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06.- LA MISIÓN TIENE UNA IGLESIA

23 May 2016
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Iglesia y misión son dos realidades inseparable y estrechamente unidas, no es posible pensar en una sin la otra. La Iglesia ha recibido de su Señor su misma misión que debe continuar, misión de liberación, de esperanza y de gozo (Lc 4, 18-21). La comunidad cristiana está al servicio de la misión, la misión tiene una Iglesia a su servicio para llevarla adelante. La Iglesia no existe para sí misma sino para el evangelio, para el mundo, para el Reino.

La Trinidad siendo el origen de la misión de la Iglesia, es también su horizonte y meta: vida de comunión plena, gozosa hacia la que –humanidad y universo- nos encaminamos. La misión es hacer del mundo una familia. Fue éste uno de los deseos fuertes que caldearon el corazón y la experiencia espiritual de nuestro fundador, Guido María CONFORTI. También hemos aludido a ese paralelismo entre el bautismo de Jesús en el Jordán y Pentecostés: el bautismo de la primera –y de toda- comunidad cristiana. Sin Espíritu no hay comunidad, no hay misión, no hay salida. Hay un gueto confortable, engañoso, temeroso, evasivo. La Iglesia sólo es Iglesia si es misionera. Jesús comienza su misión guiado por el Espíritu. La Iglesia también. Nace misionera, “empujada y forzada” por el Espíritu a presentarse delante de todos los pueblos, frágil pero con un precioso tesoro entre sus manos: el evangelio de Jesús, la reconciliación, la misericordia, la compasión, la paz que él nos ofrece con su muerte y con su resurrección. Enviada por Jesús se sabe habitada por el Espíritu y conducida por él a todos los lugares, ámbitos, situaciones donde se hace necesario anunciar la salvación de Dios, sin olvidar que los criterios de su acción los recibe del Evangelio que anuncia y que constantemente la interpela, invitándola a dejarse convertir y evangelizar.

Movimiento imparable

La resurrección de Jesús y el envío del Espíritu ponen a la Iglesia “fuera de sí”. La primera Iglesia se consideró a sí misma y se vivió como movimiento misionero, un movimiento imparable. En su interior había empezado a latir con fuerza una esperanza nueva, la Buena Nueva de la salvación para todos, la vida de Jesús; una vida nueva no sólo para el más allá, sino para nuestro mundo, para el más acá. Jesús transforma las relaciones humanas, los que le siguen pueden vivir relaciones nuevas entre ellos. Creer es dejarse transformar en lo más hondo por Jesús. Su mensaje es para ser predicado, pero antes vivido. De esta forma su comunidad se convierte en “sacramento de reconciliación universal”.

Primero viene la vida, después lo vivido se transforma en convicción, en mandamiento: ”Como el Padre me envió, os envío yo también a vosotros…”, “Id por todo el mundo…” Lo primero es la vida. El mandamiento más grande de Jesús -el del amor fraterno- es un mandamiento misionero: “mirad cómo se aman”. Un amor desbordante se convierte siempre en atractivo. Jesús resucitado envía a los suyos con el mandato de proclamar el Reino, de hacer posible esa sociedad más justa, solidaria, fraterna, más conforme al sueño de Dios; y con el mandato de hacer discípulos, es decir, seguidores entusiastas, convencidos, serenos, dispuestos a compartir -en su fragilidad- sus criterios y su estilo de vida.

Llamada a salir

El rasgo más determinante de la primera Iglesia fue la urgencia de proclamar el evangelio, porque se consideró a sí misma como un movimiento misionero: por el envío de misioneros y por su propia vida interna de gracia y comunión, de relaciones nuevas y fraternas (Col 3 12-17); de forma que la misión es manifestación de esa vida nueva, vida infundida por el Espíritu Santo que empujaba a los primeros discípulos a transmitir su fe de forma espontánea. Si el envío, la salida se enfría es porque la vida interior languidece. “De la abundancia del corazón habla la boca”. Una boca enmudecida tal vez sea la expresión de un corazón resignado, apagado, asustado. ¿Se encuentra así el corazón de algunas de nuestras comunidades cristianas? Toda iglesia local madura siente en su seno, si es adulta de verdad, la llamada a salir, a crear nuevas iglesias que a su vez se insertarán en ese movimiento misionero imparable. Este nacimiento de nuevas comunidades cristianas no es simplemente el crecimiento visible de una organización, es, más bien, un proceso por el que la Iglesia se hace presente en medio de todos los pueblos como sacramento de salvación, para hacer más visible y explícita la presencia de Cristo, puesto que Él ya está por su encarnación y resurrección. La Iglesia quiere ser lugar privilegiado de la acción salvadora de Cristo y de su Espíritu.

Diálogo, apertura

La Iglesia que nace del Espíritu -como vemos en el NT- es una Iglesia con una intensa vida interior de comunidad. Es también una Iglesia servicial, ministerial: atenta a las necesidades reales de dentro y de fuera. Una Iglesia dialogante, políglota: llamada a respetar la particularidad y la pluralidad cultural de los pueblos en los que se inserta. Cuando la Iglesia no sabe escuchar o no hace el esfuerzo suficiente para hacerlo se vuelve también muda, al volverse sorda lo que dice ya no sintoniza o no responde a las exigencias, necesidades, sensibilidades de su tiempo, lo cual no quiere decir que tengamos que aceptar, sin discernimiento evangélico, todo lo que las distintas culturas viven. Discernir es siempre necesario para percibir, en nuestro mundo, los signos del Reino de Dios -las semillas del Verbo-, o bien del anti-reino. Es sobre todo, una Iglesiacarismática: rebosante –en su pequeñez- de dones del Espíritu. Los primeros cristianos no eran numerosos, pero su presencia daba un aire distinto a la sociedad, interpelaban, suscitaban preguntas y admiración y se empeñaron en transformar su sociedad y cultura. Una Iglesia abierta a todo lo bueno que encontramos en cada realidad humana, pueblo, cultura, época. Una Iglesia peregrina, caminante, Pueblo de Dios en marcha viviendo la fraternidad y el servicio, situando a las personas por encima de todo, y a los “pequeños” en el centro, como ha querido Jesús.

Riesgos, audacia

Cuántas veces nos falta valor para abrirnos a caminos nuevos, a veces ni siquiera los intuimos o vislumbramos. Nos falta apertura al Espíritu que hace nuevas todas las cosas, no nos fiamos de Él, por eso somos tan prudentes y corremos pocos riesgos.

El horizonte de la misión no es la Iglesia sino el Reino. La Iglesia está al servicio del Reino, por eso la misión significa “proclamar el Reino allí donde aun no está reconocido, denunciar cuanto se opone al mismo, mostrarlo ya presente en los signos y colaborar a su venida”. El Reino nos descentra, nos empuja a vivir abiertos de mente y de espíritu para percibir los latidos del Espíritu en nuestro mundo.

TEXTOS

“Evangelizadora, la Iglesia comienza por evangelizarse a sí misma. Comunidad de creyentes, comunidad de esperanza vivida y comunicada, comunidad de amor fraterno, tiene necesidad de escuchar sin cesar lo que debe creer, las razones para esperar, el mandamiento nuevo del amor. Pueblo de Dios inmerso en el mundo y, con frecuencia, tentado por los ídolos, necesita saber proclamar “las grandezas de Dios” que la han convertido al Señor, y ser nuevamente convocada y reunida por El. En una palabra, esto quiere decir que la Iglesia siempre tiene necesidad de ser evangelizada, si quiere conservar su frescor, su impulso y su fuerza para anunciar el Evangelio”. Pablo VI La evangelización del mundo contemporáneo nº 15

“Evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad…… Para la Iglesia no se trata solamente de predicar el evangelio en zonas geográficas cada vez más vastas o poblaciones cada vez más numerosas, sino de alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la Palabra de Dios y con el designio de salvación” (Pablo VI, EN 18-19)

PREGUNTAS

* Un amor desbordante es siempre atractivo. La misión es manifestación de una vida nueva. Lee y reza con Colosenses 3, 12-17.

* ¿Hacia dónde miran nuestras comunidades cristianas: hacia dentro ignorando la apertura, el envío, la salida hacia nuevos confines?

* La Iglesia nace misionera, “empujada y forzada” por el Espíritu. ¿Dejamos al Espíritu empujar a nuestra comunidad hacia fuera de nuestros muros? ¿Cómo es el corazón de nuestra comunidad cristiana: triste, decaído, apagado o esperanzado, ardiente, sereno?

P. Carlos Collantes Díez sx