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  • José Eizaguirre

El año del desarrollo sostenible

30 May 2015 1189

José Eizaguirre, autor de este artículo, fue el creador de la campaña de Cuaresma “Cuarenta días con los cuarenta últimos”. Es autor del libro “Una vida honrada, sobria y religiosa” (Narcea 2010), que documenta un nuevo estilo de vida, sobrio y solidario con el medio ambiente y los habitantes de nuestro planeta, ofreciendo una alternativa a la forma insaciablemente consumista de la vida occidental. Es también autor de diversos artículos sobre consumo y alternativas de vida. En la actualidad anima la iniciativa "Biotropía. Estilos de vida en conversión" (www.biotropia.net).

 

El año 2015 está marcado por dos importantes fechas en relación al desarrollo sostenible. En septiembre, una cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno miembros de Naciones Unidas confirmará los Objetivos de Desarrollo Sostenibles (ODS), emanados de la Cumbre del Clima Río+20 que tuvo lugar en Lima en diciembre de 2014. Se trata de una continuación de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) para el periodo 2000-2015.

Y en diciembre de 2015, en París, se espera que los gobernantes de los países del mundo lleguen a un acuerdo sobre medidas a adoptar ante el Cambio Climático. Será el convenio marco que sustituya al Protocolo de Kyoto, cuyos resultados han sido bastante decepcionantes. La humanidad tiene en esta cumbre de París una (¿habrá que decir “última”?) oportunidad para revertir el Cambio Climático. Es mucho lo que está en juego.

Asegurar lo primordial

Desde hace años, al trabajo por la Justicia y la Paz venimos añadiendo la defensa de la Integridad de la Creación. Política, justicia y ecología van inseparablemente unidas. Pero de las tres, la Integridad de la Creación es primordial porque, por desgracia, es posible un mundo sin justicia y sin paz, pero ¡no es posible un mundo sin mundo! Si la Tierra no es capaz de sostener la vida humana, entonces se acabó: no tiene sentido hablar de justicia, paz, igualdad, libertad, solidaridad, fraternidad y todos estos principios tan valiosos. Lo primordial, lo prioritario, es asegurar que va a seguir siendo posible la vida humana sobre la Tierra.

Y, puesto que no estamos solos en el planeta y que nos sabemos interrelacionados con el resto de criaturas, habría que decir que lo primordial es asegurar que nosotros, los humanos, podemos vivir en este hogar planetario junto con los orangutanes, las ballenas, las mariposas, las abejas, los olmos, los geranios, los hongos y todas las criaturas vivas e inanimadas que forman la biosfera. Es mucho lo que está en juego.

Se dice que un ecologista es alguien que se preocupa más de las ballenas que de las personas. No es cierto. Si nos preocupa el medio ambiente es porque es el medio en el que vivimos las personas. El daño que le estamos causando a la naturaleza nos lo hacemos a nosotros mismos, porque somos parte de ella. Y, especialmente, se lo estamos haciendo a los más pobres, que son los que más sufren las consecuencias del deterioro medioambiental, siendo los que menos contribuyen a ello. Nuevamente, ecología y justicia social van de la mano. Si nos preocupamos de la naturaleza es porque nos importan las personas, sobre todo los más pobres.

Una forma de vida insostenible

“Sostenible” significa (aunque sea una redundancia) que se sostiene por sí mismo, que puede mantenerse sin ayudas externas. Y lo cierto es que nuestro actual modelo de desarrollo no lo es, aunque pueda parecerlo. Supongamos que nuestra forma de vida dependiera del agua que sacamos de un pozo a un ritmo de mil litros al día. Y supongamos que el agua de ese pozo se repone en 500 litros al día. Es evidente que estamos sacando del pozo más agua que la que éste puede reponer. El problema es que mientras sigamos sacando agua podemos hacernos la ilusión de que ésta es inagotable.

Esto es lo que nos está pasando: estamos agotando los recursos del planeta a un ritmo superior al que éste puede reponerlos. Y estamos vertiendo sobre el medio ambiente residuos contaminantes a un ritmo superior al que éste puede absorberlos. En realidad, nuestra forma de vida es insostenible, no se sostiene en justo equilibrio. Pero mientras podamos hacernos la ilusión de que podemos vivir así, no reaccionamos. Lo sabemos –o hacemos como que lo sabemos–, pero seguimos viviendo de la misma manera.

No todos son conscientes de la gravedad de la situación. Para empezar, no todos reconocen que este evidente cambio climático sea algo preocupante: “Siempre ha habido cambios en el clima”, “No tenemos perspectiva suficiente”... Más aún, que este cambio climático sea provocado por la acción del ser humano. Según el informe de 2011 del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), ante la pregunta de si el calentamiento global está causado por el hombre, apenas responde afirmativamente el 63,2 % de los españoles. Si la percepción de nuestros conciudadanos no ha cambiado desde 2011, podríamos decir que uno de cada tres españoles no tiene claro que el cambio climático esté causado por la acción humana: “Hay muchos intereses en juego y mucha manipulación en la información, incluso en la que procede de la ONU”, argumentan algunos.

La buena noticia es que dos de cada tres españoles dicen ser conscientes de que los seres humanos estamos provocando un preocupante cambio climático. Y, sin embargo, la mayoría sigue viviendo igual, pensando y viviendo con los parámetros y hábitos de siempre, únicamente atenuados por las penurias económicas. ¿Por qué esa disociación entre lo que sabemos y la manera como nos comportamos? “No hago el bien que quiero sino el mal que rechazo”, se lamentaba san Pablo, expresando una experiencia profundamente humana. ¿Por qué cuesta tanto superar las inercias de nuestros hábitos de comportamiento?

Qué podemos hacer (y dejar de hacer)

Nos cueste más o menos, sabemos que debemos cambiar nuestra manera de vivir, de consumir, de contaminar y de apoyar un sistema injusto que está provocando mucho sufrimiento. ¿Qué podemos hacer (o dejar de hacer)? Vayan algunas propuestas rápidas:

En el plano político, pedir a nuestros gobernantes que antepongan el cuidado del medio ambiente a los intereses económicos de algunos. Claro que esto es más fácil si previamente hemos elegido a unos representantes políticos sensibles a estas cosas. En este año electoral tenemos una magnífica ocasión para renovar a nuestros gobernantes con este criterio primordial: antes de votar, informémonos sobre qué postura tiene cada partido respecto a la cumbre de París de diciembre.

En el plano social y cultural, asumir y divulgar la consciencia de la gravedad de la situación y la necesidad de pensar y de vivir de otra manera. Por ejemplo, hace unas décadas fumar estaba bien visto y era lo normal en ambientes cerrados, incluso en presencia de niños. Hoy ya no es así; ha habido un cambio cultural que muestra que es posible. Mientras, por ejemplo, esté bien visto tener más cosas de la que necesitamos, cambiar de móvil cada año, comer carne todos los días, hacer un viaje en avión de un fin de semana, ser cliente de grandes empresas y bancos... mientras todo eso sea socialmente aceptable será difícil cambiar a otra forma de vida más sostenible. ¡Se trata de un cambio cultural! Esto significa hablar bien –sin escepticismo ni desconfianza– de las personas y grupos que están promoviendo otro mundo mejor posible y hablar mal de quien está contribuyendo a la insostenibilidad de la situación actual. Esto supone navegar contracorriente de las mayorías sociales, por eso es necesario apoyarnos mutuamente los que queremos caminar en esa dirección.

En el ámbito familiar y personal, tomar decisiones concretas de forma de vida. Dejar de tener nuestro dinero en bancos convencionales y pasarnos a la banca ética. Contratar el suministro eléctrico con proveedores de electricidad generada de forma 100 % renovable. Poner en práctica estrategias de ahorro de agua y electricidad. Declarar la guerra a las marcas y a la publicidad (para eso ayuda mucho el dejar de ver la televisión). Buscar medios de información alternativos a los controlados por los grandes grupos mediáticos. Aumentar todo lo que podamos la procedencia ecológica de los alimentos que consumimos. Reducir considerablemente nuestro consumo de carne. Hacernos amigos de los mercados de segunda mano (comprar de segunda mano no es de pobres, es de sabios). Alargar todo lo posible la vida de nuestros dispositivos electrónicos (y cuando tengamos que comprar alguno, que sea de segunda mano). ¡Y tantas otras cosas!

Y, sobre todo, ir dando pasos en esta dirección asumiendo nuestra parte de incoherencia sin dejar de ser felices. El reto no está en vivir de esta manera sino en mostrar que se puede ser feliz viviendo de esta manera. De forma consciente y sobria. Viviendo sencillamente para que otros, sencillamente, puedan vivir (y en esos “otros” incluimos a toda la Creación). Quien lo prueba lo comprueba.

José Eizaguirre

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