En este domingo, al final del tiempo litúrgico de la Navidad, celebramos la fiesta del Bautismo del Señor. La página del Evangelio de Mateo subraya que, cuando Jesús recibió el bautismo de Juan en el río Jordán, “se abrieron los cielos”. …Si el cielo permanece cerrado, nuestro horizonte en esta vida terrena es sombrío, sin esperanza. En cambio, celebrando la Navidad, la fe una vez más nos ha dado la certeza de que el cielo se rasgó con la venida de Jesús. Y en el día del bautismo de Cristo contemplamos aún el cielo abierto.
Desde que el Verbo se hizo carne es posible ver el cielo abierto. Fue posible para los pastores de Belén, para los Magos de Oriente, para el Bautista, para los Apóstoles de Jesús, para… Y es posible también para cada uno de nosotros, si nos dejamos invadir por el amor de Dios, que nos es donado por primera vez en el Bautismo. ¡Dejémonos invadir por el amor de Dios! ¡Éste es el gran tiempo de la misericordia!
“Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco”. Jesús recibió la aprobación del Padre celestial, que lo envió precisamente para que aceptara compartir nuestra condición, nuestra pobreza. Compartir es el auténtico modo de amar. Jesús no se disocia de nosotros, nos considera hermanos y comparte con nosotros. Así, nos hace hijos, juntamente con Él, de Dios Padre.
José Luis Sicre: Bautismo de Jesús. El relato de Marcos, el más antiguo, cuenta el bautismo con muy pocas palabras. Y ni siquiera se centra en el bautismo, sino en lo que ocurre inmediatamente después de él.
José Antonio Pagola: Jesús bautiza con espíritu santo. El Bautista representa como pocos el esfuerzo de los hombres y mujeres de todos los tiempos por purificarse, reorientar su existencia y comenzar una vida más digna.
Magda Bennásar: El bautismo es un proceso en espiral. Es el agua que abre nuestra alma a la Ruah, el agua que limpia el polvo de nuestro ojo interior, para que seamos capaces de comprender, poco a poco quiénes somos en verdad.