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11.- MISIÓN, JUSTICIA Y LIBERACIÓN (3)

25 May 2016
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“Cuando le doy comida al pobre, me llaman un santo. Cuando pregunto porqué el pobre no tiene comida, ellos me llaman comunista” (Helder Cámara, obispo brasileño). Veíamos en el número anterior como el compromiso en favor de la justicia pertenece al núcleo de la fe cristiana y del anuncio del evangelio. Vamos a detenernos en el pensamiento más reciente de la Iglesia sobre el tema que nos ocupa.

La misión de la Iglesia

La conciencia que la Iglesia ha tenido históricamente del lugar de la justicia dentro de su misión no ha sido siempre la misma. La verdad de la Revelación es siempre más grande que lo que la doctrina de la Iglesia enseña o acentúa en cada momento histórico. Desde hace algo más de un siglo, la Iglesia desarrolla una reflexión interesante en materia social, política y económica, enseñanza que forma parte del mensaje de salvación, de la Buena Nueva que debe predicar al mundo. Es la llamada Doctrina Social de la Iglesia. Hemos visto en números anteriores como se ha producido en los últimos decenios un cambio significativo en la forma de entender la salvación. De la preocupación por la salvación de las almas el centro de interés se ha desplazado a la liberación integral de la persona. También la percepción que la Iglesia tiene de si misma se ha ido enriqueciendo: En el último Concilio la Iglesia se ha definido como “sacramento universal de salvación”.

Ya los Padres de la Iglesia, escritores, santos, teólogos, pastores de los primeros siglos del cristianismo manifiestan en sus escritos preocupaciones evidentes por la justicia y por los pobres. Su pensamiento -con frecuencia desconocido- y sus afirmaciones son, en muchos casos, de una gran radicalidad y constituyen una rica fuente de inspiración en el pensamiento cristiano. Frente a los males sociales la respuesta cristiana –afirmaban- debe fundarse sobre algunos principios claros: No somos propietarios de los bienes, sino sólo administradores. Los bienes de la creación están destinados a todos los hombres. Defendían ya el destino universal de los bienes de la tierra. Subrayan la naturaleza social de la persona, llamada a vivir en comunidad. Todas las personas son fundamentalmente iguales. Una propiedad privada que no sea solidaria, que no respete el destino universal de los bienes de la tierra se convierte en fuente de egoísmo, y por tanto, de división, de explotación. Compartir los bienes es una exigencia de la justicia.

Ética y economía

La Doctrina Social de la Iglesia, en su forma actual, remonta a finales del S. XIX, cuando el Papa León XIII publica la Rerum Novarum sobre la condición obrera. El Papa invitaba a toda la Iglesia a tomar conciencia de una problemática nueva y conflictiva provocada por la expansión industrial y el liberalismo capitalista. La caridad tradicional no estaba bien armada para resolver los nuevos problemas provocados por la revolución industrial, podía aliviar sufrimientos y despertar compromisos pero no alcanzaba el mal en sus raíces. La Iglesia -convicción arraigada- puede ayudar a la sociedad a edificar un orden más justo, la economía no puede ser dejada al libre afrontamiento de las fuerzas sociales, como pretende el liberalismo. Necesitamos criterios éticos. 40 años después, Pío XI analizando la situación de su época –en la encíclica Quadragesimo Anno- se da cuenta de que el mercado libre está siendo reemplazado por la dictadura económica -hoy diríamos por una dictadura financiera que enriquece a unos pocos y empobrece a millones de personas y a países enteros-. Condena, por ello, la acumulación de ganancias, la “famosa” ley de la oferta y la demanda sin control y ese falso concepto de libertad defendido por el liberalismo capitalista que sólo beneficia a los más poderosos. Es la libertad del pez grande para comerse al chico.

Sacramento de salvación

A mediados del siglo XX la Iglesia vuelve con más vigor y de manera más evidente y explícita a sus raíces bíblicas, y va a redescubrir que el compromiso en favor de la justicia pertenece al núcleo del mensaje evangélico, a la esencia de su misión; compromiso que no es marginal, accesorio o facultativo. Si los razonamientos de las primeras encíclicas sociales se fundamentan en buena parte en la ley y el derecho naturales, de manera progresiva los argumentos van a tener un fundamento más bíblico y cristológico. Podemos situar esta vuelta progresiva, clara y decidida a las raíces bíblicas en torno a la época anterior al Vaticano II. El socialismo marxista parecía monopolizar los ideales de justicia en la escena internacional, y destinado a conquistar espacios cada vez más amplios en el mundo. Después del Concilio, muchos laicos, religiosos, sacerdotes y comunidades cristianas ponían en primer plano el compromiso a favor de la justicia y por el cambio de estructuras temporales. En el seno de la Iglesia existían tensiones fuertes dando lugar a posturas enfrentadas: mientras algunos sienten la tentación de identificar el compromiso en favor de la justicia con la opción por el socialismo marxista, otros tachan de marxista cualquier compromiso valiente por la justicia hecho en nombre del evangelio. El compromiso en favor de la justicia y del cambio social ha encontrado, en este momento histórico, su lugar en el corazón mismo de la misión de la Iglesia, “señal y salvaguarda del carácter trascendente de la persona humana” y “sacramento universal de salvación”, definición ésta que quedaría reducida a palabras vacías, sin significado real y concreto si la Iglesia no se implica en la lucha histórica por la reconciliación y la justicia entre los pueblos y las personas, puesto que sacramento implica un elemento visible y significativo.

Sínodos de obispos

En estos años la conciencia eclesial sobre la relación entre fe y justicia, entre evangelización y promoción de la justicia está en evolución. El 3º Sínodo de los obispos (1971) va a tratar concretamente el tema de la “Justicia en el mundo”. Una de las afirmaciones más incisivas de este Sínodo, profunda intuición que irá madurando en los años siguientes, la encontramos en la introducción: “La acción en favor de la justicia y la participación en la transformación del mundo se nos presenta claramente como una dimensión constitutiva de la predicación del Evangelio, es decir, la misión de la Iglesia para la redención del género humano y la liberación de toda situación opresiva”. En la formación cristiana se había acentuado, hasta tiempos recientes, de manera desequilibrada, el elemento intelectual de la fe, estableciendo distinciones, a veces demasiado marcadas, entre fe y acción o entre la fe y la esperanza-caridad. La evangelización se entendía como una invitación orientada a la adhesión intelectual a una serie de verdades o dogmas. La salvación y la respuesta en la fe eran concebidas en términos individuales olvidando la dimensión comunitaria de la salvación cristiana. El Vaticano II va a subrayar la unidad indivisible entre adhesión intelectual, compromiso, acción, esperanza, caridad, insistiendo sobre la dimensión comunitaria de la salvación ofrecida.

La encíclica “La evangelización del mundo contemporáneo” (1974) promulgada por Pablo VI como fruto del 4º Sínodo de los obispos dará un paso muy significativo en la conciencia de la Iglesia sobre la forma de concebir la evangelización. Ésta es auténtica sólo si asume todo un conjunto de elementos que son al mismo tiempo intelectuales y de acción, individuales, colectivos y estructurales. En esta perspectiva se afirma que la evangelización debe anunciar explícitamente y siempre la salvación trascendente, es decir, la liberación del pecado y de la muerte, realizada en Jesús, pero, al mismo tiempo, la evangelización nunca puede prescindir, y ello por una exigencia intrínseca, del compromiso de la promoción humana, de la liberación y de la justicia humanas e históricas.

TEXTOS

“… el amor cristiano al prójimo y la justicia no se pueden separar. Porque el amor implica una exigencia absoluta de justicia, es decir, el reconocimiento de la dignidad y de los derechos del prójimo. La justicia a su vez alcanza su plenitud interior solamente en el amor. Siendo cada hombre realmente imagen visible del Dios invisible y hermano de Cristo, el cristiano encuentra en cada hombre a Dios y la exigencia absoluta de justicia y de amor que es propia de Dios.

La situación actual del mundo, vista a la luz de la fe, nos invita a volver al núcleo mismo del mensaje evangélico, creando en nosotros la íntima conciencia de su verdadero sentido y de sus urgentes exigencias. La misión de predicar el Evangelio en el tiempo presente requiere que nos empeñemos en la liberación integral del hombre ya desde ahora, en su existencia terrena. En efecto, si el mensaje cristiano sobre el amor y la justicia no manifiesta su eficacia en la acción por la justicia en el mundo, muy difícilmente obtendrá credibilidad entre los hombres de nuestro tiempo”. 3º Sínodo de los Obispos, 1971

PREGUNTAS

* Mateo 25, 14-30. No somos propietarios de los bienes, sólo administradores. Los recibimos para compartirlos. El Señor los pone en nuestras manos para que los hagamos fructificar.

* Lucas 12, 15-21. Nuestra sociedad nos invita a acumular, Jesús va por otro camino… Estamos de paso y el Señor nos quiere libres, “ligeros de equipaje”.

* Mateo 6, 19-21. El bien que sembramos es lo que permanece para siempre. Lo que damos, lo que “perdemos” es lo que encontraremos. La bondad es un tesoro.

P. Carlos Collantes Díez sx