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RELACION DE JAVIER CON JESUCRISTO 04

22 Noviembre 2018
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3.2  Jesucristo: Cristo es el centro de todos sus intereses y quehaceres. Francisco vive una existencia “expropiada”, se desvive por cada hermano. Su máxima aspiración es parecerse a su maestro, vivir “con él y como él”, y su suprema preocupación es darlo a conocer “internamente”[1]. “Nos, en estas partes, lo que pretendemos es traer las gentes en conocimiento de su Criador, Redentor y Salvador Jesucristo nuestro Señor. Vivimos con mucha confianza, esperando en él que nos ha de dar fuerzas, gracias, ayuda y favor para llevar esto adelante”[2]. Javier sigue a su Maestro de forma radical, hay en él un deseo intenso de servir e imitar al Maestro, deseo profundo de “significarse” en ésta su gran empresa. Así se lo pedirá también a los suyos: “pues os deseáis señalar en servir a Cristo” (C 90, 375). 

El deseo de seguir a Jesús -su único Señor- y de ponerse a su servicio pasa necesariamente por la cruz, como Jesús mismo había anunciado a sus discípulos. En tierra de misión los peligros son más numerosos, “peligros continuos y evidentes de muerte” (C 97, 423), las posibilidades de sufrir persecuciones son también más ciertas: “... principalmente en el Japón y en la China, porque estas dos partes requieren personas que pasaron muchas persecuciones y fueron muy probadas en ellas...” (C 109, 463), incluso el martirio: “Creo que aquellas islas del Moro han de engendrar muchos mártires de la Compañía... Así que los de la Compañía que deseen dar su vida por Jesucristo, anímense y alégrense... (C 79, 315-316). Podemos decir que hay una mayor sintonía y cercanía entre la misión y la cruz. “Creo que los que gustan de la cruz de Cristo nuestro Señor, descansan viniendo en estos trabajos y mueren cuando de ellos huyen o se hallan fuera de ellos”[3]. Si la cruz es, para todo discípulo, camino obligado de seguimiento de Jesús, ese camino, con mayor seguridad y certeza, pasa por la misión. Francisco nos recuerda la palabra evangélica: “Quien no carga con su cruz y se viene detrás de mí, no puede ser discípulo mío” (Lc 14, 26-27. Mt 10, 16-39). La misión permitirá a Francisco de Javier vivir una identificación profunda con su Maestro, e irá aprendiendo a integrar persecuciones, burlas, menosprecios, incluso fracasos y decepciones. Entre ellas, una de las más dolorosas: su “inútil” y duro viaje hasta Miyako, la capital del imperio nipón para pedir licencia al rey para anunciar el nombre de Jesús en su reino. Otro sueño fracasado[4]. Fiel hijo de Ignacio, aprenderá a escoger y desear “pobreza contra riqueza; oprobios o menosprecio contra el honor mundano; humildad contra la soberbia; (EE 146. Encontramos claras y frecuentes resonancias de los ejercicios ignacianos en muchas de sus cartas EE 98. 167. 169). Vive la exhortación paulina dirigida a su discípulo: “toma parte en los duros trabajos del evangelio” (II Tim 1, 8b). Francisco utilizará una expresión muy semejante: “… deseos de padecer muchos trabajos por servir a Cristo…” (C 90 373).

El camino de la gloria, tan soñada primero y después reorientada, pasa por la Cruz. Sus proyectos juveniles de gloria humana, proyectos vinculados a un rango y una estirpe familiares, tras la conversión se liberan de ataduras y expectativas familiares, transfigurándose en sueños apostólicos. Su proyecto será el de Dios; su familia, los compañeros de Jesús y a través de ellos y con ellos la humanidad entera; su camino, el seguimiento radical de Jesucristo, camino que pasa necesariamente por la cruz; su estilo, la peregrinación constante en pobreza radical[5] .”El que es de Cristo es una criatura nueva. Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado” (II Cor 5, 17).

“Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra ” (Jn 4, 34). Fiel a su Señor, Francisco de Javier se despojará de voluntad propia y querrá servir a Dios buscando y queriendo hacer siempre y en todo la voluntad del Padre, y de esta manera trabaja sólo y siempre para “la mayor gloria de Dios”; y así se lo recomendará frecuentemente a sus hermanos: “… muchos de ellos se moverían, tomando medios y ejercicios espirituales para conocer y sentir dentro de sus ánimas la voluntad divina, conformándose más con ella que con sus propias afecciones…”[6]. Encontramos el eco de un principio fundamental en la espiritualidad ignaciana, el de la indiferencia: “hacernos indiferentes a todas las cosas criadas” (EE 23; y modos de hacer elección 169. 179-180) buscando siempre una mayor libertad interior. Francisco nos ayuda a descubrir que existe una relación profunda entre el camino de seguimiento, encarnación, abajamiento (kénosis) y la libertad del apóstol (I Cor 9, 19-23); entre la actitud de escucha del siervo: “cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados. El Señor Dios, me ha abierto el oído y yo no me he rebelado ni me he echado atrás ” (Is 50, 4b-5) y la obediencia al proyecto salvífico del Padre, obediencia vivida en actitud de confianza filial y de humildad. Quien se pone completamente al servicio del plan de salvación de Dios, de su voluntad salvífica, se abre a los secretos de Dios -Dios le revela sus secretos- y, de esta manera, se convierte en un “contemplativo en la acción  ”.

Destaco tres rasgos significativos en su seguimiento de Jesús. 

3.2 A “El celo de tu casa me devora” (Sal 69, 10). Pasión por los intereses de Jesús. Despojado de voluntad propia, de intereses propios, de la búsqueda de gloria personal, la pasión por el anuncio del nombre de Jesús y de su salvación, se convierte en su verdadero alimento y tormento. Javier nos recuerda permanentemente algo básico y necesario: sin una experiencia personal y profunda de Jesucristo no puede haber verdadera proclamación del evangelio. El anuncio nace de la amistad profunda y sin cesar cultivada.

“Estuve casi movido de escribir a la universidad de París ... cuántos mil millares de gentiles se harían cristianos, si hubiese operarios, para que fuesen solícitos de buscar y favorecer las personas que no buscan sus propios intereses, sino los de Jesucristo. Es tanta la multitud de los que se convierten a la fe de Cristo en esta tierra donde ando, que muchas veces me acaesce tener cansados los brazos de bautizar, y no poder hablar de tantas veces decir el Credo y mandamientos en su lengua de ellos y las otras oraciones, con una amonestación que sé en su lengua…” [7].  Es en esta misma y célebre carta donde expresa su “deseo” de perder el juicio: “desear más ser estimado por vano y loco por Cristo que primero fue tenido por tal, que por sabio ni prudente en este mundo” (EE 167), para presentarse en su antigua universidad reclamando urgentemente obreros para el anuncio del evangelio.

3.2 B “... el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será esclavo de todos, que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida...” (Mc 10, 42-45). Amor hacia los pobres, los últimos, los enfermos. Francisco, pobre él mismo y de manera radical, vivió con frecuencia entre los pobres a quienes sirve con dedicación admirable y prioritaria. Su pobreza radical expresa y revela un seguimiento convencido y transparente de su Maestro, el cual “siendo rico se hizo pobre” (II Cor 8, 9), una manera de encarnar los intereses de Jesucristo, una actitud de reconocimiento de la imagen y presencia de Cristo pobre en los pobres que encontraba y buscaba. Tiene las mismas preferencias que su Señor, por eso puede convertirse en testigo de Cristo pobre. Francisco se identifica con la suerte de los pobres, las ofensas hechas a los pequeños las siente como hechas a él: “es una pena que llevo siempre conmigo” (C 24, 130). Tras un largo y penoso viaje de París a Venecia se hospedó en el hospital de los incurables, y allí -junto con sus hermanos- se puso al servicio de estos incurables. Al llegar con el embajador de Portugal a Lisboa, para embarcarse hacia Goa fue enseguida recibido por el Rey Juan III, que le ofreció hospedarse en el Palacio Imperial, pero él se fue al hospital a hospedarse con los enfermos. Y cuando salió hacia la India como nuncio, el conde de Castañeira, veedor de Hacienda del rey Juan III le sugirió que tuviera un criado, y él le dijo que no era esta la manera de salvar el honor del nuncio, sino el hacer sus cosas y servir a los otros. “Señor conde: el adquirir crédito y autoridad por ese medio… ha traído a la Iglesia de Dios y a sus Prelados al estado de decadencia en que ahora se encuentran; y el medio por donde se ha de adquirir este crédito y autoridad es lavando la ropa y guisando la olla, sin tener necesidad de nadie, procurando emplearse en el servicio de las almas de los prójimos” [8].

Ya en el barco durante la larga travesía se puso completamente al servicio de quienes enfermaban y necesitaban su ayuda o su presencia. El mismo tuvo que soportar innumerables dificultades en aquel largo viaje, desangrado 9 veces, 3 días en coma, y sin estar del todo restablecido con dedicación incansable se ponía inmediatamente al servicio de los otros hasta la extenuación. En Goa mismo, él -el nuncio- la primera cosa que hacía era atender a los enfermos, a los encarcelados, a los leprosos. Escogía a los más indefensos para ayudarlos y defenderlos, los pescadores de perlas -los Paravas de la Pesquería- entre ellos, y que nadie defendía. Él les atendía porque eran los más pobres e indefensos. Buena prueba de ello son las numerosas cartas escritas al P. Francisco Mansilhas, donde Javier comparte todos los desvelos de su corazón apasionado, generoso, relata sus infatigables idas y venidas, y además de erigirse en defensor de los pobres, intenta por todos los medios desempeñar un papel de mediador de paz y de reconciliador. En sus instrucciones aconseja, ordena -en calidad de superior- a sus hermanos que presten una atención especial a pobres, enfermos, encarcelados.

Sin embargo no absolutiza su pobreza radical. Llegado el momento, cuando sea necesario vestirse de manera vistosa y rica y aparecer con la “pompa” de su cargo -legado pontificio- para obtener la licencia de predicar el nombre de Jesús en tierras japonesas, así lo hará. Ricamente ataviado se presentará ante el Daimio de Yamaguchi en su segundo intento. El primero había fracasado, entre otras causas, porque se había presentado como un pobre mendigo delante del Daimio. La urgencia de anunciar el evangelio -un bien “universal” y mayor que su pobreza radical- prevalecerá.

Entregado en cuerpo y alma al servicio de los pobres, enfermos y oprimidos que encuentra, y que él mismo busca, Francisco Javier nos indica el secreto de la coherencia y de la verdadera fecundidad apostólica: no separar nuestro compromiso en favor de la justicia y de los derechos humanos, nuestro compromiso con los últimos, de su raíz y fundamento: la fe en Jesucristo. Los dos amores son inseparables y no se cultiva el uno a expensas del otro. Una dimensión esencial de todo discípulo-apóstol es cultivar permanentemente una relación privilegiada con el Señor que envía. Es imposible no quedar impresionado por la radicalidad de su entrega, se ha dejado invadir por el amor misericordioso e infinito del Padre y lo deja transparentar en su incansable entrega y peregrinar. De esta forma hace presente el amor de Dios en su humanidad desbordante, expropiada. “ ... todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios... A Dios nadie lo ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros...” (I Jn 4, 7-12). Su total dedicación y entrega al servicio de los pobres lo convierte para nosotros en un modelo, en icono fiel del buen samaritano, del buen pastor compasivo y con entrañas de misericordia. También en este rasgo suyo encontramos claras resonancias de la espiritualidad ignaciana, de los ejercicios (EE 98. 146-147. 157). 

3.2 C “... pero no os alegréis de que los espíritus se os sometan; alegraos de que vuestros nombres estén escritos en los cielos” (Lc 10, 20). Gozo inmenso en su ministerio. Javier de carácter alegre, jovial, amable y, tras la conversión, plenamente centrado en Jesucristo se siente invadido por frecuentes e intensas consolaciones, incluso en los momentos más imposibles o impensables por peligrosos. Dones extraordinarios de Dios y expresión, por otra parte, de su trato familiar y constante con el Señor.

“De estas partes no sé que más escribiros, sino que son tantas las consolaciones que Dios nuestro Señor comunica a los que andan entre estos gentiles, convirtiéndolos a la fe de Cristo, que, si contentamiento hay en esta vida, éste se puede decir. Muchas veces me acaesce oír decir a una persona que anda entre estos cristianos: ¡Oh Señor!, no me deis muchas consolaciones en esta vida; o ya que las dais por vuestra bondad infinita y misericordiosa, llevadme a vuestra santa gloria, pues es tanta pena vivir sin veros, después que tanto os comunicáis interiormente a las criaturas”[9]. Francisco de Javier vive la misma experiencia de Pablo: “Yo sé de un cristiano que hace catorce años fue arrebatado hasta el tercer cielo...”  (II Cor. 12, 2). Es la experiencia de todos místicos.

Hablando de la larga navegación que le llevó desde Lisboa a Goa, de su entrega incansable, durante el penoso y accidentado viaje, a todos, de su preocupación por la vida y situación espiritual de quienes con él viajaban y de sus primeros trabajos apostólicos en Goa, trabajos que para él son “grandes refrigerios”, escribe: “Creo que los que gustan de la cruz de Cristo nuestro Señor, descansan viniendo en estos trabajos, y mueren cuando de ellos huyen o se hallan fuera de ellos. ¡Qué muerte es tan grande vivir, dejando a Cristo, después de haberlo conocido, por seguir propias opiniones o aficiones! No hay trabajo igual a éste. Y por el contrario, ¡qué descanso vivir muriendo cada día, por ir contra nuestro propio querer, buscando no los propios intereses sino los de Jesucristo! ”[10].

Gozo que se manifiesta incluso en medio de riesgos y peligros extraordinarios. Escribía a sus compañeros: “Estas islas son muy peligrosas por causa de las muchas guerras que hay entre ellos… Esta cuenta os doy para que sepáis cuán abundosas islas son estas de consolaciones espirituales, porque todos estos peligros y trabajos voluntariosamente tomados por solo amor y servicio de Dios, nuestro Señor, son tesoros abundosos de grandes consolaciones espirituales, en tanta manera que son islas muy dispuestas y aparejadas para un hombre en pocos años perder la vista de los ojos corporales con abundancia de lágrimas consolativas. Nunca me acuerdo de haber tenido tantas y tan continuas consolaciones espirituales como en estas islas con tan poco sentimiento de trabajos corporales… Mejor es llamarlas islas de esperar en Dios, que no islas del Moro"… “Hallar un grandísimo pecador lágrimas de placer y consolación en tanta tribulación, para mí, cuando me acuerdo es una muy grande confusión; y así rogaba a Dios nuestro Señor en esta tormenta que, si de esta me librase, no fuese sino para entrar en otras tan grandes o mayores, que fuesen de mayor servicio suyo”[11].

¡Pide incluso verse en mayores peligros! Francisco de Javier, ya lo hemos señalado, es un místico -“Mi alma está unida a Ti y tu diestra me sostiene” (Sal 62, 9)-, no es simplemente un héroe prometéico, animado de una voluntad indomable o de una fuerza desmedida, frágil camina tras las huellas del Verbo encarnado. Lúcido, sabe en toda circunstancia que no puede apoyarse en sus propias fuerzas. Apoyarse en sí mismo sería “falsas esperanzas”. Es un enamorado de Jesucristo y seguirle de forma radical y apasionada le hace sentir una alegría continua y le proporciona una total libertad interior, vive desasido de su propia vida que sabe en manos de Dios. El paralelismo con Pablo es evidente e inmediato… “paseamos continuamente en nuestro cuerpo el suplicio de Jesús, para que también la vida de Jesús se transparente en nuestra cuerpo; es decir, que a nosotros que tenemos la vida, continuamente nos entregan a la muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se transparente en nuestra carne mortal” (II Cor 4, 7-18). Sentía con tanta intensidad la presencia de Dios que en los más grandes peligros experimentaba las mayores consolaciones interiores. Francisco es una maravillosa obra de la gracia de Dios, gracia a la que él respondió admirablemente.

“Jamás podría terminar de escribir cuánta consolación interior siento en hacer este viaje, estando como está lleno de grandes peligros de muerte por los vientos y tempestades y bajos y muchos ladrones: cuando de cuatro se salvan dos naves, parece gran ventura. Pero no dejaría de ir al Japón, por lo que he sentido dentro de mi alma, aunque tuviera por cierto que me había de ver en los mayores peligros en que jamás me he visto, pues tenemos grande esperanza en Dios que sea para gran acrecentamiento de nuestra santa fe”[12].

Como Pablo podrá exultar: “Por eso estoy contento en las debilidades, ultrajes e infortunios, persecuciones y angustias por Cristo; pues cuando soy débil, entonces soy fuerte” (II Cor 12, 10). Su gozo está en poder anunciar el evangelio de balde, compartiendo el tesoro, la perla escondida. De la debilidad, de la propia pobreza asumida se llega a la “fuerza” tras un proceso de desposesión de sí mismo y de confianza puesta en el Señor. Pero la “fuerza” es un don, porque en la debilidad Dios revela su fuerza, su lógica, y las dificultades se convierten entonces en fuente permanente de gozo (I Pe 1, 6-9. Col 1, 11-12). La escucha se hace obediencia y ambas permiten la auténtica libertad. Javier se hace vida, pan partido para los demás como el Maestro[13]. Está siempre preocupado por la salvación de cada uno. Quiere que encuentren a Aquel que es el principio y fundamento de sus vidas.

Gozo e intensa alegría porque hay amor, un amor desbordante, el que Dios derrama generosamente en nuestros corazones. “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones... ” (Rom 5, 5) ¿Quién puede olvidarse completamente de sí mismo? ¿Quién puede amar como Jesús, con sus actitudes, sentimientos, criterios? ¿Quién puede darse y entregarse totalmente, hasta el final? Sólo quien ha nacido del Espíritu. Francisco es, en el sentido más genuino y verdadero, “hombre espiritual”, ha sido invadido por el Espíritu, por eso su existencia se parece a la de Jesús, una existencia “expropiada”. Y en su expropiación siente un gozo inmenso. Gozo que viene del Espíritu, del Amor, gozo que acompaña su profundo deseo de intentar parecerse a su Señor, de saber que por sí mismo no puede conseguir ideal tan grande y noble, y por tanto sólo queda dejarse hacer, dejarse trabajar por el Espíritu, manantial de gozo y el único que puede recrear la imagen de Jesús en él, en nosotros.

sigue...

[1] “... será aquí demandar conocimiento interno del Señor, que por mí se ha hecho hombre, para que más le ame y le siga”. (EE 104) “... los que más se querrán afectar y señalar en todo servicio de su rey eterno y Señor universal...” (EE 97). “... por tanto, quien quisiere venir conmigo ha de trabajar conmigo, porque, siguiéndome en la pena, también me siga en la gloria”. (EE 95, 1° punto)

[2]  C 90, 382.

[3] C 15, 95.

[4] C 96, 406-407.

[5] Son frecuentes las referencias a la cruz “llevando la suave cruz” C 90, 367, 375 (donde él mismo cita Mt 11, 30), 378, 387… las alabanzas de los demás se convierten en “una cruz trabajosa” por el peligro que entrañan.

[6] C 20, 116. “y porque espero en Dios que os tiene dado a sentir dentro de vuestra ánima que en ninguna cosa le podéis tanto servir, cuanto por su amor negar vuestra propia voluntad” C 54, 193.

[7] C 20, 116-117.

[8] Monumenta Xaveriana II, Madrid, 1899-1912, p 836-837.

[9] C 20, 121-122.

[10] C 15, 95.

[11] C 59, 227 y 236.

[12] C 71, 290.

[13] C 20, 114-115. Siente en su corazón el amor infinito del Padre, amor misericordioso y lo quiere anunciar y se desvive... Es “el hombre para los demás”.