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  • P. Carlos Collantes sx

Vivir con dignidad

30 Marzo 2016 1619

Hay palabras: sin papeles, irregulares, clandestinos, ilegales… palabras cuya función es ocultar la violencia ejercida contra los pobres, justificar la violación de derechos humanos.

La Iglesia reconoce dos derechos complementarios. El primero, a no emigrar, es decir a vivir con dignidad en tu propio país; y cuando esto no es posible, reconoce el legítimo derecho a emigrar… y de manera segura.
Quienes llaman a las puertas de Europa lo hacen muy a su pesar; preferirían seguir viviendo en sus países de manera digna. Forzados a salir por la violencia del hambre o de la guerra, llegan empujados por el derecho a sobrevivir; acosados por la injusticia y la miseria luchan por un futuro digno.

La pobreza no es una realidad inevitable; es, en gran medida, un problema político, fruto de la injusticia y la opresión. Huyen de la miseria, creada por leyes comerciales internacionales injustas; por saqueos de recursos llevados a cabo por multinacionales sin escrúpulos; por gobernantes -élites corruptas- que se apropian de los recursos de sus pueblos.

Otros huyen de una guerra cruel mantenida por intereses económicos y estratégicos. Siria, un tablero dramático de ajedrez donde se desarrolla una lucha encarnizada por el control de un estado estratégico. Potencias regionales (Irán, Turquía, Israel, Arabia Saudí) e internacionales (Estado Unidos y Rusia) cada una con sus intereses. Sin olvidar los intereses de los actores locales, el clan de Al-Assad, élites locales, clases altas… y la sin razón y locura del estado islámico.
La guerra no es solamente la derrota de la diplomacia sino un negocio suculento para determinados grupos de poder, vendedores y fabricantes de armas.

La acogida es una responsabilidad humanitaria y democrática ineludible. Son necesarias otras políticas europeas basadas en derechos humanos -y en humanidad-, no en vallas, en devoluciones en caliente o en violación de la legalidad internacional. No en la sola gestión policial de las fronteras. No en concertinas, cuchillas que desgarran la carne y el alma, al tiempo que agrietan la confianza en la bondad humana. No en ofrecimiento interesado de dinero –sobornos- a terceros países (Turquía o Marruecos) para que no dejen pasar a refugiados o migrantes. Hay fronteras programadas para que los pobres queden bloqueados, prisioneros de ellas. Y cuando Europa cierra las fronteras, las mafias, inhumanas y crueles, se enriquecen vilmente.

Sobre la actual crisis humanitaria, el Foro para la Integración Social de los Inmigrantes escribe: “… es necesario que los países europeos, en seguimiento de los acuerdos adoptados, refuercen sus políticas con las personas refugiadas y con la población migrante. En este sentido, se insta a acelerar los programas de reubicación y reasentamiento; a defender la libre circulación en el espacio Schengen; a reforzar las vías legales de acceso a Europa; a combatir la discriminación, el racismo y la xenofobia; a profundizar en las políticas de integración; a abordar las causas profundas de las migraciones en origen, estableciendo una política de inversiones sostenibles al desarrollo en el medio plazo, entre otras medidas y acciones”.

P. Carlos Collantes sx

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