Skip to main content

03.- JESUCRISTO, MISIONERO DEL PADRE

23 May 2016
18430

Jesús realizó su misión en circunstancias sociopolíticas, económicas, religiosas muy concretas, todo lo que dijo e hizo tuvo una importancia capital para los primeros testigos y para los cristianos de todos los tiempos.

En esas circunstancia anunció y fue él mismo Buena Nueva de Dios. La misión nunca se realiza en el vacío, viene siempre al encuentro de las preguntas, inquietudes, necesidades, expectativas humanas. Dios se acerca siempre a personas concretas.

Podemos decir que la misión histórica de Jesús transcurre entre dos presentaciones «oficiales». La primera a orillas del Jordán, cuando recibe el bautismo y la voz del Padre lo proclama hijo amado y predilecto. La segunda en la cruz, su verdadero bautismo; el mundo, la historia y los siglos como testigos. Entre una inmersión y una elevación. Una inmersión en un río, en un bautismo de purificación y de esperanza, en la corriente de esa humanidad pecadora y oprimida, necesitada de reconciliación, de vida, de salvación. Y una elevación -la cruz- que atrae todas las miradas, todos los corazones, toda la sed humana de plenitud, de salvación. La cruz: una inmersión en el pecado del mundo, en la muerte; una inmersión libre y dolorosa, pacífica y decidida, pacificadora y esperanzada. Desde la cruz, Jesús expira su espíritu, nos regala el Espíritu que él había recibido en plenitud en su bautismo en el Jordán y que siempre le ha acompañado.

Amor apasionado

La vida de Jesús es toda ella una pasión amorosa. Vive por y para Dios su Padre, para hacer presente su Reino de justicia y de paz, y en consecuencia vive, se desvive por nosotros sus hermanos. Una pasión serena y largamente alimentada en esos años de silencio y de trabajo en Nazaret, una pasión fruto de la escucha y de la fidelidad, y que le costará la vida: “He venido para que tengan vida y vida en abundancia”. En la muerte de Jesús descubrimos un ejemplo perfecto de donación al prójimo, de fidelidad humana a Dios; en su muerte la humanidad abandona el camino de la arrogancia, de la autosuficiencia, de la presunción para rendirse a Dios, para acoger su don, para darse al prójimo. En consecuencia, la salvación es aceptar la presencia de Dios en nuestra vida, combatiendo el orgullo y la autosuficiencia, y vivir una actitud nueva ante el prójimo. La salvación es fidelidad, entrega, obediencia a Dios y ofrenda, servicio, donación al prójimo.

El Padre no podía permanecer en silencio delante de la cruz. A ese gesto de ofrenda y de amor supremo de Jesús, el Padre -fiel y justo- responde con amor, con vida y lo resucita. La resurreción lleva el sello especial de Dios. Un Dios de vivos y de vida plena. Si todo hubiera terminado en la cruz ¡qué fracaso! No hubiera existido jamás la misión cristiana ¿Qué hubiéramos podido anunciar? ¿Fracaso, tinieblas, injusticia? Por eso, Jesús resucitado se presenta delante de sus discípulos para regalarles su Espíritu y confiarles su misión, una misión de reconciliación y de paz: “Paz con vosotros. Igual que el Padre me ha enviado a mí, os envio yo también a vosotros. Y dicho esto sopló y les dijo: recibid el Espíritu Santo…” (Juan 20,21-22).

Único mediador

Jesús recorre su camino desarmado, con la fuerza de su palabra y de su bondad. Solidario, acogedor, no violento, esperanzado. El estilo es esencial: “la caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará”,nos dice el profeta Isaías hablando de ese siervo que será luz de las naciones (Is.42,3). Ofrecerá siempre confianza, una mirada cordial y cálida, una palabra respetuosa para hacer aflorar la bondad escondida de todo corazón, creyendo en esa bondad, él que es la bondad suprema. Más que hablar de salvación en abstracto, Jesús realiza actos salvadores. Frente a la desgracia humana de rostro concreto el ofrece la gracia -liberación y gozo- también concreta. La muerte y la resurrección de Jesús -supremo acto salvador- son el núcleo de nuestra fe y se convierten en la motivación misionera de la Iglesia, determinando igualmente la modalidad de la misión. Nos indican qué tenemos que anunciar y cómo tenemos que realizar y vivir la misión. “Haced esto en memoria mía”. Y “esto” es su camino, su pascua, su estilo de vida, la eucaristía.

La suprema donación de Jesús se convierte en fuente de salvación para quien se adhiere a él por la fe. Los discípulos irán descubriendo poco a poco, y guiados siempre por el Espíritu, que la vida, la muerte y la resurrección de Jesús tienen un significado único para ellos y para toda la humanidad. Un significado salvador. Cristo se convierte en el único mediador y así lo van a proclamar con libertad y audacia a todos: “no hay más que un Dios y no hay más que un mediador entre Dios y los hombres, un hombre, el Mesías Jesús, que se entregó en rescate por todos”. Único mediador de ese Dios que “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (I Tim 2,4-6). Pedro, en nombre de todos, dirá: “La salvación no está en ningún otro, pues bajo el cielo no se ha dado a los hombres ningún otro nombre al que tengamos que invocar para salvarnos” (Hech 4,12). No existe autoredención, sólo Dios salva en Cristo. Y su salvación alcanza a toda la historia humana, a todos los lugares y tiempos, a todos los corazones y pueblos. Toda la historia humana es historia de salvación. Salvación que se va abriendo camino en las fidelidades personales, en los esfuerzos colectivos por un mundo mejor, en las luces y sombras de nuestra condición humana, en las vicisitudes y sobresaltos de nuestra historia cotidiana, la grande y la pequeña, la anónima y la publicada. La gracia discreta, silenciosa, pero real de Dios hace progresar esta salvación más allá de nuestras incertidumbres o desalientos.

Solidaridad de Dios

El mundo es el escenario de la acción de Dios, una acción siempre salvadora. Dios Creador actúa en el mundo, siembra su Reino de justicia y de amor, por ello toda la historia está grávida de su presencia, presencia que es mayor y más plena en Cristo muerto y resucitado. La venida de Jesús es siempre en favor del mundo. Dios, en Jesús, se revela como un Dios cercano, misericordioso, solidario, perdonador, y esta revelación se convierte en salvación para todos.

La misión es solidaridad: la solidaridad de Dios con nosotros, ofreciéndonos a su Hijo, el cual al encarnarse asume nuestra condición, se hace peregrino de la historia y del caminar humano, peregrino y acompañante de todo hermano. “Tenía que parecerse en todo a sus hermanos, para ser compasivo…” (Heb 2,10-18). La misión es la solidaridad de Jesús con cada uno de nosotros. Y el discípulo que descubre esta solidaridad divina, se deja afectar por ella, se deja transformar, se hace también solidario. Eso también es misión. La Iglesia es un pueblo de discípulos, un pueblo solidario con todo el género humano, viviendo una solidaridad “difícil”: libre, crítica, esperanzada, optimista. La misión es solidaridad descubierta y acogida, ofrecida y compartida.

La misión brota de la fe en Jesús como una prolongación, un anuncio de lo que Jesús ha enseñado y vivido, y realiza, por ello, la continuidad entre el Jesús predicador y el Cristo predicado, entre el evangelio que él proclamó y la proclamación de Cristo como Evangelio del Padre para todos, entre el Reino que él anunció y el anuncio de Cristo como realización del Reino de Dios. “La caridad de Cristo nos apremia” (II Cor 5,14). La misión es la continuidad de la pasión amorosa de Jesús vivida por sus discípulos, tocados por su amor.

TEXTOS

“El anuncio y el testimonio de Cristo, cuando se llevan a cabo respetando las conciencias, no violan la libertad. La fe exige la libre adhesión del hombre, pero debe ser propuesta, pues “ las multitudes tienen derecho a conocer la riqueza del misterio de Cristo, dentro del cual creemos que toda la humanidad puede encontrar, con insospechada plenitud, todo lo que busca a tientas acerca de Dios, del hombre y de su destino, de la vida y de la muerte, de la verdad. Por eso la Iglesia mantiene vivo su empuje misionero e incluso desea intensificarlo en un momento histórico como el nuestro”. Juan Pablo II Redemptoris Missio 8

“El Verbo de Dios, por quien todo ha sido hecho, se hizo a sí mismo carne, de modo que siendo hombre perfecto salvara a todos y fuera el coronamiento y recapitulación de todo. El Señor es el fin de la historia humana, el punto de convergencia de los deseos de la historia y de la civilización, el centro del género humano, gozo y plenitud de las aspiraciones de todos los corazones. Vaticano II Gaudium et Spes 4

PREGUNTAS

* S. Pablo en Filipenses 3,7-11 nos habla de la transformación total que él ha experimentado. El conocimiento vivencial, profundo de Jesús puede transformarnos de verdad y transformar nuestras comunidades.

* Reza con Efesios 1,3-10. Dios derrocha sabiduría y generosidad para llevar la historia a su plenitud. ¿Somos capaces de ver las huellas del trabajo, de la presencia de Dios en nuestra historia?

* Marcos 9,38-40. Muchas personas, creyentes y no creyentes luchan contra diferentes formas de mal que esclavizan a la persona. ¿Cómo pueden nuestros grupos y comunidades participar en ese esfuerzo?

P. Carlos Collantes Díez sx