Skip to main content

08.- ¿QUÉ SALVACIÓN ANUNCIAMOS? (2)

11 May 2016
1677

Dios Padre tiene un corazón misionero y “excéntrico”, volcado hacia fuera, corazón abierto y compasivo que contempla y reacciona frente a la necesidad de vida, de paz, de plenitud, de salvación que albergamos en nuestro corazón humano, por eso envía a Jesús y ambos al Espíritu. Su iniciativa es respuesta a ese anhelo infinito, persistente, unas veces silencioso, otras exigente, que llevamos en el corazón.

Somos creyentes, pertenecemos a una comunidad: la Iglesia; somos igualmente miembros de nuestra humanidad, somos ciudadanos, consumidores, trabajadores, estamos insertos en el mundo económico, político, social, cultural. Aristóteles, refiriéndose a nuestro carácter social y a nuestra legítima y necesaria preocupación por el bien común, por la “polis” (ciudad) -que eso significa política en su acepción primera, más noble e inmediata: preocupación por el bien común-, ya nos definía como “animal político”. Y hoy el bien común es no sólo el más inmediato y cercano, sino también el más universal, global e igualmente, gracias a los medios de comunicación social, cercano. El individualismo exacerbado, dominante en nuestra sociedad nos impide muchas veces tener las antenas y el corazón abierto frente a las exigencias de ese bien común universal. Y sin embargo, la solicitud por el bien común de la humanidad nos interesa a todos, y la salvación ofrecida por Dios en Jesucristo no puede ser ajena, indiferente, neutral ante ese bien común de nuestra sufriente humanidad.

Un destino común

Es innegable que los misioneros siempre nos hemos preocupado por las necesidades materiales de los destinatarios del anuncio evangélico. La construcción de hospitales, leproserías, escuelas, universidades y tantas otras iniciativas “materiales” de desarrollo han sido siempre signo eficaz y elocuente de la caridad. Tal vez no se concebían todas estas iniciativas como una dimensión de la salvación que Dios ofrece, porque hablar de salvación era -en otros tiempos- pensar en el alma y en el más allá. Era necesario, por ello, ir más lejos, dejar de ver la realidad de manera ingenua para llegar a descubrir las causas estructurales de las situaciones de injusticia, denunciarlas, luchar contra ellas para hacer presente el Reino de Dios. Camino que se fue recorriendo a partir del Concilio Vaticano II, -incluso antes-. Buena prueba de ello son las múltiples reflexiones, encíclicas, documentos producidos por teólogos, conferencias episcopales, y por los sucesivos Papas. Documentos que no son ajenos a la vida, con frecuencia brotan de ella y a nosotros nos toca hacerlos carne en nuestra vida e historia. Ya Pío XII en su encíclica Evangeli praecones escribe: “el grito que se levanta de lo más profundo del alma y que, en un mundo creado por un Dios justo, pide justicia y convivencia fraterna de todos los hombres” (EP 50). Reconoce el papa los grandes servicios realizados por la caridad, pero ya entonces nos recordaba la urgencia de la justicia siendo fieles a la Doctrina Social de la Iglesia, de manera especial a dos de sus principios recogidos ampliamente en las encíclicas sociales: la dignidad de la persona humana consecuencia de nuestra común imagen de Dios y el destino universal de los bienes de la tierra. La defensa de los derechos humanos de todas las personas, grupos humanos, pueblos y países para alcanzar un desarrollo humano integral, defensa alentada por la Populorum Progressio de Pablo VI y por el importante Sínodo de obispos del 1971 sobre “la justicia en el mundo”, junto con el derecho de los pueblos a la liberación, se apoya no en la caridad sino en la justicia y la solidaridad entre todos. Tenemos un mismo origen y un destino común: Dios Creador y Salvador. Dios Comunión.

La historia concreta

La misma encíclica y la segunda Asamblea Continental de los obispos de Latinoamérica celebrada en Medellín van a introducir el compromiso en favor del desarrollo, la justicia, la paz y la liberación dentro de la misión, en su modo de concebirla y de vivirla. De donde brota una atención necesaria e imprescindible a las situaciones históricas concretas que viven los pueblos, si queremos ser fieles a la misión y anunciar, manifestar la salvación querida por Dios. Los obispos latinoamericanos establecen una vinculación entre la liberación de los pobres (de los empobrecidos, diríamos hoy) y la salvación que Dios ofrece en Jesús. Estamos, pues, muy lejos del individualismo, del espiritualismo desencarnado y evasivo, o de ese más allá concebido como pretexto y trampa para no comprometernos en mejorar el más acá, nuestro presente y nuestra historia. Existe unidad entre el plan de la Creación y el de la Redención, ambos son inseparables, por ello la restauración de la justicia debe llegar a situaciones concretas. Existe una única historia, no una historia profana y otra sagrada, una historia única de salvación, en la que Dios se hace presente. Existe además sintonía entre el proyecto salvador del Dios Trinitario y las aspiraciones profundas del corazón humano. Superamos así todo dualismo que separa el alma del cuerpo, la persona de la comunidad, el más acá del más allá.

La liberación aportada por Cristo es integral, tiene que ver, por tanto, con la liberación de todas las formas de opresión social. No estamos ante dos realidades contrapuestas, aunque la liberación aportada por Jesucristo va más allá, toca la raíz del corazón humano, no basta con cambiar estructuras, tiene que cambiar el corazón. Por eso, no podemos identificar sin más liberación humana y salvación en Jesucristo porque no basta crear el bienestar, el desarrollo, la liberación para que podamos decir que el Reino de Dios ha sido establecido entre nosotros, sin embargo existen lazos profundos entre ambas realidades, como nos recuerda Pablo VI en la Evangeli nuntiandi. Jesús nos libera de todo pecado personal y social, y ambos tienen múltiples formas, nombres, manifestaciones.

Presencia y cercanía

El horizonte de la misión es la humanidad, el mundo puesto que es aquí donde Dios actúa, se comunica, se hace presente. Es en el mundo donde vivimos junto con todos nuestros hermanos. El destinatario del proyecto “salvífico” de Dios es la humanidad, el mundo y no la Iglesia. Ésta se define y se sitúa en medio del mundo como signo o sacramento universal de salvación. El Concilio la define como: “un sacramento o señal e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano” (LG 1) ¿Cómo podríamos celebrar la salvación dentro de la Iglesia si nos despreocupamos de lo que acontece en el mundo, si huimos de él? ¿Cómo es nuestra presencia en el mundo? ¿Cuál es nuestra actitud frente a él? Somos parte de él, no podemos retirarnos. Jesús quiere que seamos sal y luz, desde la sencillez, despojados de toda arrogancia, libres de esa insidiosa y presunta superioridad moral, o peor aun, religiosa. Nuestra presencia ha de ser cordial, lúcida, crítica desde el amor y la misericordia.
Si la salvación tiene que ver con la persona -toda ella- y lo que ella realiza: cultura, política, economía, historia, si tiene que ver con la humanidad, al pensar la misión tenemos que hablar de justicia-liberación, de inculturación del evangelio, de diálogo interreligioso.

TEXTOS

“… aunque hay que distinguir cuidadosamente progreso temporal y crecimiento del reino de Cristo, sin embargo, el primero, en cuanto puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa en gran medida al reino de Dios. Pues los bienes de la dignidad humana, la unión fraterna y la libertad; en una palabra, todos los frutos excelentes de la naturaleza y de nuestro esfuerzo, después de haberlos propagado por la tierra en el Espíritu del Señor y de acuerdo con su manda­to, volveremos a encontrarlos limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados, cuando Cristo entregue al Padre el reino eterno y universal: "reino de verdad y de vida; reino de santidad y gracia; reino de justicia, de amor y de paz". El reino está ya misteriosamente presente en nuestra tierra; cuando venga el Señor, se consumará su perfección”. (Vaticano II Gaudium et Spes 39)

La salvación, pues, no es algo que acontece al final de la vida, como el paso previo a una situación nueva y definitiva, ni un episodio de la vida, una cualidad añadida a la vida normal... La salvación no toca una parte o un aspecto de la vida: toda la vida está salvada; nuestra vida histórica, en sus condiciones actuales, aquí y ahora. Es visión nueva (a partir de la fe), es relaciónnueva (con el Padre, con los hermanos, con uno mismo, con la naturaleza), es perspectiva nueva (para el presente y el futuro, hasta después de la muerte)... El Espíritu otorga al creyente el don de vivir como y con Jesús. Esa es la salvación cristiana. No consiste, pues, en la aceptación de un sistema de verdades o de valores o en un conjunto de ritos: es más bien una relación personal, vivida tan profundamente que, de forma natural, se expresa en conceptos, se concreta en comportamientos y se actualiza en la celebración. (F. MARINI)

PREGUNTAS

* Al realizar la salvación en la historia, Dios cuenta con lo pequeño, lo que aparentemente no cuenta… o vale poco. Lee y reza con el cántico de María: Lucas 1, 46-55.

* Jesús es la Buena Notica permanente que Dios nos ofrece, en él todo nos es favorable. Nos abre el camino de la salvación… El camino y el estilo. Lucas 4, 16-21 y Mateo 11, 2-6.

* II Pedro 3, 13-15. ¿Cómo aguardamos esa tierra nueva, esos cielos nuevos? ¿Con qué actitud? El Señor transfigurará nuestros compromisos en favor de la justicia y de la paz.

P. Carlos Collantes Díez sx