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16.- EL MISIONERO Y LA CULTURA LOCAL (3)

21 Diciembre 2017
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Placerá a Dios nuestro Señor darnos lenguas para poder hablar de las cosas de Dios, porque entonces haremos mucho fruto con su ayuda y gracia y favor. Agora somos entre ellos como unas estatuas, que hablan y platican de nos muchas cosas, y nosotros, por no entender la lengua, nos callamos; y agora nos cumple ser como niños en aprender…” Es S. Francisco Javier quien nos relata su experiencia al llegar al Japón. 

Hacerse niños, escuchar, abrir los ojos y el corazón, mirar con simpatía. El misionero no se “incultura” sino que más bien se encarna en un pueblo, es el evangelio el que se incultura; un proceso largo que dura varias generaciones y cuyo protagonista es la Iglesia local. La inculturación es, en realidad, un proceso siempre inacabado porque las culturas son realidades dinámicas que cambian y se transforman. Y el evangelio -manantial inagotable de vida, camino desconcertante de felicidad- interpela siempre y siempre es nuevo. El misionero al llegar sufre y vive un proceso de inmersión en una cultura diferente de la suya propia, llamamos a este proceso aculturación, es decir, la adquisición progresiva de la cosmovisión, de los valores, costumbres, estilo de vida, lengua de una cultura diversa, todo ello sin perder la propia identidad cultural. Al llegar –escribo desde mi experiencia en Camerún- te quitas tus gafas, tu forma de ver el mundo y de concebir la vida (la familia, las relaciones humanas, el valor del tiempo, la explicación de la enfermedad o de la muerte, las creencias…) y te pones progresivamente otras gafas, otra mirada, la del pueblo y cultura que te acoge, no prescindes de tu mirada, pero la pones entre paréntesis, sobre todo a la hora de emitir juicios. Pasamos por un proceso de despojamiento, para compartir la vida de nuestros nuevos hermanos desde la pertenencia a una misma y común humanidad, hijos todos del mismo Padre.

No podemos prescindir de nuestra identidad, porque para abrirse a otra cultura de manera serena y madura hay que poseer la propia, hay que poseerse, hay que conocer bien las propias raíces. No prescindimos, por tanto, de la propia identidad, adquirimos una nueva, ya que nuestra forma de ver la vida, nuestra visión del mundo se enriquece. Los Javerianos hemos escrito en nuestra Ratio Missionis palabras bonitas: “… estamos convencidos de que los grandes valores humanos y religiosos de los pueblos con los que entramos en contacto, pueden enriquecer nuestro mismo modo de vivir y de comprender el Evangelio”.

El Dios de los antepasados

Un domingo, fiesta de la Trinidad, el gran misterio de ese Dios Amor y Comunión de tres personas, novedad de la revelación cristiana, tuve una feliz idea: recoger en la homilía lo más bonito de los nombres utilizados por la tradición y sabiduría del mi nuevo pueblo para hablar de Dios. Dios es la fuente de la sabiduría y de la vida que nos llega a través de los antepasados, es la fuente de toda bendición y felicidad. Designan a Dios con nombres elocuentes: Ntondobe, Zamba, Elofogo. Según los expertos, este último formado por Alo (infundir) y feg (sabiduría) significa el que insufla la sabiduría en la persona. Dios Creador, en el relato del Génesis, aparece insuflando sobre el primer hombre terreno el Espíritu de Vida para que se convierta en espíritu viviente con sed de eternidad. Zamba puede expresar la admiración del hombre delante de la creación preguntándose: “¿Quién ha plantado?” (Za ambè), o bien “El que existe desde siempre” (Za ambáá). Mientras que Ntondobe tiene una doble significación: el que alimenta a los hombres, al género humano ntondo (alimentar) bod (hombres), o bien el que sostiene (ntondo) el universo: obèé es una marmita que puesta al revés simboliza en los ritos la bóveda celeste, convirtiéndose en imagen del universo. Y a partir de imágenes e intuiciones tan bellas, expresión sin duda de la sabiduría del Espíritu -semillas del Verbo, de las que ya hemos hablado repetidas vece en reflexiones anteriores- es más “fácil”, más acertado anunciar la novedad cristiana, novedad que en este caso –Dios misterio de Comunión y Amor- nos desborda a todos y de la que sólo Jesús podía hablarnos y el Espíritu adentrarnos en ella. Con pobres palabras les hablé de ese Dios entrañable, inaccesible y cercano, Palabra y Silencio.

Recuerdo otro domingo, un relato evangélico extraño. Los saduceos –incrédulos, ricos y aristócratas- se acercan a Jesús con la manifiesta intención de burlarse de la fe en la resurrección y le cuentan la historia -chocante para nuestra mentalidad- de una mujer casada sucesivamente con 7 hermanos, muertos todos sin descendencia (Lucas 20, 27-38). La vida es el valor supremo, transmitirla se convierte en un “mandato” de los antepasados, morir sin descendencia un drama, porque ¿cómo presentarse delante de los antepasados con las “manos vacías”, habiendo interrumpido la cadena de la vida? De ahí la “obligación” de dar descendencia al hermano muerto, ya que los hijos son del clan, un bien colectivo, y no de la “pareja”, el clan se perpetúa en ellos. Una mentalidad muy familiar y arraigada en ciertas tradiciones y culturas. Un evangelio, por tanto, que resuena con fuerza en ciertos corazones. ¿Cómo actualizarlo? ¿Cómo anunciar la novedad de la resurrección cristiana que va más allá de la supervivencia en el recuerdo de los vivos?

Sed de Vida

Ni corto ni perezoso aquel domingo les conté una historia que había escuchado a un grupo de sabios o “ancianos”, celosos guardianes y transmisores de sus recuerdos, tradiciones y cultura ancestral. Me escucharon –eso me pareció sentir- con ojos cómplices, abiertos de simpatía, sus relatos habían penetrado mi lenguaje, los había hecho míos.

He aquí la historia: En la aldea había dos jóvenes muy amigos, su profunda amistad había hecho de ellos casi “gemelos”. Juntos habían sufrido y vivido los ritos de iniciación, juntos solían hacer todas las cosas… Brusca e inesperadamente muere uno de ellos, el superviviente profundamente apesadumbrado no sale de su asombro e incredulidad, una pregunta atormenta su corazón ¿cómo un joven lleno de vitalidad y de futuro puede morir en plena flor de la vida? No se resigna y comienza una extraña y tenaz búsqueda. Va en pos de una “receta poderosa, mágica”, el fetiche de la inmortalidad, (biaŋ enyiŋ) quiere que su amado amigo vuelva a la vida. ¿Quién podrá ofrecerle fetiche tan extraordinario? Su búsqueda tan fuerte como su desazón, como su amor, no cesa… consulta y suplica a los fabricantes de fetiches más célebres y poderosos de su entorno… (Personajes de la medicina tradicional que luchan, armados de creencias tradicionales, contra la precariedad de la vida para protegerla, o para “aumentarla”). Le ofrecen otros fetiches: el de las riquezas, el de la caza, el del amor… pero, el de la inmortalidad, “no lo conocemos”, le dicen. Uno tras otro confiesan su impotencia dejando a nuestro joven en su zozobra y desazón. Uno de ellos le sugiere que prepare y beba un brebaje especial que le permita llegar al país del más allá, donde viven los muertos. (En ciertas creencias las fronteras entre el mundo de los vivos, el más acá y el mundo de los muertos o el más allá son porosas, flexibles). Dicho y hecho. Audacia no le faltaba. Llegado al país de los “fantasmas” continúa con su tenaz e inacabada búsqueda, se dirige a los fabricantes de fetiches ya fallecidos que en su tiempo gozaron de renombre y fueron célebres, y a todos, con la misma insistencia, les pide el mismo fetiche. Benévolamente se ríen de él. “Si pudiéramos fabricar el fetiche que tanto anhelas, ¿nos encontraríamos en este lugar? la muerte nos ha vencido…” (Continuará en el próximo número)

TEXTOS

Camino de conversión. Diálogo e inculturación son un camino de paciente y humilde conversión: ante las experiencias religiosas de los demás, reconocemos que Dios los ha guiado misteriosamente, nos precede y nos habla también a través de ellos. Con interés y amor también nos abrimos a las diversas culturas, dispuestos a estudiar y a apreciar sus valores, semillas del Verbo. La misma vida religiosa nos hace particularmente aptos para afrontar la compleja tarea de la inculturación porque nos habitúa al desprendimiento de las cosas y nos ayuda a renunciar y a relativizar tantos aspectos de nuestra cultura. Así pues, en diálogo con el otro y en actitud de conversión, buscaremos purificar nuestra cultura y la del otro para encontrarnos en el único Evangelio que salva. (Ratio Missionis Xaveriana 43) 

Nuestro rol en la inculturación. En el proceso de inculturación, el misionero no es el primer artífice, pero puede facilitar el camino a la comunidad cristiana colaborando con la Iglesia local, protagonista principal en el proceso de inculturación. Asumimos nuestro rol de "facilitadores", aculturándonos y llevando a cabo una actividad misionera "contextualizada", que parta de la gente del lugar, con su historia, cultura y símbolos. (Ratio Missionis Xaveriana 47)

PREGUNTAS

Dios de la creación. Sabiduría 13, 1-9. La belleza de la creación nos lleva al Autor de toda belleza. Los sencillos descubren, reconocen y alaban esta Presencia.

Dios de la historia. Éxodo 3. “Bien vista tengo la aflicción de mi pueblo… He bajado para librarle”. Dios habla también en la historia a través de quienes luchan por la dignidad de todos sus hijos e hijas.

Dios fuente de sabiduría. Isaías 11, 1-9. El Mesías estará adornado de todos los dones del Espíritu, por eso es presencia especial y fuerte de Dios, máxima sabiduría del Padre.

P. Carlos Collantes Díez sx