pobres altamente endeudados de África, el pago del servicio de la deuda (se entiende, el capital más los intereses) representa más de la suma total de dinero necesario para aliviar esta situación de pobreza extrema.

Si el dinero que los países pobres destinan a pagar la deuda lo invirtieran en desarrollo humano, tres millones de niños vivirían más de cinco años y se evitarían millones de casos de malnutrición infantil.

LA INJUSTICIA DE LA DEUDA

En 1996, los países del Sur debían al Norte más de dos billones de dólares, casi el doble que diez años antes. Y es que la deuda, como un monstruo, crece y se reproduce.

Por orden de importancia, las deudas están contraídas con estados, bancos comerciales e instituciones financieras multilaterales. Cerca del 50 % de los pagos anuales que efectúan los países del Sur corresponden a los intereses de la deuda. Desde el punto de vista financiero, el fuerte endeudamiento implica un alto riesgo para la comunidad internacional a la hora de invertir en un país. De esta forma los países pobres para obtener recursos en el mercado internacional, deben aceptar intereses altísimos. El PNUD estima que en la década de 1980 los tipos de interés para los países pobres fueron cuatro veces más altos que para los países ricos, debido a su menor grado de solvencia y a las previsiones de una depreciación de la moneda nacional.

Los países endeudados sufren enormes presiones para obtener divisas destinadas a pagar el servicio de su deuda y a importar productos esenciales. Las instituciones financieras internacionales ofrecen a menudo asistencia a los países que se encuentran en esta situación, pero les obligan a aceptar políticas de ajuste estructural. Aunque el fin de estas políticas es estabilizar las economías en crisis e impulsar su crecimiento haciéndolas más competitivas, la realidad es que provocan efectos muy negativos para la población más desfavorecida.

Estas políticas de ajuste, que miran al pago de la deuda, suponen el recorte de los gastos sociales (salud, educación, bienestar, etc.) ya que se pretende reducir el déficit público. Se cierran numerosas empresas locales que no pueden competir con las multinacionales extranjeras, esto produce un considerable aumento de la población sin trabajo.

Luego, las inversiones prometidas para relanzar la economía llegan con cuentagotas de manera que la recuperación del empleo se produce de manera más lenta de lo anunciado. Crece la pobreza y el malestar social.

También se ve perjudicado el medio ambiente, ya que estas políticas llevan aparejada la necesidad de aumentar las exportaciones que, en muchos países, dependen de la explotación indiscriminada de recursos naturales como la madera, los minerales o un único producto agrícola.

La deuda externa es la manifestación más dramática de la situación de subordinación en la que viven las economías de los países del Sur dentro de la estructura económica internacional. Mientras el crecimiento de los países ricos alcanza cotas muy elevadas, una buena parte del mundo en desarrollo pasa por una situación humana catastrófica.

Las injusticias que genera el sistema económico mundial que procura el beneficio de los que más tienen, abren una gran brecha entre éstos y los que quedan excluidos de los procesos de crecimiento, las mejoras en el nivel de vida y el incremento en los ingresos. Quebrar esta tendencia depende, no sólo de la voluntad política de los organismos de poder, sino también de la determinación de la ciudadanía para convertirse en protagonista del cambio.

POSTURA ÉTICA

El endeudamiento de los países pobres alimenta una realidad de muerte y sufrimiento de pueblos y personas que son utilizados como depositarios de unos compromisos que ellos jamás asumieron.

Los pilares de una ética cívica que se hace cargo del problema de la deuda externa, convergen en uno fundamental: la defensa de la dignidad de la persona. Esto exige trabajar para que se creen las condiciones necesarias en las que toda persona pueda vivir y gozar de una vida digna, y éste es un asunto que nos incumbe a todos. Dignidad, pues, se contrapone a precio y se sitúa frente a las leyes que rigen el intercambio de mercancías.

No en vano la solidaridad nos recuerda que en este mundo todos somos responsables de todos. Por lo tanto, en esta cuestión la solidaridad supone la toma de conciencia y la aceptación de una corresponsabilidad en la deuda internacional, tanto respecto de las causas como de las soluciones.

En efecto, las causas del endeudamiento son internas y externas a la vez; son específicas de cada país y de su gestión económica y política, pero provienen también de la evolución del panorama económico internacional que depende, ante todo, de las decisiones de los países desarrollados y del comportamiento de cada uno de nosotros.

Reconocer que se deben compartir las responsabilidades en las causas del problema de la deuda hará posible un diálogo para encontrar las soluciones conjuntamente. Por lo demás, la corresponsabilidad considera el futuro de los países y los pueblos, pero también las posibilidades de una paz internacional basada en la justicia.

DEFENSA DE LA DIGNIDAD HUMANA

La defensa de la dignidad de todo ser humano se expresa en la defensa de los derechos humanos que podemos llamar de tercera generación. Existe un proceso histórico desde el cual podemos comprender el desarrollo de los derechos humanos y los valores fundamentales que acompañan a cada una de las denominadas tres generaciones. La libertad individual acompañó a la primera generación de los derechos humanos. La igualdad inspiró la segunda generación. La tercera generación de los derechos humanos saca a la luz los principios inalienables sobre el medio ambiente, la paz y el desarrollo.

En estos últimos años la humanidad se juega su propia viabilidad como planeta, son años que cuestionan los grandes desequilibrios de nuestro mundo y nos urgen a vivir y pensar de otro modo. En este espacio el valor clave sigue siendo la solidaridad.

El principal reto ecológico de nuestro mundo debería consistir en asegurar la vida digna de la humanidad. Pues bien, la deuda externa pone en peligro esos mínimos de vida digna para buena parte de los pueblos más empobrecidos de la Tierra.

En la selección de las decisiones a adoptar para el pago de la deuda, que deben comportar medidas de austeridad también en el Norte, se habrá de estudiar su impacto sobre las poblaciones más pobres y arbitrar las medidas que les ayuden a asumir un papel activo en su propio desarrollo, contribuyendo así, por su parte, a la reducción progresiva de la deuda.

MOVILIZAR LA SOCIEDAD CIVIL

Es necesario asumir la defensa de la participación de la sociedad civil en las decisiones sobre la deuda, decisiones que no deben quedar sólo en las manos de los gobiernos ni de los poderes económicos. Con ello se logrará generar una cultura de la solidaridad transformadora de la realidad.

Movilizarse en favor de la condonación de la deuda externa y hacer llegar estas reivindicaciones a las esferas políticas y económicas de poder, implica asumir un espacio de profundización democrática en nuestro país. Supone inyectar de sentido y presencia a la sociedad civil, y comporta la vertebración de un tejido social despierto y atento a la humanización de nuestro mundo. Sin la sociedad civil se tomaron las decisiones que llevaron el mundo al desastre actual. No podemos ahora permitir que las soluciones se arbitren sin nuestra participación ya que se está jugando el futuro de toda la humanidad, es decir, nuestro futuro.

La búsqueda de soluciones para superar el endeudamiento incumbe ante todo a los sectores financieros y monetarios, pero también a los responsables políticos y económicos. Todas las categorías sociales están llamadas a comprender mejor la complejidad de las situaciones y a cooperar en la opciones y en la realización de las políticas necesarias. Nadie puede sentirse ajeno a esta cuestión.

La toma de conciencia de las dimensiones de este problema de la deuda ha de producirse en cada persona junto con un serio examen del propio comportamiento individual y social y del propio estilo de vida ya que, con frecuencia, está relacionado con el destino de los millones de personas empobrecidas que viven en otros lugares. La solidaridad con el otro ha de traducirse en una toma de postura crítica con respecto a nosotros mismos y a nuestra sociedad.

LA INICIATIVA P.P.A.E.

En octubre de 1996, el BM y el FMI llegaron a un acuerdo sobre un plan de reducción de la deuda para los "países pobres altamente Endeudados" (PPAE). Este acuerdo permite al país deudor devolver sus préstamos sin comprometer su crecimiento económico y sin aumentar los atrasos hipotecando de nuevo su futuro.

La iniciativa tiene como objetivo reducir la deuda multilateral, bilateral y comercial a lo largo de un período de seis años hasta un nivel sostenible que el país pueda afrontar. Como condición, el país debe aplicar las políticas de ajuste estructural aprobadas y controladas por el BM y el FMI.

Conforme a esta iniciativa, una vez que el país elegido ha aplicado una reforma económica durante tres años, los acreedores del Club de París reducen en un 67 % la parte de la deuda que reúne las condiciones exigidas. Es el llamado punto de decisión. Se supone que todos los demás acreedores, aquellos bilaterales que no son miembros del Club de París y los bancos comerciales, concederán rebajas similares.

Si estas medidas no se traducen en una deuda sostenible, el país pasa a la segunda fase de tres años durante la cual puede obtener apoyo de instituciones financieras internacionales para llevar a cabo una reforma económica y reducir la pobreza. Así al término de los primeros seis años, siempre que el país pueda presentar un historial aceptable aplicando las reformas económicas exigidas, será objeto de una reducción de hasta el 80 % de la parte de la deuda que cumpla los requisitos establecidos por el Club de París. Nos encontramos ante el punto de conclusión. Este segundo período puede abreviarse para aquellos países que demuestren una actuación rigurosa en sus programas.

Deficiencias del plan

La primera deficiencia la encontramos en los pocos países elegidos para la aplicación del plan. De los 41 países clasificados como países altamente endeudados por el BM, sólo unos pocos se beneficiarán de esta iniciativa.

Luego es muy escaso el alivio de la deuda. Los acreedores bilaterales y multilaterales no están cancelando la deuda sino que están aportando dinero para reducirla. Todos buscan disminuir al máximo su coste: algunos de los países de renta media y alta no han comprometido todavía suficientes recursos para la realización de este plan.

Lo más grave es el concepto restringido de sostenibilidad de la deuda. La iniciativa PPAE plantea como sostenibles unos niveles muy elevados de deuda exterior, mientras que este mismo baremo es mucho más flexible cuando se aplica a los países ricos. No se ha tenido en cuenta que las naciones más pobres afrontan el pago de sus deudas a costa del bienestar de su población.

También es criticable la espera establecida que es demasiado larga. Plantear como plazo mínimo entre tres y seis años de reformas económicas es demasiado tiempo para un país empobrecido, cuya población vive en la miseria, que cada día que pasa se endeuda más.

La mayoría de las veces son injustas las políticas de ajuste estructural impuestas al país pobre. La iniciativa PPAE exige la aplicación de políticas de ajuste estructural en los países que necesitan un alivio de su deuda. Estas reformas pueden ser positivas en algunos aspectos, mientras que en otros suponen perpetuar situaciones de pobreza y hambre.

Finalmente, no se puede aceptar la arbitrariedad en las normas para el alivio de la deuda por parte del Club de París. Por ejemplo, este foro fija una fecha límite, a partir de la cual, la deuda contraída no es renegociable; esta fecha la determina el momento en el que el país deudor en cuestión solicita por primera vez ayuda (generalmente, en la década de los ochenta). Esto limita en gran medida las posibilidades de reducción de la deuda.

LA SITUACIÓN DE ESPAÑA

El objetivo prioritario, en nuestra política, es la gestión del cobro de las deudas que terceros países tienen contraídas con la Administración. En relación con la condonación o alivio de la deuda, España se ciñe, en términos generales, a los acuerdos que se suscriben en el Club de París. Asimismo, apuesta por la flexibilidad en las negociaciones para alcanzar consensos.

Es muy importante saber que la práctica totalidad de la deuda contraída por los Países en Vía de Desarrollo con el Estado español tiene su origen en operaciones de promoción pública de las exportaciones, a través de los créditos FAD (Fondos de Ayuda al Desarrollo).

PROPUESTAS DE ACCIÓN POLÍTICA

En la campaña para el Jubileo 2.000, cancelación de la deuda, en la que nos estamos moviendo se exigen las siguientes actuaciones:

Condonación total de la deuda exterior de los países altamente empobrecidos. 
En primer lugar, solicitamos la cancelación de la deuda que tenga su origen en los créditos FAD (Fondos de Ayuda al Desarrollo), que asciende aproximadamente a 110.000 millones de pesetas. Asimismo pedimos la condonación de la deuda que tiene su origen en operaciones estrictamente comerciales, unos 162.000 millones de pesetas. 
Pedimos también reducciones progresivas de la deuda para el resto de países pobres. Se deberán tener en cuenta, a la hora de otorgar un tratamiento más o menos favorable, los índices de desarrollo y pobreza humana.
Es necesario establecer una vinculación entre las orientaciones de las políticas de AOD (Ayuda Oficial al Desarrollo) y el tratamiento de la deuda externa. Evitando, en cualquier caso, que un incremento de las operaciones relacionadas con la deuda externa suponga una reducción del resto de partidas de la AOD, para la que se mantiene la reclamación de un incremento constante hacia el 0'7 % del P.I.B.

Vincular la reducción y conversión de la deuda con inversiones en desarrollo humano.
Que se decida la condonación de la deuda teniendo en cuenta criterios de desarrollo humano, sus inversiones sociales y de medio ambiente. Deberían incluirse también dichos criterios en la toma de decisiones del Club de París.
Que la deuda que el Gobierno español condone unilateralmente quede vinculada a inversiones en desarrollo humano y que se impulsen, asimismo, los programas de conversión de deuda por inversión en programas sociales (salud, educación, vivienda...) dirigidos a los colectivos más desfavorecidos.
Que en los programas de conversión de deuda, el Gobierno español establezca relaciones con la sociedad civil y las diferentes administraciones locales del país deudor, y no sólo con su Gobierno.
Un ejemplo positivo: En 1992 Bélgica condonó a Ecuador parte de su deuda. Del importe perdonado, el Gobierno ecuatoriano (como parte del acuerdo) tuvo que destinar el 58 % a proyectos de desarrollo que fomentaran la diversificación de las tareas del campo, además de crear más de ochenta cajas comunitarias destinadas a facilitar pequeños créditos a los campesinos.
España puede hacer lo mismo. Por ejemplo, la deuda de Costa de Marfil con nuestro país asciende a más de 10.000 millones de pesetas. Si se condonase esta deuda y se vinculase al menos el 50 % a proyectos sociales, la vida de decenas de miles de personas podría mejorar en aquel país. De igual modo, destinar ese importe a la atención médica básica o a la construcción de pozos de agua potable, influiría en el bienestar de muchos seres humanos.

Que el Gobierno español asuma un papel activo en los foros multinacionales.
Se hace necesaria una mayor flexibilidad en el tratamiento que los organismos internacionales (en los que España participa) otorgan a los países endeudados. Sólo así se logrará un alivio mayor y más rápido de la deuda exterior.
España puede y debe asumir un papel de liderazgo en los foros internacionales para impulsar una mejora de la iniciativa PPAE.
Ya es hora de que el Gobierno demuestre una auténtica voluntad política en el cumplimiento de los compromisos internacionales no respetados, por ejemplo en el destinar el 0,7 % de PIB a la ayuda a los países empobrecidos. Esto mostraría que hay verdadero interés en implicarse en la resolución de los problemas.

Practicar una política de transparencia en la toma de decisiones vinculadas con la deuda. Se pide la publicación anual de los datos más recientes, ordenados por países y origen de las operaciones generadoras de deuda externa, por parte del Ministerio de Economía.
Además pedimos que se informe periódicamente a la Comisión para el Desarrollo del Congreso de los Diputados y al Consejo de Cooperación sobre la posición acreedora española, así como sobre las políticas llevadas a cabo con los países en vías de desarrollo. 
Solicitamos que se constituya una ponencia de debate, en el Congreso de los Diputados, sobre la condonación de la deuda.

Compromiso político de los grupos parlamentarios.
Tenemos todos que exigir que los partidos políticos incluyan en sus programas electorales una posición sobre el problema de la deuda externa que contenga las líneas directrices sobre la postura que dicho partido vaya a adoptar al respecto.

PROPUESTAS PARA LA ACCIÓN PERSONAL

Tomar conciencia de la carga que supone la deuda externa para los pueblos del Sur, a través del conocimiento de su origen y consecuencias. Divulgar esta realidad en los círculos cercanos y apoyar las acciones coordinadas de esta campaña.

Mantener criterios de consumo responsable: rechazar ofertas dudosas que puedan esconder fenómenos de explotación laboral en los países pobres. Adquirir productos de comercio justo en tiendas que garantizan formas de producción y distribución basadas en relaciones equitativas.

Pedir a los bancos información sobre las deudas que los países pobres tienen contraídas con ellos y el tratamiento que reciben, y actuar en consecuencia.

Solicitar al Gobierno y a los bancos un trato más favorable y justo con la deuda externa de los países del Sur, mediante cartas, fax o correo electrónico.

DEUDA EXTERNA: DEUDA ETERNA

A las puertas del siglo XXI, los países empobrecidos mantienen la deuda externa como un pesado lastre culpable, en gran medida, del estancamiento de su desarrollo social y económico. Hoy, cuando desde distintas instancias internacionales se pide la condonación de esta deuda, se hace necesario saber un poco más de algo que la desfachatez de unos y los intereses económicos de otros han convertido en "deuda eterna".

VIENE DE LEJOS

La historia de la deuda que los países del Tercer Mundo han ido contrayendo viene de lejos. Los países del Sur en su necesidad de fondos para financiar su desarrollo, han tenido siempre que recurrir al exterior: al Banco Mundial, a los gobiernos de los países del Norte o a los bancos de estos países ricos. Y estos créditos han comportado siempre unas condiciones que han determinado la política económica de los países deudores.

La ONU señaló los años 60 como la "primera década para el desarrollo", con el objetivo de que la renta per cápita de los países del Sur aumentara más rápidamente que la de los del Norte, para que la brecha de la desigualdad se redujera.

Finalizada la década sin lograr el objetivo, se anunció que los años 70 serían la segunda década dedicada al desarrollo. Esto provocó que los gobiernos del Sur transmitieran a sus poblaciones mensajes de esperanza basada en mejoras económicas. Fue en este ambiente, y durante estos años, que se fraguó el problema de la deuda externa.

PETRODÓLARES

En 1973, el precio del crudo se multiplicó por tres: la famosa crisis del petróleo trajo consigo grandes repercusiones en la economía mundial.

A los países productores llegaron ingentes cantidades de dinero (cerca de 600.000 millones de dólares en menos de 6 años) con el que no sabían qué hacer y que dio lugar a lo que se ha denominado "reciclaje de petrodólares". Éste es el grave proceso que se creó: los países desarrollados mandaban dólares a los países exportadores de petróleo como pago por esta mercancía; éstos, a su vez, depositaban el dinero en los grandes bancos internacionales; estos bancos, finalmente, lo prestaban a los países del Sur, llenos de necesidades y con una serie de proyectos diseñados, pero faltos de financiación.

En el fondo, aquello era un modo de resolver el problema de los bancos privados que se veían invadidos por el dinero y necesitaban invertirlo. Empezaron a prestar sumas enormes a los gobiernos del Sur sin poner condiciones y sin exigir controles.

Por primera vez, el 60 por ciento de los créditos concedidos en el mercado mundial fue a países del Sur. Los tipos de interés llegaron a ser tan bajos que ni cubrían la inflación. Subrayemos que la deuda se generó por la irresponsabilidad coincidente de ambas partes (Bancos y Gobiernos). El cambio de escenario en la economía mundial que se produjo a finales de los años 70 perpetuó esta deuda.

FENÓMENOS TRÁGICOS

En 1979 se produjeron cuatro fenómenos trágicos para los países del Sur. En primer lugar, los tipos de interés subieron. Llegaron al 11,5 % en 1979 y luego al 20 % en 1982. Como los créditos se habían concedido con los tipos de interés internacionales, se duplicaron las cantidades de dólares a pagar.

En segundo lugar, el precio del dólar se disparó debido al crecimiento de la demanda. Así, como los créditos se habían concedido en dólares, para pagar el mismo préstamo se necesitaba mucha más cantidad de dinero en moneda local. A causa del aumento de intereses había que pagar más dólares y ahora el dólar costaba mucho más.

En tercer lugar, el comercio mundial, que había crecido un promedio del 7 por ciento durante 25 años, cayó en picado. Los países del Sur vieron cómo sus productos tenían dificultad para encontrar comprador.

En cuarto lugar, como consecuencia de lo anterior, los precios de los productos del Sur, exceptuando el petróleo, cayeron un 30 % de media. Esto significó que para conseguir la misma cantidad de dinero era necesario producir un 30 por ciento más.

Así pues, desde entonces, los países del Sur han tenido que pagar entre tres y cuatro veces más de lo previsto. Esto hace que ellos continúen pagando y aún así permanezcan endeudados.

TODOS "PAGARON"

En 1982, los países más endeudados declararon que no podían pagar. Propusieron negociar en conjunto con cada uno de los bancos por separado. Pero los bancos exigieron lo contrario: que cada país negociase aisladamente y con todos los bancos a la vez. Al final, todos "pagaron".

Como no tenían ni tienen dinero para hacerlo, pagan con nuevos préstamos que nunca llegan al país de destino: se quedan en el Norte para pagar los intereses de las viejas deudas. El resultado final es que actualmente deben mucho más, de tal manera que estos países, que atraviesan la misma crisis internacional que el resto del mundo, no sólo han dejado de recibir fondos, sino que además, debido a la deuda, se han convertido en exportadores de capitales: entre 1982 y 1990, sólo de América Latina salieron 216.000 millones de dólares hacia el Norte.

A esta situación se le une otro factor negativo: los intereses se ven nuevamente multiplicados por la práctica bancaria de "a cliente más pobre, mayor tipo de interés".

La política impuesta por los países ricos y las altas instancias económicas mundiales fue criminal: todo se resume en pagar más para deber más y conseguir menos. La consecuencia fatal fue la socialización de costes, es decir, cada individuo de los países pobres tiene que soportar una parte de una deuda que él no contrajo, y los estados se la cobran invirtiendo menos en sanidad, en educación, en servicios públicos... para invertir más en pagar a los ricos. Se quita a los pobres lo necesario para vivir, y se da a los ricos para que puedan permitirse el lujo de lo superfluo.

MISMAS RECETAS

Los países deudores, cada vez más empobrecidos, tienen que pasar por el tratamiento del Fondo Monetario Internacional que aplica siempre la misma receta: congelar salarios, abrir fronteras a la competencia internacional y, sobre todo, reducir el gasto público empezando por los gastos sociales.

Los efectos de estos recortes, a los que están sometidos la mayoría de los países pobres, son desastrosos. La reducción de los servicios de higiene pública y medicina preventiva está haciendo aumentar enfermedades como la malaria, el tifus, el cólera, la meningitis... La disminución de los servicios escolares está haciendo resurgir el analfabetismo. La suspensión de las intervenciones gubernamentales para mantener el precio de los alimentos hunde en la miseria a miles de agricultores y hace aumentar el hambre en el país. Y esto no sólo se traduce en empobrecimiento, sino también en muerte: UNICEF afirma que la deuda, con sus políticas de ajuste estructural, provoca cada año la muerte de 500.000 niños.

Si los años 70 fueron designados como década para el desarrollo, los años 80 se conocen como década perdida. Se redujeron créditos y ayudas ya que los gobiernos de los países desarrollados llamaron al orden a sus bancos por prestar irresponsablemente y les obligaron a asumir las pérdidas de lo que habían prestado en cinco años. En 1990, los bancos tenían completamente saneada su situación y se evitó el peligro de crisis financiera internacional. Pero los pobres siguen pagando y debiendo al mismo ritmo.

1.732.200.000.000 DÓLARES

La situación actual es que, incluso habiendo mejorado la coyuntura internacional, ya no son las circunstancias las que causan la deuda. La pesada losa del endeudamiento se reproduce a sí misma por su propia dimensión: en 1995 el total de la deuda ascendía a un billón setecientos treinta y dos mil doscientos millones de dólares y continúa aumentando, ya que cada año los endeudados deben pagar intereses y amortización de la deuda pendiente, lo que sólo en el año 1995 significó pagar a los ricos 257.800 millones de dólares (apuntamos que, en este mismo año, estos países recibieron como Ayuda Oficial al Desarrollo la cantidad de 58.900 millones de dólares).

No hay otra solución que la de condonar esta deuda. En todo caso, todos los actores de este macabro teatro, especialmente los que tienen mayor poder de decisión (las instituciones financieras internacionales y los gobiernos) deben asumir el papel que han tenido en la gestación del problema y ser consecuentes con un aspecto fundamental: una situación excepcional exige soluciones excepcionales. La deuda externa es hoy un problema político que exige soluciones no técnicas, sino políticas. Para lo cual es imprescindible que haya voluntad política de solucionarlo.