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15.- INCULTURACIÓN TAREA DE SIEMPRE (2)

21 Diciembre 2017
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El P. Arrupe siendo superior general de los jesuitas definió la inculturación en los términos siguientes: "es la encarnación de la vida y del mensaje cristiano en un determinado contexto cultural, de tal forma que esta experiencia no sólo encuentra expresión a través de los elementos pro­pios de la cultura en cuestión, esto sería una adapta­ción superficial, sino que también se convierte en un principio que anima, dirige y unifica la cultura trans­formándola y rehaciéndola como si naciese una nue­va creación".

Desde el principio, desde la primera generación de cristianos el evangelio tuvo que inculturarse, ser predicado con distintos ropajes culturales. Con S. Pablo el mensaje evangélico pasa de un continente a otro -de Asia a Europa- de una cultura a otra. Si Jesús predica la Buena Nueva con las categorías culturales propias de su pueblo judío, los primeros discípulo, al predicar a Jesús -convertido en Buena Nueva- tienen que aprender a hacerlo, al menos algunos, con otras categorías y otro lenguaje saliendo de su mundo judío para adentrarse en otro, conocido ya por algunos de ellos, el mundo grecorromano. Existía entonces el judaísmo llamado de la diáspora, comunidades judías existentes en diferentes ciudades del Imperio romano, algunos cristianos provenían de este judaísmo más abierto y cosmopolita. De hecho, Pablo cuando llegaba a una ciudad para anunciar el evangelio se dirigía en primer lugar a las sinagogas y a los prosélitos porque allí encontraba –creía encontrar- un terreno ya preparado y bien dispuesto.

Unidad en la diversidad

Los Hechos de los Apóstoles nos relatan el primer Concilio de la historia, el Concilio de Jerusalén, un encuentro fraterno de responsables de comunidades, en él todos intentan dejarse guiar por la luz y sabiduría del Espíritu. El encuentro del evangelio con la cultura griega había provocado las primeras tensiones con los cristianos más ortodoxos y rígidos provenientes del judaísmo y era necesario distinguir lo esencial, lo irrenunciable, aquello sin lo cual el evangelio no era el de Jesús y la fe no era cristiana, distinguirlo de lo secundario, de aquello que pertenecía a tradiciones del Antiguo Testamento, costumbres judías más o menos respetables pero que un cristiano originario de otro horizonte cultural no tenía porque seguir o no le tenían que ser impuestas porque de lo contrario se oscurecería algo básico: que quien nos salva es Jesucristo, la fe en él y no el cumplimiento de la ley (hablamos de la ley religiosa judía o veterotestamentaria). Fue un ejercicio de fraternidad profunda, de colegialidad real. Pablo se convierte en el firme defensor de la libertad cristiana tan bien reflejada en su carta a los Gálatas. De esta manera aprenden a distinguir la unidad de la uniformidad, buscan la unidad en la diversidad, lo cual a veces es un milagro, sólo posible gracias al Espíritu.

Encontramos en los Hechos de los Apóstoles un texto muy significativo y revelador, se trata de la visión del macedonio: (Hch 16, 6-10). En él aparece con toda claridad que el gran protagonista de la misión es el Espíritu Santo, no es iniciativa del evangelizador, sino más bien del que va a ser evangelizado que pide que se le anuncie y muestre ese gran tesoro que es Jesucristo: "¡Pasa a Macedonia y ayúdanos!", dice el macedonio. El Espíritu llama desde la otra orilla, ese Espíritu que había preparado desde siempre los corazones de los que iban a recibir a Cristo. Y Pablo dócil y obediente atraviesa la frontera.  

“Conversión” de Pedro

La inculturación tiene que ver, por tanto, con la superación de fronteras, con la aceptación de la pluralidad, con la renuncia explícita a querer imponer a los otros (pueblos, comunidades, iglesias locales) la propia identidad, con la renuncia a toda actitud etnocéntrica. Ya en el relato de Cornelio (Hch 10) –primer pagano que entra en la comunidad cristiana- Pedro se ve obligado a cambiar sus esquemas, a relativizar ciertas prácticas de su anterior credo judío. En realidad quien fuerza a Pedro, quien lo convierte es el Espíritu. De nuevo el Espíritu el protagonista. Se opta por el universalismo rompiendo los estrechos límites del judaísmo.

En Pentecostés, la Iglesia nace misionera, acoge y acepta la pluralidad de lenguajes, todos son útiles y necesarios para proclamar y acoger las maravillas del Señor. Todos están llamados a enriquecer el rostro de la Iglesia. De esta forma, guiada por el Espíritu, la Iglesia está al servicio de la unidad, una unidad respetuosa que no anula diferencias sino que enriquece. Sólo el Espíritu es capaz de recrear la comunión entre culturas y pueblos diferentes. Y la Iglesia quiere ser el signo y sacramento de esta unidad y comunión.

Un caso bonito y ejemplar de inculturación es la fiesta de la Navidad. No podemos saber la fecha exacta del nacimiento de Jesús, tampoco interesa demasiado para el contenido y valor de nuestra fe; los evangelistas no lo mencionan y tampoco les interesa puesto que no escriben biografías de Jesús sino testimonios creyentes, lecturas de la vida, ministerio y obra salvadora de Jesús desde la fe. Están escritos desde la experiencia pascual, tras la Resurrección de Jesús y con la luz que ésta proyecta sobre el ministerio histórico de Jesús.

Sabiduría pastoral

Fue en el siglo IV, tal vez en el año 345, cuando se proclamó el 25 de diciembre como fecha de la Navidad. La Iglesia que salía de las catacumbas y de siglos de persecución supo –con gran inteligencia y sabiduría pastoral- “apropiarse” de una celebración pagana preexistente que celebraba el solsticio de invierno (en le hemisferio Norte que era donde vivía entonces la Iglesia). Los días se alargaban, el sol comenzaba a brillar con más intensidad, la luz –vencedora- se hacía fuerte, y la vida renacía. En el Norte de Europa existía una celebración con parecido significado: se quemaban grandes troncos adornados en honor de los dioses para que el sol brillara con más fuerza. La Iglesia se apropia de la fecha cambiando completamente el contenido: el verdadero Sol, la verdadera Luz es Jesús, el único Salvador. Se decidió entonces celebrar su nacimiento el día 25 de diciembre. Todo un acierto y una prueba de saber estar presente en medio de una sociedad y de una cultura. (Sirva este ejemplo para “cerrar la boca” a tanto testigo de Jehová agresivo e ignorantón que acusa a la Iglesia Católica de “mentir” en lo relativo a la fecha del nacimiento de Jesús. No hay ninguna mentira en este asunto para quien conoce la historia y el significado de los evangelios).

Muchas culturas son anteriores al evangelio, han nacido y se han desarrollado antes y al margen del cristianismo, no necesitan del evangelio. Sin embargo, el evangelio sí necesita de las culturas para expresarse con un determinado lenguaje, necesita un soporte cultural para ser más significativo, más elocuente en el corazón de quien lo escucha y se abre a él. El evangelio no tiene una cultura propia, pero está llamado a expresarse en todas y en todas puede ser vivido.

La inculturación no es un descubrimiento reciente –la palabra tal vez, pero no la realidad- es una realidad de siempre, un proceso permanente porque las culturas son realidades dinámicas que evolucionan, y cambian los contextos sociales en los que el evangelio es anunciado; el evangelio interpela siempre cada cultura que se abre a él, por eso la inculturación es también la respuesta a esa interpelación y la primera responsable de este proceso de inculturación es la Iglesia local. Antes es necesario proclamar el evangelio de manera inteligible y significativa a los miembros de cada comunidad humana, con signos que hagan creíble el anuncio del Reino de Dios.

TEXTOS

“Como « la Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros » (Jn 1, 14), así la Buena Nueva, la palabra de Jesucristo anunciada a las naciones, debe penetrar en el ambiente de vida de sus oyentes. La inculturación es precisamente esta penetración del mensaje evangélico en las culturas. En efecto, la Encarnación del Hijo de Dios, por ser total y concreta, fue también encarnación en una cultura específica”. (E Af 60)

“Al desarrollar su actividad misionera entre las gentes, la Iglesia encuentra diversas culturas y se ve comprometida en el proceso de inculturación. Es ésta una exigencia que ha marcado todo su camino histórico, pero hoy es particularmente ayuda y urgente… Por medio de la inculturación la Iglesia encarna el Evangelio en las diversas culturas y, al mismo tiempo, introduce a los pueblos con sus culturas en su misma comunidad; transmite a las mismas sus propios valores, asumiendo lo que hay de bueno en ellas y renovándolas desde dentro. Por su parte, con la inculturación, la Iglesia se hace signo más comprensible de lo que es e instrumento más apto para la misión”. (RM 52)

PREGUNTAS

Hechos de los Apóstoles, 10. El responsable de la Iglesia es forzado por el Espíritu a superar sus barreras interiores… desconcierto de algunos creyentes ante las sorpresas del Espíritu.

Hechos, 15. Pedro, Pablo, Santiago, sensibilidades distintas, pero todos caminando en la misma dirección, la que marca e ilumina el Espíritu: universalismo, apertura… la fe en Jesús nos salva.

Gálatas 5 y 6. La libertad al servicio del amor, de la fraternidad, del crecimiento comunitario… libertad iluminada por el Espíritu. Libertad solidaria no egoísta.

P. Carlos Collantes Díez sx