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18.- EVANGELIO Y TRANSFORMACIONES SOCIOCULTURALES

21 Diciembre 2017
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Escribíamos en números anteriores que la cultura es la forma de entender, valorar y expli­car la vida que comparte una comunidad humana, una manera de estar en el mundo, de interpretarlo, de sentirse en él, de vivir, y que cada pueblo tiene su cultura propia. El Evangelio es también una manera de entender y de vivir la vida, y al ser portador de valores que van a terminar influyendo en la cultura del pueblo y de las personas que lo acogen, se convierte en un factor de transformación cultural.

La inculturación, encuentro entre el evangelio y la cultura, proceso nunca acabado, es reflejo de ese otro encuentro universal entre Dios y los distintos pueblos con sus culturas. Dios, en buen pedagogo, se adapta a su interlocutor y porque quiere hacerse entender nos habla un lenguaje comprensible, aunque con frecuencia nos sorprende porque rompe nuestros estrechos esquemas. Se nos acerca de modo admirable en Jesús, Verbo Encarnado, por eso decimos que la Encarnación -el máximo acercamiento de Dios a la humanidad- es el modelo que debe seguir la inculturación. “La Palabra se hizo carne…” se hizo lenguaje amoroso de Dios Padre, se hizo pueblo, cultura, historia, “y acampó entre nosotros”, en nuestros corazones, en nuestras esperanzas, en nuestras búsquedas, en nuestra humanidad creadora.

Redención y transformación

La inculturación sigue el modelo de la Encarnación pero tiene en cuenta también otros criterios o lógicas, en concreto la lógica de la redención o del misterio pascual. La inculturación, necesaria para que el mensaje evangélico sea bien comprendido, asimilado, vivido y dé frutos abundantes, necesaria para que el evangelio se enraíce en toda comunidad humana, en sus gentes, en sus culturas, es el camino para que la fe penetre en la vida concreta y cotidiana de los grupos humanos que se abren al evangelio. El espíritu que debe inspirar este proceso largo, viene dado por la “lógica" propia del misterio de la redención”, misterio que indica la necesidad de transformación interna que toda cultura humana tiene, es esta lógica la que debe animar el discernimiento necesario en este proceso para distinguir y separar lo positivo y lo negativo en cada cultura.

La penetración de los valores evangélicos en las culturas forma parte del proceso de inculturación que no deja “intacta” la cultura, se producen inevitablemente cambios y transformaciones. Y de hecho los documentos del magisterio utilizan la expresión “transformación” para hablar de este proceso. «El proceso de inserción de la Iglesia en las culturas de los pueblos requiere largo tiempo: no se trata de una mera adaptación externa, ya que la inculturación “significa una íntima transformación de los auténticos valores culturales mediante su integración en el cristianismo y la radicación del cristianismo en las diversas culturas» (RM 52).

Nueva creación

La inculturación es además un proceso que podríamos calificar de total porque afecta a todas las dimensiones y sectores de la vida cristiana, a las expresiones de la fe, a la manera de celebrar esta misma fe dentro de la vida en la liturgia y en los sacramentos, también afecta a la vida interna de la comunidad, a su manera de organizar los diferentes servicios, a sus compromisos sociales, caritativos o de justicia en su ambiente, afecta por supuesto a las relaciones humanas y a toda la manera de vivir. Abarca, por tanto, a todo el mensaje cristiano no sólo a la reflexión, a la teología, a las ideas, sino también a la praxis, al comportamiento. Y no debe ser obra de unos especialistas –un grupo de teólogos- sino que debe madurar en el seno de toda la comunidad, todo el pueblo cristiano debe sentirse concernido o implicado, porque el Espíritu es dado a todos y reparte sus dones y carismas con liberad y generosidad.

Ya hemos citado la célebre definición del P. Arrupe: la inculturación “es la encarnación de la vida y del mensaje cristiano en un determinado contexto cultural, de tal forma que esta experiencia no sólo encuentra expresión a través de los elementos pro­pios de la cultura en cuestión, esto sería una adapta­ción superficial, sino que también se convierte en un principio que anima, dirige y unifica la cultura trans­formándola y rehaciéndola como si naciese una nue­va creación". El mensaje evangélico una vez encarnado dentro de una cultura actúa con fuerza y desde dentro transforma y recrea todo dando lugar a una nueva realidad. Es como una semilla poderosa que crece vigorosa, sólida y por su propia virtualidad y energía transforma todo lo que toca (Marcos 4, 26-29), lleva la luz en las entrañas porque es Buena Nueva de un Dios cercano y bueno aunque siempre envuelta en ropaje humano.

Desde dentro

El Hijo de Dios se encarna en nuestra humanidad y sólo al final del proceso, tras su muerte y resurrección comienza a existir un hombre nuevo, una humanidad nueva. Al hacerse de verdad uno de nosotros, el Verbo encarnado actúa y transforma desde dentro nuestra condición humana, para dar a luz a una nueva humanidad.

El encuentro entre el Evangelio y una cultura no está orientado tanto hacia la encarnación del Evangelio en una cultura determinada como hacia la transformación de dicha cultura. Y no se puede transformar auténticamente algo en lo que no se está presente”, escribe el teólogo indio M. Amaladoss. El anuncio evangélico encuentra personas, las cuales, una vez convertidas de verdad, se convierten en agentes de transformación cultural, personas que previamente se han dejado transformar, que han cambiado su visión del mundo aceptando valores nuevos, que han enriquecido su sistema de valores y que están dispuestas a transformar estructuras económicas, socioculturales, o políticas injustas. He visto cristianos “tocados” de verdad en su corazón, transformados por el espíritu evangélico y que, con su comportamiento nuevo, se han convertido en fermento que cuestiona y critica, en levadura que transforma ciertos rasgos culturales poco respetuosos con la dignidad de las personas. Y transformar una cultura significa en el fondo transformar una sociedad para que el Reino de Dios se exprese en ella, se haga más presente. Los cristianos a través de su testimonio personal y comunitario –levadura en la masa, sal que da sabor a su sociedad- pueden y deben invitar a su propia cultura al cambio, a la conversión, a la transformación sin querer imponer al conjunto social la propia visión. Porque la invitación a la conversión no se dirige únicamente a los individuos sino también a las colectividades: a los pueblos, y a sus creaciones: las culturas.

Dado que la finalidad última de la evangelización es la construcción del Reino de Dios, la creación de comunidades que vivan la fraternidad y la justicia, el servicio y el perdón, la reconciliación y la paz, el evangelio está llamado a levantar su voz profética, crítica y renovadora, “capaz de hacer nuevas todas las cosas”, desde la plenitud de vida que ofrece.

TEXTOS

Los misioneros, provenientes de otras Iglesias y países, deben insertarse en el mundo sociocultural de aquellos a quienes son enviados, superando los condicionamientos del propio ambiente de origen. Así, deben aprender la lengua de la región donde trabajan, conocer las expresiones más significativas de aquella cultura, descubriendo sus valores por experiencia directa. Solamente con este conocimiento los misioneros podrán llevar a los pueblos de manera creíble y fructífera el conocimiento del misterio escondido. Para ellos no se trata ciertamente de renegar a la propia identidad cultural, sino de comprender, apreciar, promover y evangelizar la del ambiente donde actúan… (RM 53)

Los primeros javerianos, animados por el Fundador, se empeñaron desde los inicios en recoger y hacer conocer las tradiciones culturales y religiosas de los pueblos entre los que trabajaban. También hoy debemos desarrollar un rol activo en este sector, colaborando gustosos con las Iglesias locales y las comunidades humanas en las que operamos. De esta manera facilitamos la relación y el intercambio entre culturas e Iglesias diversas. Además, apoyando las culturas locales podemos salvaguardar y desarrollar su identidad, contrarrestando así los efectos nocivos de la globalización en acto. (RMX 46)

PREGUNTAS

“Una inculturación de la fe realizada con sabiduría purifica y eleva las culturas de los diversos pueblos”. (Ecclesia in África 87) ¿Qué puede significar esta afirmación en nuestro contexto cultural?

Lee y reflexiona con Hebreos 4, 12-13. La Palabra, espada penetrante, juzga todo y al juzgar purifica y enriquece, invita al cambio y a la plenitud de vida.

Puedes también rezar con Marcos 4, 26-29. La Palabra no pertenece al anunciador, una vez anunciada, prosigue su camino y produce sus frutos cuando encuentra corazones abiertos, culturas receptivas.

P. Carlos Collantes Díez sx