Skip to main content

04.- EL ESPÍRITU, PROTAGONISTA DE LA MISIÓN

23 May 2016
23578

El aliento (Espíritu) de Dios aleteaba sobre las aguas, nos dice el Génesis. El Espíritu infundía su fuerza y su belleza al inicio de los tiempos y apareció la persona y llegó la historia, y las ganas de crecer y de ser más… Espíritu, fuente de agua viva y fecunda.

El Espíritu guió a un pueblo -el pueblo de la Biblia- y pasaron de la esclavitud a la libertad, caminando hacia una tierra prometida donde poder vivir con dignidad, donde nadie fuera esclavo y todos libres, donde no hubiera desigualdades, donde Dios fuera el único Señor… Espíritu, viento de libertad.

El Espíritu hizo nacer a la Iglesia y la presentó públicamente el día de Pentecostes, y quiso que fuera una comunidad políglota -hecha de diálogo- hablando y comprendiendo todas las lenguas, todos los lenguajes, como un signo de reconciliación y de comunión… Espíritu, fuego de amor, llama viva.

El Espíritu guía, por los vericuetos de la historia, a la humanidad entera -creyentes y no creyentes- hacia la plenitud, hacia la tierra nueva y los cielos nuevos. Humanidad y creación. Gimiendo ambas, anhelando la liberación definitiva. Tiempo de la Iglesia, tiempo del Espíritu. Nuestro tiempo. El tiempo del llanto y del esfuerzo, de las preguntas, del deseo y del peregrino. Tiempo de esperanza. Caminar… Espíritu constructor de la tierra nueva donde habite la justicia.

Jesús y el Espíritu

El Padre llevó a cabo un único envío del Hijo y del Espíritu. Es S. Pablo quien así lo escribe en la carta a los Gálatas (4,4y6). Ya los Padres de la Iglesia decían que el Espiritu Santo “precede, acompaña y sigue” al Hijo de Dios en su misión sobre la tierra.

En el Jordán, en su bautismo, Jesús es “ungido” por el Espíritu. Realiza, de esta manera, su misión mesiánica bajo el impulso del Espíritu. Jesús se presenta con los rasgos de todo profeta: ha sido enviado, con la fuerza del Espíritu, paraanunciar la buena nueva a los pobres. Más tarde confiará esta misma misión con estas mismas características a los suyos:enviados con la fuerza del Espíritu para anunciar el Evangelio.

Jesús vive su misión al servicio del Reino: quiere hacer a Dios más cercano, más presente, más visible, más salvador. El Reino, esa sociedad solidaria, sin exclusiones, más justa, más fraterna, que se inaugura con su muerte y resurrección y se establece por el don del Espíritu. Jesús, al regalarnos el Espíritu, es el origen del Reino. Su bautismo en el Jordán se completará sólo con su muerte y resurrección, entonces los discípulos recibirán el Espíritu Santo. Jesús envió su Espíritu a sus discípulos desde la cruz: “Y reclinando la cabeza, entregó el Espíritu” (Jn 19, 30). Y en el cenáculo cuando inspiró sobre ellos el día de Pascua y les mandó a restablecer el Reino de Dios. “Y dicho esto sopló y les dijo: Recibid el Espíritu Santo…” (Jn 20, 22) De esta manera, son bautizados con el Espíritu Santo.

El Espíritu Santo, al igual que antes precediera y acompañara a Jesús en su ministerio, ahora sigue a Cristo Resucitado. Los discípulos aceptan con dolor la “ausencia física” del Señor Resucitado, pero el Espíritu Santo “vuelve presente” al Señor en la comunidad y en el corazón de los discípulos, colmando su ausencia. El Espíritu capacita, además, a los discípulos para cumplir la misión, les da fuerza y valor para ser testigos hasta los confines de la tierra. En esto está la presencia y el poder del Espíritu y la asistencia de Jesús. Desde entonces la tarea esencial de la Iglesia consiste en la predicación del evangelio a todos los pueblos.

El Espíritu y la Iglesia

La resurreción-glorificación de Jesús, el envío-efusión del Espíritu y el nacimiento de la nueva comunidad de creyentes se hallan inseparablemente unidos uno a otro. La misión de la Iglesia y su misma existencia dependen de la efusión del Espíritu el día de Pentecostés, misión que se sitúa en continuidad con la del Hijo y del Espíritu Santo. La misión que Cristo realiza por medio de la Iglesia es siempre misión en el Espíritu Santo. Al ser misión del Espíritu Santo y realizada bajo su guía, la misión de la Iglesia tiene como alma al mismo Espíritu Santo que actúa como presencia que ilumina, santifica y evangeliza a la misma Iglesia, siempre necesitada de conversión, de luz, de la fuerza de lo alto.

Los apóstoles experimentan una transformación sorprendente. Atenazados por el miedo, de repente aparecen en público llenos de valentía y decisión. Invadidos por el Espíritu Santo proclaman el evangelio salvador. En Pentecostes la nueva comunidad se presenta ante todos los pueblos: éste es el horizonte de su misión. Todos los pueblos estabán allí, simbólicamente. Cada uno con su propia lengua, y, sin embargo, capaces todos de comprender el mismo mensaje. Pentecostés es por eso el antiBabel, el inicio de la reunificación de los pueblos dispersos, gracias a Cristo y al Espíritu, que actúan y se manifiestan a través de la Iglesia y sus apóstoles.

Entre los primeros discípulos al inicio hay titubeos, sin embargo la misión, en cuanto apertura a todos los pueblos, acabará triunfando, gracias al empuje del Espíritu. El riesgo y la apertura a lo desconocido producen siempre cierto miedo. Sucedió entonces y sigue sucediendo: la llamada a la prudencia, hecha por algunos, es una reacción comprensible, frente a lavalentía necesaria para salir de la propia comodidad, de las propias certezas, para pasar a los otros cruzando orillas o fronteras, para fundar nuevas iglesias. Este paso a los otros es la misión. Salir y evangelizar, siempre empujados por el Espíritu. De esta forma se va construyendo la comunidad cristiana que se descubre misionera.

El detonante de este proceso de apertura e irradiación fue la persecución. “Aquel día se desató una violenta persecución contra la comunidad que residía en la ciudad de Jerusalén; todos se dispersaron... excepto los apóstoles... Entre tanto, los dispersos iban anunciando el mensaje…” ( Hechos 8, 1.4) ¡Cuántas veces se han repetido estos hechos en la historia de la Iglesia! También en nuestra pequeña historia de Javerianos. Expulsados de China fuimos a anunciar el evangelio a Indonesia, Bangladesh, Brasil, Congo… Expulsados de Burundi, fuimos a Camerún y Chad.

Al igual que con Cristo, el Espíritu Santo “precede, acompaña y sigue” a la Iglesia en su misión. El Espíritu vuelve misioneros a los discípulos. Pero hay más. La misión que el Espíritu realiza en la Iglesia o a través de ella se conjuga o armoniza con la acción del Espíritu Santo en la humanidad. El Espíritu -soberanamente libre- “sopla donde quiere”.

El Concilio Vaticano II ha querido recordar la acción del Espíritu en el corazón de cada persona mediante las “semillas del Verbo”, en las iniciativas religiosas, en los esfuerzos de la actividad humana que tienden a la verdad, al bien, a Dios. También la sociedad y la historia, los culturas, las mismas religiones gozan de la presencia y de la actividad del Espíritu Santo. Lo veremos en el próximo número.

ORACIÓN

“Esta es la hora
en que rompe el Espíritu
el techo de la tierra,
y una lengua de fuego innumerable
purifica, renueve, enciende, alegra
las entrañas del mundo.

Esta es la fuerza
que pone en pie a la Iglesia
en medio de la plazas
y levanta testigos en el pueblo,
para hablar con palabras como espadas
delante de los jueces.

Llama profunda,
que escrutas e iluminas
el corazón del hombre:
restablece la fe con tu noticia,
y el amor ponga en vela la esperanza,
hasta que el Señor vuelva.”

PREGUNTAS

* “Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida…”, rezamos en el Credo. ¿Una formula rutinaria? ¿O algo más? ¿Una experiencia personal, profunda del Espíritu de Dios que habita nuestro corazón?

* Medita Romanos 8, 15-17 y 26-27 y Gálatas 5, 22-24. El Espíritu nos hace hijos del Padre, solidarios con Jesús y adorna nuestra vida con sus frutos. ¿En qué medida somos conscientes de todo ello?

* ¿Cómo podemos dar un espacio mayor al Espíritu Santo, a su acción y presencia en nuestros grupos cristianos, en nuestras comunidades cristianas, en nuestras parroquias?

P. Carlos Collantes Díez sx