En el Evangelio de este domingo, estamos invitados a estar vigilantes, con las lámparas encendidas ante la inminente llegada del Señor. Él-está-con-nosotros, pero la hora de su llegada definitiva para cada uno en particular, no la sabemos. Con esta parábola Jesús quiere decirnos que debemos estar preparados para el encuentro con Él. No solo para el encuentro final, sino también para los pequeños y grandes encuentros de cada día en vista de ese encuentro, para el cual no basta la lámpara de la fe, también se necesita el aceite de la caridad y de las buenas obras. La fe que verdaderamente nos une a Jesús es la que, como dice el apóstol Pablo, «actúa por la caridad» (Ga 5, 6). Ser sabios y prudentes significa no esperar hasta el último momento para corresponder a la gracia de Dios, sino hacerlo activamente de inmediato, empezar ahora. … Si queremos estar preparados para el último encuentro con el Señor debemos cooperar con él a partir de ahora y realizar buenas acciones inspiradas en su amor.
Cuando uno absolutiza el presente, solo mira el presente, pierde el sentido de la espera, que es tan hermoso y tan necesario, y también nos saca de las contradicciones del momento. Esta actitud —cuando se pierde el sentido de la espera— excluye cualquier perspectiva del más allá: hacemos todo como si nunca tuviéramos que partir para la otra vida. Y entonces sólo nos preocupa poseer, destacar, tener una buena colocación… Y cada vez más.
Debemos vivir el hoy, pero el hoy que va hacia el mañana, hacia ese encuentro, el hoy lleno de esperanza. Si, por el contrario, estamos atentos y hacemos el bien correspondiendo a la gracia de Dios, podemos esperar serenamente la llegada del novio. El Señor también puede venir mientras dormimos: esto no nos preocupa, porque tenemos la reserva de aceite acumulada con las buenas obras de cada día, acumulada con esa espera del Señor, que venga lo antes posible y que venga para llevarme con Él.
Lo esencial en esta parábola es la luz. Una luz que “arde” con el aceite del amor. Así ardía el corazón de los discípulos de Emaús después del encuentro con Jesús. Hoy la Iglesia necesita gente que arda ante las cosas de Dios. Gente apasionada, entusiasmada, que contagie vida, amor, esperanza, alegría. Esas personas brillan, alumbran a tantas personas que se han apartado de Dios y están totalmente perdidas y desorientadas en la noche de nuestro mundo actual. … En otros tiempos tal vez era suficiente hablar de Dios. Hoy día es necesario “hablar desde Dios”. En realidad, “de Dios solo podemos hablar de lo que Él hace en nosotros “ (K. Bart) Es lo mismo que María: “El poderoso ha hecho obras grandes en mí”. Esta antorcha encendida entra en el Banquete del Rey. Estos son los que de verdad disfrutan de Dios.
COMENTARIOS
- Miguel Ángel Munárriz: ¡Despertad! Jesús nos urge a trabajar por los hijos de Dios que sufren en el mundo.
- José Luis Sicre: Preparando el examen final. Lo importante es estar preparados ya, y no retrasarlo hasta un momento que resulte demasiado tarde.
- Enrique Martínez Lozano: Nadie puede vivir por ti. Lo que nos permite vivir en la luz -liberados de la confusión- es la “sensatez” o, lo que es lo mismo, la sabiduría o comprensión.
- Fray Marcos: Si tu lámpara está apagada, eres un cacharro inútil. Descubre el aceite que hay en ti y préndele fuego, tu vida cambiará.
- José Antonio Pagola: Esperar a Jesús con las lámparas encendidas. Entre los primeros cristianos había, sin duda, discípulos «buenos» y discípulos «malos».
- Pepa Torres: Atentas a la irrupción de Dios en lo cotidiano. Frente a la dispersión y la confusión que nos rodea, las vírgenes prudentes de la parábola nos recuerdan la sabiduría de vivir centrados y centradas en lo esencial.