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  • Carlos Collantes Díez

21 PASIÓN POR LA VIDA

20 Marzo 2018 2317

“La esperanza le pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose” (J. Cortázar) Aludíamos en el artículo anterior a esa lucha desigual entre la dignidad desarmada, la sed de justicia, el respeto por la creación, mujeres que no se doblegan, por una parte; y por otra, proyectos depredadores y violentos, codicia sin límites, acaparamiento y acumulación de riquezas por parte de las élites económicas y políticas actuando al unísono en total connivencia. Contravalores, estos últimos, muy ligados al cruel neoliberalismo imperante.

Dios actúa en lo más hondo y desde abajo, desde los que no cuentan, en situaciones de desamparo. Esta convicción atraviesa toda la Biblia. Cierto, hace falta fe para captarlo y esperanza para creérselo y empujar la historia en la misma dirección: la del Reino querido por Jesús, una sociedad libre de opresiones, fraterna e igualitaria, justa y solidaria.

Mujeres que no se doblegan, en la Biblia, en la historia, en la vida cotidiana, mujeres que cultivan la esperanza. María, mujer de esperanza porque, desde la fe, supo mirar y descubrir en los acontecimientos de la vida cotidiana destellos novedosos y generadores de esperanza, es decir, una presencia discreta y transformadora de Dios en nuestra historia. Y esta mirada asombrada llevó a María a prorrumpir en un canto de júbilo y alabanza.

Grito de esperanza

“… derriba del trono a los poderosos… a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos…”, canta María y con ella millones de corazones. Canto que refleja la esperanza de millones de personas agredidas por un sistema económico-financiero, ideológico y cultural inhumano. El magníficat, grito de esperanza que esconde una mirada contemplativa, solidaria, fraterna. Una invitación, por tanto, a penetrar con los ojos de la fe la oscuridad de la historia y ayudar a discernir los signos de vida y esperanza que está generando el Dios de la promesa y de la vida y quienes se dejan guiar por su Espíritu.

“Será preciso que alguien sobreviva para atestiguar que Dios estaba vivo incluso en un tiempo como el nuestro. ¿Y por qué no iba a ser yo ese testigo?”. Son palabras de Etty Hillesum, asesinada en septiembre de 1943 en Auschwitz, que también escribe en su diario: “He intentado mirar en el fondo de los ojos el sufrimiento de la humanidad”. Es lo que hace Jesús, que comparte nuestra condición humana, no se avergüenza de llamarnos hermanos y baja a los infiernos del dolor más insensato y del sinsentido.

He intentado mirar en el fondo de los ojos el dolor de mi pueblo. Es lo que han vivido tantos profetas, las mujeres de las que escribíamos en el artículo anterior y tantos otros hombres y mujeres de a pie, que a lo largo de la historia han creído y luchado, creen y siguen luchando para “atestiguar que Dios está vivo”.

«La esperanza es cuando el dolor presente nos hace intentarlo otra vez», epitafio que el cantante brasileño de rap, Chico Science, propuso para su tumba. Es la esperanza como resistencia y pasión por la vida, pasión de quien ama, pasión de quien sufre y se complica la vida para que otros vivan mejor. Es la entrega, la vida de Jesús concentradas en sus palabras: “he venido para que tengan vida y vida en abundancia”. Porque la resistencia tiene que ver con la pasión por la vida.

El empuje de la Vida

Resistencia, pasión, esperanza. Intentarlo las veces que haga falta. Es el itinerario de tantos emigrantes. Hay quienes no lo entienden, pero cuando la enorme injusticia global te cierra todas las puertas en tu país sales por donde puedes buscando otro horizonte, empujado por la esperanza, siempre la esperanza. Es la llamada de la dignidad y del futuro. La sed de justicia, la pasión porque todos puedan vivir una vida digna orienta la esperanza. Y la esperanza mantiene viva la sed de justicia y dignidad.

¿Cómo no ver el empuje de la Vida, de Dios, del Espíritu en tantos hermanos que no arrojan la toalla y siguen caminando? Es el potencial incansable de la esperanza, una fuerza misteriosa, como la vida misma, que empuja a seguir caminando.

El evangelio nos invita a tejer vínculos, tramas de solidaridad frente a la realidad con frecuencia oscura y dolorosa del presente, por eso la esperanza tiene que ver con los vínculos, la solidaridad, la comunión. Pero sin acoger y participar del dolor de la humanidad nuestra esperanza no puede ser auténtica, por eso, como a Jesús, nos es necesario ese baño profundo en la realidad humana porque la esperanza se construye allí donde parece ser negada.

La esperanza incluye el combate ideológico, cultural y espiritual. Con frecuencia al Papa Francisco habla de la cultura del encuentro opuesta a la de la indiferencia y del descarte.

Como muchos analistas subrayan el mal de neoliberalismo o capitalismo salvaje no está únicamente en ámbito económico financiero sino más en la raíz, en su dimensión moral y en su visión del ser humano, en su carácter “ético-antropológico”. A ello se refería ya de manera lúcida Benedicto XVI en su encíclica “Caritas in veritate” al hablar de la necesidad de “… una profunda renovación cultural y el redescubrimiento de valores de fondo sobre los cuales construir un futuro mejor”. (nº 21)

Valores opuestos

El neoliberalismo ha inoculado un individualismo cada vez más exacerbado que persigue el propio interés y beneficio; contrario al bien común, a la equidad y a la justicia social en el reparto de los bienes; opuesto al destino universal de los bienes querido por Dios. Es una ideología que niega el carácter solidario de nuestra condición humana al estimular una competitividad exacerbada que seca y endurece el corazón, insistiendo en la competición contra el otro y no en la colaboración. Y se guía por una lógica inhumana y depredadora de acumular y acaparar, creando un mundo despiadado. Una lógica que genera insensibilidad e indiferencia. Una visión de la vida que deshumaniza con su afán patológico de tener, poseer, competir, acaparar.

Nuestra visión cristiana-evangélica del ser humano insiste y defiende otros valores claves: solidaridad, fraternidad, igualdad, compartir. Cree en el fondo solidario y fraterno de la persona, nos invita a apostar por la sencillez, la sobriedad frente a la desertificación ética o moral dejada por el neoliberalismo. Es aquí donde debemos y podemos situar un necesario combate cultural y espiritual para estimular posibilidades de solidaridad y fraternidad que resuenan y llevamos en el corazón. Una apuesta por otras formas de relación y de convivencia. Es posible y deseable un futuro común compartido y digno, respetuoso con la Creación; por ahí va la cultura del encuentro que nace de la esperanza y genera esperanza.

Y propuestas concretas también hay. Basta hacernos eco de algunas demandadas por la Alianza Española contra la pobreza (y por muchos otros): “Crear un impuesto a las transacciones financieras internacionales y eliminar los paraísos fiscales. Promover unas relaciones comerciales justas entre los Estados. Condonar la Deuda Externa Ilegítima. Promover otro modelo de desarrollo y el valor de la cooperación frente a la competitividad. Aportar el 0,7%. Luchar contra el Cambio Climático y el deterioro del Medio Ambiente. Y por supuesto: Respetar los Derechos Humanos”.

Es decir, políticas fiscales y tributarias justas, progresivas y suficientes para sostener las políticas y los derechos sociales dando prioridad a los más vulnerables. Una economía al servicio de las necesidades reales de todos y no en función de una minoría insensible y arrogante. Pero quienes gobiernan no quieren, porque bastaría la voluntad política de servicio verdadero a la ciudadanía, al bien común, al interés general. Los que hacen las leyes, las hacen al dictado de los intereses de los más poderosos y no quieren limitar o socavar el poder de quienes de verdad mandan. ¿Cómo forzar su voluntad?

P. Carlos Collantes sx

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