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  • Carlos Collantes Díez

07 AMOR DESMEDIDO Y DESARMADO

30 Marzo 2015 1644

Las bienaventuranzas nos permiten intuir de alguna manera cómo es el rostro de Dios, cuáles son sus preferencias, cómo vibra su amor, sus entrañas, cómo vive su compasión. Nos revelan también cómo es el Reino y no únicamente como se entra en él.

Jesús mismo es el primer dichoso, él es quien mejor nos revela el rostro de Dios. Las bienaventuranzas nos indican su experiencia honda de Dios y su manera de transmitir y transparentar esa experiencia, son la expresión de su manera de vivir y hacer presente el Reino, nos desvelan su pasión por la humanidad, por humanizar nuestras relaciones. Nos indican los criterios que han orientado a Jesús en su pasión por el Reino, en su acción evangelizadora.

Jesús une en su vida la contemplación y la compasión, la comunión con el Dios misericordioso y las entrañas compasivas con el hombre, por eso es capaz de asumir en sus acciones y decisiones la fragilidad y vulnerabilidad del hermano que encuentra. Dios es compasivo y misericordioso y esa es su fortaleza: su capacidad infinita e incondicional de perdón. Jesús vive esa fortaleza de Dios que a veces se nos presenta como “debilidad” al dejarse afectar -como vemos en los evangelios- por todo tipo de sufrimiento. La compasión de Jesús nace de su encuentro y comunión con el Dios compasivo que hace opción por los débiles, por los que no cuentan y que hace justicia a los oprimidos como tantos salmos nos recuerdan.

El Dios que a mí me ama de manera gratuita, inmerecida e incondicional, ama también y de la misma manera a mi hermano. Interiorizar y vivir esta certeza cambia todo: ensancha mi horizonte, profundiza y afina mi mirada, transforma mi actitud; me empuja a vivir de otra manera. Entonces y solo entonces no tendremos necesidad de armas para ser de verdad humanos, ni viviremos armados en nuestra relación con el hermano. Hablamos de la compasión como actitud que dignifica, humaniza y libera no de la lástima que humilla y se manifiesta en actitudes paternalistas.

Brazos abiertos

Desde su honda e intensa relación con el Padre podemos entender mejor las actitudes de Jesús hacia los marginados y excluidos. La raíz de su compasión está en la contemplación del rostro del Padre; su ética, su profecía hunde sus raíces en la mística. La amistad honda de Jesús con el Padre explica su comportamiento con los hombres, con los marginados, pecadores, desorientados; su amistad con el Padre se transparenta en sus relaciones con los hombres. Y la amistad con los hombres, con los marginados es un reflejo de su relación con el Padre que es amor sin fronteras y quiere una sociedad sin exclusiones, sin población descartable.

Jesús nos revela la imagen de un Dios que levanta, ilumina, libera, dignifica, de un Dios que -como Buen Pastor herido de amor- va en busca de quien le necesita o busca, de la humanidad herida. Un Dios que viene a nuestro encuentro con los brazos bien abiertos, los brazos del perdón y la misericordia, de la acogida y la bondad. Brazos abiertos, la fuerza de la cruz, la victoria del Amor.

Jesús se enfrentó a la violencia de ciertas leyes, costumbres y situaciones que excluían, oprimían y humillaban, como el caso de los leprosos grandes excluidos sociales y religiosos, y a pesar de ello conservó la mansedumbre en su corazón, por eso pudo decirnos: “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón…” Hace falta mucha fortaleza interior, convicciones muy arraigadas y mucho entrenamiento para acoger el sufrimiento no dejando que se transforme en mal. Es la fortaleza de los mansos.

Jesús en la cruz frena y desbarata la fuerza del mal y la espiral de la violencia. Su actitud de entrega y de perdón frente a la violencia sufrida se convierte en un muro de contención frente a la misma violencia, frente a rechazos y ofensas recibidas, por eso Jesús es el modelo de no violencia y hace posible unas relaciones humanas y sociales distintas que preparen una tierra reconciliada.

Un Dios desarmado

Esta bienaventuranza nos adentra en el escándalo de la cruz, en el misterio de la “debilidad” de Dios, de un Dios desarmado cuya debilidad es más fuerte que la supuesta fortaleza de los violentos. La cruz nos revela la actitud entregada de un amor que no se impone, de la “debilidad” que salva. Quien es capaz de morir así es porque ha vivido toda su vida con una enorme grandeza de ánimo.

“Cuando Dios se hace hombre, todo el mal del mundo cae sobre sus espaldas. Y de este mal sabe sacar sólo amor, amor que se manifestará hasta su último aliento de vida, hasta la última gota de sangre, hasta experimentar el mayor sufrimiento humano: la muerte. Pero luego resucita: el amor es más fuerte que la muerte…” (E. M. Cinquin) Dios manifiesta su omnipotencia con la misericordia y el perdón, vence “perdiendo”, entregando su vida por amor y de esta forma el mal es vencido. La mansedumbre de Dios es su omnipotencia despojada y desarmada que se expresa en el amor que se ofrece sin imponerse y siempre respetuoso de nuestra libertad.

“Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Palabras que expresan la omnipotencia y fortaleza de Dios y nos devuelven la esperanza, la certeza del que el mal no tendrá la última palabra. Sólo un Dios “débil” nos puede salvar, un Dios que se ha adentrado y ensimismado en nuestra condición humana, precaria y abierta al infinito deseo de plenitud.

“Dichoso los mansos porque poseerán la tierra”. Y sin embargo, nuestra sociedad se organiza en función de los intereses de los más poderosos y no al servicio de los más vulnerables y desfavorecidos. El afán de lucro y de poder mueve los resortes económicos-financieros. El deseo insaciable de adquirir, conservar y aumentar los propios bienes, crea un hombre que lucha egoístamente por lo suyo y se organiza para defenderse de los demás, un hombre insolidario, indiferente al bien común de la sociedad. Surge así una sociedad que separa y enfrenta a los individuos empujándolos hacia la rivalidad y la competencia y no hacia la solidaridad y el mutuo servicio, una sociedad fundada sobre la agresividad y la violencia, y donde, con frecuencia, se impone la ley del más fuerte y poderoso.

Una tierra distinta

El capitalismo en su incesante movimiento -como una noria alocada que se hubiera vuelto desbocada- no cesa de aumentar el volumen del dinero, concentrándolo en cada vez menos manos en beneficio de unos pocos, y en su locura o miopía está ahogando la vida. Esta loca libertad de movimiento del capital está generando sufrimientos enormes en grandes mayorías. El capitalismo desprecia la vida porque está condenando a millones de hermanos a la miseria, les está privando de condiciones de vida digna. ¿Cómo parar esta noria alocada para vivir de otra manera?

“… en esta nave espacial-Tierra sus pasajeros viajan en condiciones totalmente diferentes. Un pequeño grupo de super-ricos han ocupado la primera clase con un lujo escandaloso; otros afortunados viajan en clase económica y son razonablemente servidos de comida y bebida. El resto de la humanidad, y son millones, viaja junto a los equipaje con un frio de muchos grados bajo cero, medio muertos de hambre, de sed y de desesperación. Golpean las paredes de los de arriba gritando: "o repartimos lo que tenemos en esta única nave espacial o en cierto momento se acabará el combustible y, poco importan las clases, moriremos todos". ¿Pero quién los escuchará? Duermen impasibles después de un copioso yantar”. (L. Boff “Estamos en un vuelo ciego”)

¿Qué puede significar HOY heredar la tierra? ¿Cómo crear una tierra distinta regida por otros criterios? Si los bienes de la tierra son liberados de toda manifestación del egoísmo humano: ambición, codicia, acaparamiento, acumulación, entonces circularán, llegarán a todos y habrá bienes suficientes para que todos podamos vivir con dignidad.

¿Qué podemos hacer nosotros como cristianos y como comunidades para sembrar los valores y criterios del Reino: solidaridad, fraternidad, mutuo servicio, justicia a los más desfavorecidos, perdón? ¿Para sustituir el afán de lucro y de poder por otros más humanos como la misericordia, la bondad, el compartir?

“La Iglesia sin fronteras, madre de todos, extiende por el mundo la cultura de la acogida y de la solidaridad, según la cual nadie puede ser considerado inútil, fuera de lugar o descartable…” (Papa Francisco, mensaje para la jornada del emigrante y refugiado)

P. Carlos Collantes sx

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