No se trata solamente de bonitas palabras: nuestro compromiso en favor de la humanidad (solidaridad, compromiso con los más empobrecidos, desarrollo, proyectos…), nuestro “andar en misión” no tiene otra razón que esta. Hemos conocido en Jesús a un Dios que nos quiere, que nos ha llamado y pensamos que merece la pena darle a conocer. Y si Cristo es la razón fundamental de nuestro ser cristianos y misioneros, no podemos -parafraseando a san Pablo- dejar de anunciarlo, porque “la caridad de Cristo nos apremia” (IICor 5,14).
Todo esto nos motiva y nos da una gran libertad, porque somos conscientes de que no tenemos que “defender” nada nuestro. Además sentimos que Jesucristo va siempre por delante, que su Espíritu nos precede siempre, y nos va guiando y empujando.
Por esta razón, nos reconoce-mos en dos imágenes del crucifijo: la del Cristo de Conforti, delante de la cual rezaba de joven, y la del Cristo de Javier, lugar donde nació san Francisco Javier, cuya vida está en el origen de la vocación misionera de Mons. Conforti. Vocación misionera que nuestro santo fundador quiso que viviéramos como religiosos. Por esto hacemos profesión de vivir en pobreza, castidad y obediencia, dedicando toda nuestra vida a la tarea de anunciar el evangelio a aquellos que no lo conocen todavía.