Los extranjeros (que algunos rechazan) se ocupan de nuestros restos

El Diván

Las sociedades occidentales necesitan más al inmigrante, también para “las cosas del amor”, las que dejan de lado “todo orden, todo discurso, emparentado con el capitalismo”.

Vertical

Cuidadora pasea con una anciana

Pedro Madueño

El extranjero, privado de derechos civiles, es necesario para mantener el sistema. La fantasía de una invasión sin límites no resiste el análisis económico. El caso de España lo ha demostrado: destino de migraciones durante un tiempo, con la crisis económica vio como la inmigración casi se agotaba, muchos volvieron a su tierra. Hasta plantear problemas económicos para el sostenimiento de la seguridad social y las pensiones, por el envejecimiento poblacional. A pesar de ello, España está en la cola en el cumplimento de compromisos adquiridos con la UE sobre cupos de refugiados –sólo por delante de Hungría y Polonia– y muy por detrás de Portugal, con menos recursos y menor población.

No esperábamos más del país que expulsó a judíos y moriscos, donde un descendiente de guineanos tiene que justificarse por ser español, donde en las series televisivas, las de Madrid y las de Barcelona, los latinos forman parte de bandas, las negras son putas y los magrebís sospechosos. Y donde se ha olvidado que, hasta hace poco, los latinoamericanos que venían eran los afortunados visitando a parientes pobres.

España está en la cola en el cumplimento de compromisos adquiridos con la UE sobre cupos de refugiados

En un mundo global, por otra parte, las identidades políticas se refuerzan mediante los nuevos medios de comunicación. Estos producen consistencias imaginarias poderosas, de grandes bloques supuestamente homogéneos, borrando la complejidad creciente de las sociedades modernas. Las comunidades ideales de sujetos autoidentificados agravan la incapacidad para soportar cualquier avatar del Otro. ¿Qué hacer con los restos, con lo que sobra en una imagen de felicidad sólo afianzada por el temor de que otro la destruya, o con lo que lastra los esfuerzos por conseguirla?

Los extranjeros, públicamente denostados, son anhelados secretamente para recoger los restos y encargarse de aquello de lo que los locales no quieren o no pueden. Pero si bien en el pasado se trataba sobre todo de lo relacionado con la basura, a ello se añade hoy el cuidado de los viejos, que en la sociedad del mercado generalizado son una carga. Lo mismo se puede decir del cuidado de los niños, un problema para padres acuciados por hacerse un lugar en la sociedad hipercompetitiva.

En un efecto sintomático inesperado, las sociedades occidentales necesitan más al inmigrante. Dependen de ellos también para lo que, con Lacan, llamaremos “las cosas del amor”, las que dejan de lado “todo orden, todo discurso, emparentado con el capitalismo”.

Las sociedades occidentales necesitan más al inmigrante

Amanda (nombre ficticio, de resonancias victorianas), vino hace pocos años. De rasgos indígenas marcados, habla español con precioso acento guaraní y un catalán correcto. Lo estudió en una escuela de idiomas para extranjeros, pero lo aprendió de verdad cuidando a tres niños a quienes adora y que la adoran –su ocupación después de mucho tiempo limpiando pisos. El pequeño, “con TDAH”, recién empieza a atender a la palabra de alguien, encarnado en la figura de su exótica baby sitter, de paciencia inusual y tierno abrazo, cuya consigna es que ante todo hay que respetar a los niños.

Su psicoanalista cuestionó que siguiera alquilando una habitación a una señora catalana con un hijo muy extraño, que además de hacerle pagar puntualmente el alquiler la hacía sentir mal si no limpiaba la casa – extraoficialmente. Un día Amanda se preguntó por qué, en efecto, no se autorizaba a separarse de aquella persona que la despreciaba un poco y la explotaba otro poco.

¿Buscaba allí algo que su madre tampoco le había dado, un reconocimiento? Pudo irse. Actualmente paga lo mismo compartiendo piso con tres chicos catalanes que la tratan como a una reina y le presentan a sus amigos. Ella estudió en su país Administración empresarial. Soñaba con un futuro como ejecutiva. Ahora descubre en la educación infantil su vocación. Los niños que cuida fueron en realidad quienes la acogieron en este país, en otra lengua. Hablarlo en el análisis le ha facilitado situar eso como un nuevo comienzo. Estudiará pedagogía. De momento, le enseña al pequeño inquieto por qué no debe burlarse “de los negros” por la calle. Mientras, en muchos bares suena el reggaetón.

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