Este domingo la liturgia nos presenta un pasaje evangélico breve, pero muy importante (Cfr. Mt 22,34-40). El evangelista Mateo narra que los fariseos se reúnen para poner a prueba a Jesús. Uno de ellos, un doctor de la Ley, le pregunta: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?». Es una pregunta maliciosa, porque en la Ley de Moisés son mencionados más de seiscientos preceptos. ¿Cómo distinguir, entre todos estos, el mandamiento más grande? Pero Jesús no tiene duda alguna y responde: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente». Y agrega: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo».
Esta respuesta de Jesús no era descontada, porque, entre los múltiples preceptos de la ley hebrea, los más importantes eran los diez Mandamientos, comunicados directamente por Dios a Moisés, como condición del pacto de alianza con el pueblo. Pero Jesús quiere que se entienda que sin el amor por Dios y por el prójimo no existe verdadera fidelidad a esta alianza con el Señor. Tú puedes hacer tantas cosas buenas, cumplir tantos preceptos, tantas cosas buenas, pero si no tienes amor, no sirve.
Lo confirma otro texto del Libro del Éxodo, llamado “código de la alianza”, donde se dice que no se puede estar en la Alianza con el Señor y maltratar a quienes gozan de su protección. ¿Y quiénes son los que gozan de su protección? Dice la Biblia: la viuda, el huérfano y el extranjero, el migrante, es decir, las personas más solas e indefensas (Cfr. Ex 22,20-21).
Respondiendo a los fariseos que lo habían interrogado, Jesús trata también de ayudarlos a poner en orden su religiosidad, para restablecer lo que verdaderamente cuenta y lo que es menos importante. Dice: «De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas». Son los más importantes, y los demás dependen de estos dos. Y Jesús verdaderamente vivió así su vida: predicando y obrando lo que verdaderamente cuenta y es esencial, es decir, el amor. El amor da impulso y fecundidad a la vida y al camino de fe: sin el amor, sea la vida, sea la fe permanecen estériles.
Lo que Jesús propone en esta página evangélica es un ideal estupendo, que corresponde al deseo más auténtico de nuestro corazón. De hecho, nosotros hemos sido creados para amar y ser amados. Dios, que es Amor, nos ha creado para hacernos partícipes de su vida, para ser amados por Él y para amarlo, y para amar con Él a todas las demás personas. Este es el “sueño” de Dios para el hombre. Y para realizarlo necesitamos su gracia, necesitamos recibir en nosotros la capacidad de amar que proviene de Dios mismo. Jesús se nos ofrece en la Eucaristía precisamente por eso. En ella recibimos a Jesús en la expresión máxima de su amor, cuando Él se ofreció a sí mismo al Padre por nuestra salvación. (Fuente: Papa Francisco).
Proyecto de construcción de dos aulas en Chad
COMENTARIOS
- Dominicos
- Mateo 22, 34-40. La pregunta de los fariseos le dio pie a Jesús para dejar claro cuáles son los mandamientos verdaderamente importantes.
- Miguel Ángel Munárriz: El amor. El creyente sabe que, aunque haya pecado, su Madre le amará y no amará a otro más que a él.
- José Luis Sicre: Aprenda a salvarse en treinta segundos. Sin amor al prójimo, sobre todo sin amor y preocupación por los más pobres, no se puede amar a Dios.
- Enrique Martínez Lozano: El fondo de lo real es el amor. Así como el amor nos plenifica, al desconectar de él, nos sentimos dislocados.
- José Antonio Pagola: Pasión por Dios y compasión por el ser humano. Cuando olvidan lo esencial, fácilmente se adentran las religiones por caminos de mediocridad piadosa o de casuística moral, que no solo incapacitan para una relación sana con Dios, sino que pueden dañar gravemente a las personas. Ninguna religión escapa a este riesgo.
- África de La Cruz: El mandamiento principal de la ley. Para un cristiano el amor a Dios y el amor al hermano son un único amor. Ambos se implican. No cabe el uno sin el otro. No es posible amar a Dios más que al hombre.
- Carmen Notario: Las bienaventuranzas. La llamada es a dar un giro de ciento ochenta grados y volver a la frescura del evangelio.