Era un profesor comprometido y estricto, conocido también por sus alumnos como un hombre justo y comprensivo.
Al terminar la clase, ese día de verano, mientras el profesor ordenaba unos documentos encima de su escritorio, se le acercó uno de sus alumnos y, en forma desafiante, le dijo:
-Profesor, lo que me alegra de haber terminado la clase es que no tendré que escuchar más sus tonterías y podré descansar de verle esa cara aburrida.
El alumno estaba erguido, con semblante arrogante, en espera de que el profesor reaccionara ofendido y descontrolado.
El profesor miró al alumno por un instante y, en forma muy tranquila, le preguntó:
-Cuando alguien te ofrece algo que no quieres, ¿lo recibes?
-Por supuesto que no, -contestó, de nuevo en tono despectivo, el muchacho.
El alumno quedó desconcertado por la calidez de la sorpresiva pregunta.
-Bueno -prosiguió el profesor-, cuando alguien intenta ofenderme o me dice algo desagradable, me está ofreciendo algo, en este caso una emoción de rabia y rencor, que puedo decidir no aceptar.
-No entiendo a que se refiere -dijo el alumno, confundido.
-Muy sencillo -replicó el profesor-; tú me estás ofreciendo rabia y desprecio, y si yo me siento ofendido o me pongo furioso, estaré aceptando tu regalo; y yo, mi amigo, en verdad prefiero obsequiarme mi propia serenidad.
Muchacho -concluyó el profesor en tono gentil-, tu rabia pasará, pero no trates de dejarla conmigo, porque no me interesa; yo no puedo controlar lo que tú llevas en tu corazón, pero de mi depende lo que yo cargue en el mío.
Para reflexionar
Lee Isaías 42, 1-4 y Romanos 12, 14-18.
“El que se venga de los enemigos haciéndoles bien, se venga a la manera divina” (Tertuliano)
“¿Dijo uno mal de ti? No digas tú mal de él, siquiera por no parecerte a él y por no imitarle” (Quevedo)
“Imitad al sándalo que perfuma al que lo hiere” (Confucio)